UNA PRIMERA LECTURA DEL SUPERVENTAS
La posguerra de fantasía de Ruiz Zafón
El prisionero del cielo' está salpicado de deslices temporales
Parece consciente Carlos Ruiz Zafón de que cientos de miles de lectores que fueron felices con La sombra del viento quedaron descolocados con la segunda entrega del ciclo del Cementerio de los Libros Olvidados, El juego del ángel. «Era una novela ambigua, que confundía a los lectores, que no entendían lo que estaba sucediendo. Yo mismo cuando la escribía sabía que muchos se iban a enfadar conmigo», confesó ayer, soltando lastre, en la presentación de la tercera pieza de la tetralogía, El prisionero del cielo. Así que esta vez Zafón ha jugado, en el libro que hoy llega a las librerías, varios ases en la misma mano: recuperar los personajes, el periodo histórico (de 1939 a 1957) y el ambiente de la obra que le llevó al estrellato y coser las dos historias anteriores para que «las piezas del rompecabezas vayan encajando».
No deberá esperar el lector, no obstante, grandes revelaciones sobre el cementerio oculto en el subsuelo del Raval ni sobre los elementos fantásticos y sobrenaturales que insinuaba la segunda entrega. Eso quedará para la cuarta, avanzó el autor. Y es que, de nuevo según Zafón, «parecía que El juego del ángel nos llevaba a un lugar extraño». El escritor ha preferido esta vez llevar a sus lectores a un lugar familiar. La Barcelona de 1957, un año después de los sucesos de La sombra del viento, y la de 1939 y 1940, donde se darán las claves que relacionan entre sí, sobre todo, a Fermín Romero de Torres con David Martín y Daniel Sempere.
De hecho, Fermín Romero de Torres se convierte en el personaje central de la novela, hasta el punto de que incluso su peculiar verbo, que muchos lectores consideraron uno de los mejores hallazgos de la novela que inauguraba el ciclo, acaba contagiando todas las voces, del narrador hasta el último personaje.
BARCELONA Y LA POSGUERRA / Ruiz Zafón explicó ayer su opción de utilizar Barcelona sin intención de «hacer un retrato social o documental» de la ciudad sino para convertirla «en un personaje» para el que diseña «un papel y un vestuario para que se luzca». Un planteamiento que justifica a priori las inexactitudes marca del autor que vuelven a aparecer en el libro: una actuación de Carmen Amaya cuando aún faltaban siete años para que regresara de América, Sugus antes de que este caramelo llegara a España (desliz reiterado y por lo tanto voluntario), la Brigada Social en plena actividad represiva en 1939, dos años antes de su creación, situar la plaza Palacio frente a Capitanía, confundir la Fonda Europa con la Fonda España...
La recreación estilizada de la realidad alcanza en esta entrega a la represión franquista. En concreto el castillo de Montjuïc (que a la vez podría ser el de If de el conde de Montecristo), con un director que, dijo ayer Ruiz Zafón, es «lo peor de lo que podemos imaginar que pasaba en el franquismo». Imaginar es la palabra adecuada, por ejemplo, para la escena en la que los fusilados pasan horas gritando en agonía en los fosos del castillo, o los presos son sacados del Campo de la Bota hacia Montjuïc. Nada que los lectores no hayan bendecido en el que ya fue primer gran éxito. Así que Carlos Ruiz Zafón llega (hay un guiño explícito en la primera escena de la novela) para solucionar la campaña de Navidad de los libreros (y de sus editores). De sus editores en castellano, porque Planeta ha administrado de tal manera el acceso al texto que el Grup 62, prisionero del calendario, no podrá lanzar su traducción al catalán hasta el 19 de enero.
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