Análisis

Una delicatese sin denominación de origen

JORDI BIANCIOTTO

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El San Miguel Primavera Sound es un exquisito, detallista y erudito festival apátrida cuya programación no acaba de explicar en qué ciudad y en qué país se celebra. Un mayor arraigo podría convertirlo en algo parecido al festival perfecto. Al menos, para los catalanes, que somos quienes lo acogemos y algo podremos opinar al respecto. Pero, aunque este año haya aumentado un poco la cuota de artistas locales, es aún una muestra-nube, que renuncia a las raíces, integra en su marca el radiante decorado de Barcelona y saca poco partido de la activísima vida musical autóctona.

La escena catalana vive, como ya todo el mundo sabe porque se ha contado en suplementos dominicales y reportajes del Telenotícies, un álgido momento creativo, y desde aquí se dedican esfuerzos para promocionar en el exterior a los nuevos grupos. Se editan, por ejemplo, desde hace algunos años, los discos de la serie Catalan Music, antologías de los artistas emergentes que se distribuyen en ferias y eventos internacionales. Pero si un guiri con curiosidad viene estos días al festival y, además de ver con deleite a The Cure y Rufus Wainwright, espera comprobar cómo se desenvuelven esos grupos tan buenos en su lugar de origen, se va a llevar una sorpresa gorda.

Verá que la mayoría de esos artistas de los que el ICEC (Institut Català d'Empreses Culturals) habla con tanto énfasis lírico en los foros internacionales no figuran en el cartel y, los que lo hacen, actúan en horarios ingratos: Anímic, Refree, La Estrella de David, Pegasvs y Cuchillo, por ejemplo, saldrán hacia las cinco de la tarde, cuando el sol caiga a plomo sobre la plaza del Fòrum. Entre las excepciones figura John Talabot, cuya propuesta internacional debe de poner las cosas más fáciles a la organización. Así que si ese guiri se para a pensar qué importancia damos nosotros a esos grupos que luego vendemos con emoción en ferias como South by Southwest (Austin) o Popkomm (Berlín), no podemos descartar que no entienda nada o que sospeche que alguien le está vendiendo una moto.

Sí, otros festivales europeos de la liga del Primavera priman también a los grupos anglosajones. La hegemonía en la cultura pop es la que es, y no cambiará. Pero, ¿no podría precisamente Barcelona, ciudad a menudo vinculada a valores elevados (diversidad, creatividad, cultura independiente), construir un modelo genuinamente propio y dar más honores a nuestros artistas?

Ayer, en estas páginas, Xavier Bru de Sala aludía al «cosmopolitismo excluyente». Pues bien, en la dicotomía, que él formulaba, entre «catalán o cosmopolita», el Primavera parece haberse decantado por lo segundo, y aún no ha descubierto que puede ser las dos cosas. Cuando lo haga, podrá ser, definitivamente, el festival perfecto. El nuestro, claro.