UN GÉNERO INQUIETANTE

La habitación 201

David Roas.

David Roas.

ANNA ABELLA
BARCELONA

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¿Qué ocurriría si un día cualquiera, al regresar a casa, cada vez que uno cruzara el portal se hallara de nuevo en la calle, de espaldas al umbral como si acabara de salir? ¿O si pudiera mirar a través de la ventana del edificio dibujado en la tapa de los quesitos El Caserío? Situaciones como estas, donde la fantasía irrumpe en la realidad, y sobre todo en la cotidianeidad, de forma inquietante y sorprendente, protagonizan cada uno de los «espejismos» -relatos- y «asimetrías» -microrelatos- que David Roas (Barcelona, 1965) desgrana en Distorsiones (Páginas de Espuma).

A años luz de vampiros y zombis y sin perder el sentido del humor, Roas, gran especialista en literatura fantástica y autor de varios ensayos, artículos y antologías sobre el tema, como La realidad oculta. Cuentos fantásticos españoles del siglo XX, sigue la mejor tradición de Borges, Kafka o Poe al abordar el género desde lo real. Con «una mirada distorsionada de la realidad» explora «cotidianidades que se descontrolan» o que se vuelven «agobiantes». La mayoría, inspiradas en su experiencia, como la de la pareja de Demasiada literatura que, como le ocurrió a Roas, vaya al hotel al que vaya siempre le dan la habitación 201.

Fan incondicional de La dimensión desconocida, este doctor de Teoría de la Literatura de la UAB que abomina de Iker Jiménez define sus distorsiones como «crónicas del fracaso, donde hay tipos derrotados ante la cotidianidad del mundo, ante una realidad que es un caos sin sentido».

Mundos paralelos, espejos y dobles, gatos negros, sobrinos del Diablo, teletiendas que venden milagrosos bustos de Lenin y cierta obsesión por la muerte. «Pienso a diario en la mortalidad, pero lo mío es un pensamiento vitalista, como el Woody Allen de Annie Hall», apunta Roas, cuyos cuatro fantásticos son Poe, Lovecraft, Borges y Cortázar.

GUIÑOS A MAESTROS / Distorsiones lanza guiños a escritores admirados, como Albert Sánchez Piñol -en un cuento donde un álter ego del autor de La pell freda afronta el acoso de lectoras de piel fría- y «los dos grandes maestros del fantástico en España, Cristina Fernández Cubas y José María Merino». «Existe la idea de que lo puramente español es el realismo -dice-. Críticos y filólogos, como Menéndez Pidal, destrozaron el fantástico porque no lo consideraron un género serio aunque Baroja, Unamuno o Valle-Inclán lo cultivaron y en el siglo XIX estuvo muy de moda. No fue hasta los 80 que se empezó a consumir con normalidad». Por suerte, hoy lo fantástico está ahí fuera.