CRÓNICAS DE UNA OCUPACIÓN

Ecuador olímpico

 Se ha llegado al ecuador de los Juegos. El calor ha sido el único elemento negativo. Se ha pasado el momento del bajón entre los que han de trabajar, pero el entusiasmo se recupera a partir de ahora. La euforia es dominante entre los responsables de la organización.

JOSEP PERNAU

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 Ya hemos sudado la mitad del cupo de sudor que nos corresponde para Barcelona-92. Estamos en el paso del ecuador olímpico y puede decirse ya que estos Juegos serán recordados, entre otros motivos, por el calor.

Los dioses ahuyentaron el peligro de la lluvia y nos han dejado un bochorno centroafricano, que hasta acusan los caballos. Cuando se abrió la Villa Olímpica, a mitad de julio, los primeros ocupantes pedían mantas. Ahora los atletas se sentirían felices con una instalación de aire acondicionado. Pero no lo hay en la Barcelona que `ens agrada¿ y los ocupantes se han de conformar con ventiladores. De ahí que los que puedan pagárselo se hayan ido a un hotel. El director de la Villa ha dicho que son unos insolidarios. Realmente ha de ser difícil la solidaridad termométrica entre un finlandés y un zaireño.

Horas bajas

Estos son días de bajón, de `surmenage¿ y de estrés. Empezó a presentarse el jueves, y mañana, domingo, al encararse la última semana de los Juegos, se empezará a remontar. Lo saben muchos periodistas, que han vivido otras experiencias olímpicas veraniegas. Se toma carrerilla para iniciar el trabajo y se comienza con mucho entusiasmo. Son días en los que se soporta todo: el calor, las comidas (o lo-que-sea) a deshora, los largos desplazamientos, la falta de sueño. Por el quinto día se detectan las primeras señales de cansancio. Es el bajón. Se pierde el interés, hasta que después del día séptimo, cuando se entra ya en la recta final, se vuelve a recuperar. Es lo que les debe ocurrir a los maratonianos

No es un fenómeno exclusivo de los periodistas. Ellos lo saben mejor, porque muchos han vivido antes la misma experiencia. Les ocurre a todos los que han de trabajar. Si los que ocupan un cargo en la organización lo pudieran manifestar, lo dirían igual. Pero han de estimular y animar a los que están por debajo. Ahora protestan los voluntarios, por las mismas comidas que soportaron en los primeros días. Se quejan los conductores olímpicos porque apenas se les llama para un servicio.

Y se quejan los conductores de autocar contratados por toda España, por el hecho de que tengan que prestar servicio en una ciudad y en unas subsedes que no conocen. Algunos llegaron a Barcelona el día 23, el 24 se les explicó algo de la ciudad y de sus accesos, y el 25 ya estaban trasladando al parentesco olímpico, y así ocurrió con una expedición llegada al aeropuerto, que debía trasladase al VaIl d'Hebron, que apareció en Castelldefels. Algo más sabrán ahora de Barcelona que aquel día. No se quejaron entonces. Se quejan ahora, en el sexto día de los Juegos.

La euforia aguanta a quienes tienen un nivel alto de responsabiidad en la organización. Todo ha salido bien hasta ahora y al llegar al ecuador olímpico expresan en su cara la satisfacción que sienten.

Como en una boda

Esta euforia del momento ha permitido que Pujol y Maragall convocaran conjuntamente una recepción, como la del jueves por la noche, en Pedralbes. Algo inédito. Los dos nombres con la misma relevancia tipográfica. Como en las participaciones de boda. La boda de un Pujol con una Maragall. O al revés. Todo paritario. Como la presencia de mossos y de urbanos de plumero. Un mosso, un guardia. Sonríen y saludan, pero acusan el cansancio. Ha habido días con desayuno, almuerzo y cena con invitados de postín, en los que han tenido que asistir, además, a más de una recepción.

No tan eufóricos como ellos están muchos `botiguers¿. Se extendió la extraña idea de que todas las calles de Barcelona aparecerían rebosantes de forasteros y que incluso no se podría transitar por los lugares más sosos e impersonales del Eixample. Ahora hablan de fracaso, porque el `calaix¿, que auguraban repleto, no ocusa los Juegos. De día o de noche no han ido a la plaza de España y a Montjuïc, no han bajado hacia el puerto y el Moll de la Fusta, no han subido por la Rambla y no han estado un rato en la plaza de Catalunya. El negocio va por barrios y los beneficios del turismo olímpico y de los mirones se repartirá de forma desigual. Como ha sido siempre.

Los que se han forrado han sido los fabricantes de banderas. Se han consumido más kilómetros de senyera que en el histórico Onze de Setembre de 1977. A los fabricantes se les demandaba también la de Barcelona y la olímpica, y han tenido que improvisar con rapidez. Industrialmente hablando, la senyera tiene la ventaja de que puede ser infinitamente larga. Ahora hay senyera en las casas para unas cuantas generaciones. En el ecuador olímpico convive pacíficamente con otras banderas, incluida la del Barça.

Los que no se han ido

No se han ido tantos como los que deron que los Juegos Olímpicos no les retendrían en Barcelona. Mayoritariamente, la segunda quincena de julio se ha desaprovechado para vacaciones. El nivel de actividad no ha sido menor que en otras épocas del año, y si la circulación no ha provocado excesivos problemas -salvo cuando ha habido cortes de calles- ha sido porque los barceloneses han sido sensibles a las amenazas restrictivas de los responsables del tránsito.

No se ha cumplido así una de las recomendaciones del COOB, la del éxodo vacacional de los barceloneses. Pero el COOB propone y los ciudadanos disponen. La cuiriosidad ha retenido en la ciudad a muchos barceloneses. Han querido vivir el ambiente de a urbe en fiesta. Se les convenció de que esto ocurría una vez en la vida y que podrían pasar muchos años, si no siglos, en repetirse, y decidieron quedarse. El mismo COOB, que prefería que se fueran, les incitaba a quedarse.

Otros no se han podido ir, aunque lo pretendieran. Sus empresas se lo han impedido. El tinglado comercial-industrial de los Juegos Olímpicos es tan amplio que muchas empresas se han visto involucradas. A partir del próximo domingo Barcelona puede ser un desierto. Más que nunca.