Ideas

En blanco

BEATRIZ DE MOURA

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Envidio a los columnistas ocurrentes que disponen de una mina de temas interesantes que, por si fuera poco, tratan con agudeza y a veces incluso con sentido de humor; temas que, por supuesto, interesan a lectores de columnas de papel -si es que aún quedan algunos en este húmedo y arisco noviembre, en el que media humanidad anda o bien cabreada e indignada, o bien perpleja ante la que nos está cayendo-. Yo, entretanto, confieso que, frente a semejante descalabro, mi mente está de momento como la pantalla de mi ordenador: en blanco.

No obstante, siento que el mundo se mueve, de hecho se mueve tanto y a tal velocidad que quizá sea precisamente eso lo que me bloquea. Ocurren tantas y tales cosas, y tantas jamás antes vividas al menos por mí, que no alcanzo a captarlas en todo su alcance ni a comprender su efecto preciso, no solo sobre las circunstancias que transfiguran hoy los grandes asuntos que me abruman, sino que ponen patas arriba el inmediato entorno en el que vivo. Mi mente se llena de interrogantes a los que no encuentro respuestas inmediatas satisfactorias y de pronto tengo la impresión de haberme perdido algo.

Pues sí. En el acelerón de los últimos años me he perdido, entre otras muchas cosas, el fin de un montón de hábitos que han caído en desuso. Es algo así como si en 10 años hubiera vivido 20, o más, sin enterarme. Y, sin enterarme, caigo ahora en la cuenta de que yo misma he contribuido a aniquilar algunos de esos hábitos tan añorados. La propia disponibilidad favorecía la mayoría de ellos; pero ¿quién dispone ahora del tiempo que requieren ciertos rituales? Por ejemplo, los crípticos mensajes electrónicos han reemplazado las cálidas y fructíferas tertulias. El tiempo del que dispongo es el mismo de antes. Por tanto, he sido yo y solo yo la que he ido repartiendo casi todo mi tiempo en ocupaciones mayoritariamente utilitaristas, de modo que me lo tengo merecido, y ya no les entretengo más con la excusa de que tengo la mente en blanco.