Adiós a una leyenda del jondo

Granada da el último homenaje a Morente en un clima de congoja

Estrella Morente canta ante el féretro de su padre, en el teatro Isabel la Católica de Granada.

Estrella Morente canta ante el féretro de su padre, en el teatro Isabel la Católica de Granada.

JULIA CAMACHO
GRANADA

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La ciudad de la Alhambra lloraba ayer intensamente la desaparición de uno de los suyos. Tras el homenaje en Madrid, su ciudad de residencia, Enrique Morente hizo su último viaje a Granada para sentir el aliento de su tierra. Entre susurros y con la poesía de García Lorca que tanto amaba, los granadinos dieron su adiós al maestro, que descansa ya en el Cementerio de San José, mirando al palacio nazarí.

Cuando a media mañana llegó la comitiva fúnebre a las puertas del teatro Isabel la Católica, ya eran un millar los que esperaban para rendir tributo a «uno de los grandes». Y pese al comunicado de los médicos, la mayoría lamentaba que «había entrado bien en el hospital y ya nunca salió».

Miembros de peñas flamencas, academias de baile o simples aficionados fueron desfilando ante el féretro en medio de un silencio sepulcral, solo roto por los llantos. Como el de un joven que, destrozado por el dolor, buscaba consuelo en una butaca de la última fila. De luto riguroso, y con la huella de tres días de dolor en el rostro, su familia y conocidos iban entrando a la capilla ardiente por el lateral. Semiocultos por los telones, se acomodaron en los laterales del escenario en penumbra presidido por la foto del patriarca en el Patio de los Leones y su féretro entre sobrios candelabros y decenas de coronas de flores.

El momento más intenso se vivió cuando Estrella Morente, la mayor de sus hijas, dedicó un último cante antes de que la familia entera se derrumbara sobre el féretro entre lágrimas. Con el público todavía en pie coreando «olés» y recitando improvisadas poesías, el ataúd salió a la calle entre aplausos.

La comitiva enfiló la cuesta de la Alhambra mientras algunos paisanos, que no pudieron entrar al teatro, lanzaban rosas rojas a su paso. Pese a lo desafiante del camino, muchos le echaron valor y se animaron a subirla para acompañarle hasta el cementerio, donde la familia realizó el sepelio en la más estricta intimidad.