CRÍTICA

'No habrá paz para los malvados', asfixiante, brutal y descarnado

NANDO SALVÀ

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Convertido en cronista implacable del 11-M, Enrique Urbizu firma una intriga brutal y descarnada situada en un universo de tráfico de drogas, corrupción policial y, por supuesto, terrorismo islámico. No habrá paz para los malvados contiene buena parte de sus virtudes como cineasta: su falta de complejos a la hora de sumergirse en el cine de género, su habitual sentido del ritmo, su pasión por la gente peligrosa, que se mueve constantemente en zonas oscuras y, en concreto, por la figura del poli podrido y marginal, que desprecia las barreras entre el bien y el mal y solo atiende a sus propios códigos y obsesiones. En la piel de uno de esos justicieros aniquiladores, José Coronado ofrece el mejor trabajo de su carrera. Acompañado por su pistola y por muchos tragos de ron, el actor se come la pantalla con sus silencios, sus marrulleras miradas y una desesperanza que lo convierte en la imagen perfecta de la derrota.

En todo momento, No habrá paz... juega con lo que el espectador ya intuye y conoce. Urbizu nos planta delante de un mundo que reconocemos porque ya hemos visto mil veces. Hay un apropiado enfoque casi forense en la forma que el director tiene de desenredar el misterio, en buena medida por esa especie de trazabilidad narrativa tan común en el thriller moderno. Todo es exactamente lo que parece, y se agradece. Es cierto que las tramas paralelas a la cruzada central de Trinidad son menos certeras, en buena medida porque algunos personajes adyacentes aparecen menos definidos y rotundos. Por eso, la película casi pierde el control de sus distintas líneas narrativas en su segundo acto pero resurge dramáticamente en un clímax que no por anticipado resulta menos angustioso.