La primera protagonista de la Maleta mexicana

«¡Esta niña soy yo!»

Ángeles Fernández, de 86 años, se reconoce en una fotografía de 'Chim'

EVA MELÚS
BARCELONA

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Este domingo, Alberto Ricarte hojeaba el reportaje que elCuadernodedicó a la exposiciónLa maleta mexicana La maleta mexicany al proyecto deEL PERIÓDICO y elMNAC para localizar a losniños de laguerra civilque aparecen en las fotografías deRobert Capa, David Seymour, Chim. Sus ojos se detuvieron en una imagen de los niños refugiados en el Estadi de Montjuïc durante la guerra. «¿Reconoces a alguien?», le preguntó a su madre. «¡Esta niña soy soy!», respondió ella.

Su madre, Ángeles Fernández Sánchez, que ahora tiene 86 años, llegó al Estadi de Montjuïc en otoño de 1936, poco antes de queChim realizara su reportaje. Tras la caída de Irún, el 5 de septiembre, huyeron a Hendaya. Viajaron a Barcelona en tren con su madre, sus hermanas mayores y un par de sobrinos muy pequeños. Su padre, carabinero de la república, y el resto de hombres de la familia se quedaron en Francia. A Ángeles le explicaron que estuvieron en un campo de refugiados.

«Sé que nosotras fuimos de las primeras en llegar a Montjuïc y como mi padre era militar, siempre estuvimos muy bien», recuerda. Los servicios de acogida organizaron habitáculos amplios para las familias de los militares republicanos, con camas sencillas, un infiernillo para cocinar y una mesa, por lo que nunca necesitaron acudir al comedor comunitario. «Toda la zona desde debajo del reloj y hasta la tribuna, donde estaban los aseos, era para nosotros», añade. Dos de las hermanas mayores de Ángeles, Carmen y Pilar, se pusieron a ayudar al doctor Cabot en la enfermería junto a otra hija de carabineros llamada Inés Serrano.

Montjuïc, dividida por zonas de refugiados

A medida que la república fue perdiendo terreno, Montjuïc fue llenándose de refugidos. «Vinieron muchos murcianos, andaluces y madrileños. Ellos sí que vivían como chinches. Nosotros no nos mezclábamos con ellos», señala. ¿Por qué? «Tenían otro carácter. Nosotros éramos del norte», contesta ella, evasiva. Ángeles recuerda una ocasión en la que alguna de sus hermanas le llevó a la otra zona. «Era todo muy triste. Vimos a una mujer que se estaba muriendo y había mucha pobreza. Mi hermana me dijo que no me llevaría más allí», explica.

El historiador Juli Clavijo habla de incidentes en el estadi de Montjuïc causados por la falta de provisiones en diciembre de 1936. Ángeles no lo recuerda. «Nosotros nunca estuvimos mal», concluye. No había lujos, pero se comían lentejas a menudo y la leche, según ella, tampoco faltaba. En una ocasión, sin embargo, un grupo se escabulló hasta el Palau Nacional, hoy sede delMNAC, porque les habían dicho que allí se guardaba comida. «Arrastramos durante mucho rato un saco que pensábamos que era de harina. Al llegar nos dimos cuenta de que era yeso. ¡Cómo pesaba!», explica riendo.

Excepto algunas raras escapadas, Ángeles no tenía permitido salir de su zona. En la foto deChim, en octubre de 1936, aparece junto a otras niñas, en la escuela habilitada para el Estadi. Quizás fue una situación preparada para la visita de los reporteros, porque ella no reconoce al resto de niñas. Asegura que eran sus hermanas mayores las que le hicieron de maestras y que sus compañeros de juego fueron sus dos sobrinos, Gerardo, que llegó a Montjuïc con dos años y medio, y Andrés, un bebé de meses.

La familia abandonó el estadio cuando el padre, el carabinero Paulino Fernández, volvió de Francia. Le dieron destino y casa en Sitges, donde estuvieron unos dos años. Aunque les propusieron enviar a los niños a Rusia, su madre se negó a separar a la familia. Volvieron a Montjuïc por unos meses, antes de instalarse en L'Hospitalet. «Un responsable del centro de acogida del Estadi de Montjuïc nos tenía muy bien considerados y nos consiguió un piso de alquiler. Él era de derechas. Lo sé porque nos lo dijo. Siempre nos ayudó. Cuando entraron los nacionales en Barcelona, dijo: 'A esta familia no la toquéis'».