crónica

Alfredo Sanzol vuelve a dar con la tecla en 'Días estupendos'

El dramaturgo repite éxito en el Grec un año después de triunfar con 'Delicades'

JOSÉ CARLOS SORRIBES
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Igual que hay una trucha a la navarra, o unas pochas, ya puede hablarse de un teatro a la navarra. Y tan sabroso como esos platos. Es el que firman Alfredo Sanzol, un pamplonés que nació y trabaja en Madrid, y su tropa de cómplices intérpretes enDías estupendos,una maravilla que por igual divierte, con frecuencia de formabrutica, que alimenta el intelecto de manera sutil y perspicaz.

Sanzol va camino de convertirse en uno de los triunfadores del Grec como ya lo fue el año pasado en el Poliorama conDelicades, el texto que escribió y dirigió para la compañía T de Teatre. Su estilo es reconocible. Descubierto en Catalunya con su breve paso por el Lliure conSí, pero no lo soy, teje sus piezas con el mismo patrón: una serie de historias cortas,sketches, con vida propia y que, en conjunto, dibujan un universo particular. EnDías estupendos ha querido Sanzol reivindicar el género del veraneo, tiempo de solaz que da pie a infinidad de situaciones divertidas y nostálgicas.

Son 16 los episodios propuestos en una escenografía hiperrealista que nos transporta al monte, con la sierra al fondo, entre una pared de piedras y una encina. Pero igual sirve para situarnos en el navarro valle de Irati como para hacerlo en la playa de la Barceloneta o en el Empire State. De ello se encargan la pluma y la dirección de Sanzol y la no menos maravillosa labor de los intérpretes: Paco Déniz, Elena González, Juan Antonio Lumbreras, Natalia Hernández y Pablo Vázquez. Solo desde la connivencia más aboluta se llega al fruto deDías estupendos.

Todos son capaces, por ejemplo, de recrear en un plis-plas el regreso de un preso etarra a casa con una sospechosa funda de guitarra, la dimisión de un torero porque ha atropellado a su gato o una merienda en el campo arruinada porque a uno de los comensales le ha pillado su mejor amigo fornicando con un melón. Delirante, en el mejor sentido.