CRÓNICA

Un talento aún por pulir

Yuja Wang exhibió virtuosismo con un variado repertorio en su debut en Barcelona

CÉSAR LÓPEZ ROSELL
BARCELONA

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Técnicamente superdotada, Yuja Wang (Pekin, 1987) debutó en Barcelona de la mano de Ibercamera. A sus 25 años ha dejado en el Palau la huella de su virtuosismo, pero también la de esa falta de poso que solo se adquiere con los años. Como recientemente proclamaba Alfred Brendel, la singularidad de un intérprete se mide por su capacidad de extraer el alma de cada composición. Y parte de eso se echó en falta en la actuación de esta fresca y espontánea pianista que sabe controlar los tiempos pero que sufre el vértigo de su celérica carrera.

Wang, estrella clásica inspirada en la cultura pop, prodigó estilismo. Elegante y sofisticada, apareció con un largo y ceñido vestido gris perla, con aberturas laterales que mostraban sus zapatos de tacón. Y, en la segunda parte, y a tono con un repertorio en el que figuraban las bien interpretadas variaciones de Carmen adaptadas por Horowitz, con un modelo de gasa rojo con pedrería que dejaba su espalda al descubierto.

La artista sorprendió a un público en el que se mezclaron los abonados con jóvenes fans, muchos de ellos presentes en la posterior firma de su disco Fantasía. Y es que en esta clave hay que mirar también a la intérprete. Aunque se ausentó de China a los 14 años, esta solista tiene un gran mercado en su país natal y entre sus seguidores occidentales. El concierto fue un guiño al repertorio de este trabajo integrado por las propinas que suele ofrecer al final de sus conciertos.

EXHIBICIÓN SIN MATICES / Entró con tres Études-tableaux y la Élegie de Rachmaninov. En los primeros, se adaptó a los saltos y velocidad de estas piezas, y en la otra página de aire chopiniano estuvo más reposada. También exhibió recursos para enfrentarse al clasicismo renovador de Fauré con su Balada, opus 19 y superó las dificultades de la Sonata, número 5 de Skriabin.

Las Siete fantasías de Brahms, Triana de Albéniz y La soirée dans Grenade de Debussy le permitieron dar un giro estilístico falto de matices, y tras Carmen, ofreció dos aplaudidas propinas de Schubert y Gluck.