El debate sobre la piratería en internet

Indignada

BEATRIZ de Moura

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¿De verdad nos merecemos el país de irresponsables que, el 22 de diciembre, votaron mayoritariamente en contra de la llamada ley Sinde o ley antidescargas? Todos sabemos que el PSOE no anda en la cresta de la ola y que el país hace aguas por muchos costados. Pero señores representantes del pueblo español, ¡seamos serios por una vez, no estamos en un recreo! Dejemos de juguetear a quién-jode-más-a-quién con miras a elecciones e infantiles intrigas parlamentarias. ¿Han pensado dos segundos siquiera que de un plumazo les han negado a músicos, novelistas, poetas, ensayistas, académicos, traductores, su legítimo derecho a proteger sus creaciones del sistemático pirateo? No, porque, al parecer, ustedes ya no piensan: ¿para qué, si ya conocen la respuesta antes de haberse formulado las preguntas adecuadas? Ahora bien, ¡ya no vuelvan a acudir a ellos para recabar su apoyo público cuando su prestigio les parezca útil!

Los descerebrados que esta semana han negado a los creadores su derecho a la propiedad intelectual y a los derechos de autor derivados de su propia obra no merecen que se les pase por alto semejante barbarie. Porque es propio de bárbaros ignorar que la cultura, en todas y cada una de sus manifestaciones, no solo genera riqueza a un país, sino que constituye su verdadero árbol genealógico, su identidad (y si me equivoco, que me demuestren lo contrario). Es por tanto responsabilidad de todos respetarla, y en particular de quienes la regulan.

Sí, estoy indignada y asqueada de la obstinada ceguera de estos gestores políticos. A mí que ya no me busquen porque no me encontrarán. No podría ahora mismo dialogar con quienes desprecian el talento condenando a la nada la imaginación, la investigación y el conocimiento. Con la dictadura, este país fue un erial cultural; 35 años después, con la perversa excusa de una libertad de expresión mal entendida, podría volver a serlo cuando callen sus creadores o busquen mejor suerte en otra parte. No, no me avergüenza enfurecerme, aunque me estrelle contra una mayoría sierva de su ansia de poderes y de su pertinaz ignorancia.