UN ESCRITOR INDISPENSABLE DE LA NARRATIVA NORTEAMERICANA

El Príncipe de Asturias premia la maestría de Roth

El autor judeonorteamericano logra el galardón destinado a las Letras

El escritor norteamericano, en la oficina de su agente en Nueva York, en el 2008.

El escritor norteamericano, en la oficina de su agente en Nueva York, en el 2008.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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Dejando a un lado las discutibles decisiones de la Academia sueca que año tras año le ningunea en los Nobel, nadie le tose hoy a Philip Roth. Sin duda, es el gran maestro vivo de la literatura norteamericana -con el permiso de Don DeLillo, Cormac MacCarthy y Thomas Pynchon- ahora que los maestros Bellow, Updike y Mailer se fueron a mejor vida. Así lo certificó ayer el jurado del Príncipe de Asturias en un acto de reconocimiento que añade un plus de dignidad al propio premio. Dotado con 50.000 euros y una estatuilla de Joan Miró, en el acta del jurado del premio se destaca su cualidad de «clásico vivo» -es el único autor en activo que forma parte de la canónica The Library of America- y su capacidad para mostrar «el desasosiego del presente».

Para describir la importancia de Roth hay que echar mano de adjetivos tamaño extra como titánico, inmenso e incluso, prodigioso. El autor norteamericano nacido en Neward en 1933 empezó a escribir bajo la influencia de Saul Bellow, maestro reconocido, quizá con la intención de quitarle el cetro de mejor escritor judío. De hecho, los temas de Bellow y de Roth - el ocaso del macho, la neurosis, la mirada picaresca, el miedo a las mujeres, o la crítica a la identidad judía- no son tan distintos. Su tercera novela,El mal de Portnoy en 1969 -un best-seller que permitía además leer una novela semiporno con prestigio literario- le reportó dinero, reconocimiento universal y un odio cartaginés de la comunidad judía, horrorizada por el acto de traición, que tardó años en evaporarse.

TRABAJO INCANSABLE / Así se definía el autor entrevistado por Alain Finkielkraut, con su característica autocrítica afilada: «Philip Roth es el judío que se masturba con un pedazo de hígado, lo cual le permite ganar un millón de dólares». Parece fácil pero en sus 30 libros, resultado de trabajar incansablemente «por la mañana y por la tarde un día tras otro», no cabe la decadencia. No muchos lo logran. Roth empezó siendo muy bueno, luego pasó a ser interesante -gracias a Nathan Zuckerman, su personaje alter-ego con el que atravesó la década de los 80- y a mediados de los 90 sufrió una prodigiosa evolución. En la época en la que otros se jubilan -él lo hizo realmente como profesor de literatura- empezó a sumar una tras otra novelas a cual mejor a velocidad supersónica. Ahí se sitúanPastoral americana-o la cara oscura del sueño americano-oMe casé con un comunista, donde repasa cuentas con su ex, la actriz Claire Bloom, que antes se había despachado a gusto en un libro de memorias en el que aparece como un monstruo.

La autobiografía encubierta es también sello distintivo del autor que además de Zuckerman ha adoptado otras máscaras como David Kepesh e incluso alguien llamado Philip Roth -en la magníficaLa conjura contra América, por ejemplo-. Con esos personajes el escritor también ha experimentado la decadencia, la vejez y la impotencia -la peor enfermedad que puede sufrir Roth- en un emocionante juego de espejos.

De momento, la emoción estuvo en la cancha de Roth ayer cuando enterado del premio decidió dedicárselo a su buen amigo Carlos Fuentes, fallecido hace un mes.