entrevista con la Escritora

Ana María Matute: "Me horroriza la idea de que me puedan enterrar viva"

La trayectoria literaria de Ana María Matute ha recogido frutos tan prestigiosos como el Premio de la Crítica, el Nacional de las Letras, el Nacional de Literatura, el Nadal o el Planeta. Ocupa el asiento de la letra K en la Real Academia Española y, a sus 85 lúcidos y traviesos años,  la autora barcelonesa trabaja en una nueva novela.

La autora de 'Olvidado rey Gudú' reúne todos sus cuentos, escritos entre 1947 y 1998, en 'La puerta de la luna' (Destino)

ANNA ABELLA
BARCELONA

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Sentada en el sofá de su casa de Barcelona, entre cientos de libros que la rodean surge una casa de muñecas. «Esta es comprada. Antes las hacía yo, pero he perdido pulso», se lamenta Ana María Matute para en seguida guiñar traviesamente un ojo y en tono misterioso y cómplice, añadir, «pero dentro no hay muñecas, yo la lleno de gnomos..., los veo por la calle, los oigo, unos son buenos pero los hay muy malos...». A sus 85 años, esta maga de las letras, que opina que «envejecer no está tan mal» pese a sus 11 visitas al quirófano, sigue siendo embajadora de la infancia y la fantasía tan presentes en su obra.

-'La puerta de la luna', además de un cuento que da título al libro, era un refugio de la infancia.

-Íbamos allí de niños. Había unas rocas que parecían castillos, tenían un aire tan mágico… Era un lugar elevado desde donde se veía la casa y se oía perfectamente lo que decían abajo.

-Iba para estar sola.

-A los niños les gusta estar solos y crear su mundo, sus fantasías. Si ahora no pudiera estar cada día una o dos horas sola me moriría. Hablarte, pensar sobre tu vida, sobre por qué eres así, es importantísimo. No podría escribir sin esas horas de reflexión.

-¿El cuarto oscuro en el que la metían de niña era como esa puerta?

-Síííí. Allí me imaginaba cosas y, ¿sabe lo del terrón de azúcar? Llevaba uno, lo partí en dos y surgió una llama azul, ¡¡¡era maga!!! La infancia es un estado mágico, como la vida.

-¿Le gustaría hacer una travesura?

-No. Pero sí hacerme invisible, porque conocería más cosas en profundidad y así podría escribir mejor.

-No se cansa de repetir que aún lleva dentro la niña que fue.

-Todos llevamos dentro el niño que fuimos. Muchos no se dan cuenta, yo sí. Mi infancia me marcó mucho.

-Coincidió con la guerra civil, que está en muchos de sus libros.

-Tenía 11 años cuando estalló la guerra incivil, como bien dicen algunos. Uff, si tuviera que contar... Yo procuro olvidar lo malo y recordar lo bueno.

-¿Han cambiado las cosas?

-Nada. La maldad sigue existiendo, el odio, el ansia de poder, la envidia, tremenda envidia... también el amor y las buenas gentes. Pero mientras el ser humano llore no habremos conseguido gran cosa y aún se derraman muchas lágrimas.

-Y con la posguerra vino la censura.

-La censura no la inventó Franco, pero él hizo filigranas. Era detestable, fue una de las épocas más negras de mi vida. Ser escritor es contar cosas y no poder hacerlo es terrible. Luego, como lo pasé muy mal económicamente cuando me casé con mi primer marido y vivía solo de la literatura, que te prohibieran era... Comimos tantas veces gracias a estos cuentos... [señalaLa puerta de la luna].

-¿Es una superviviente?

-La verdad es que sí, he luchado mucho. Soy una pionera, he roto muchos hielos. Me siento orgullosa pero también veo que ya no tengo la fuerza que tenía. Confío mucho en mí. Yo estaba muy segura de que la censura era negativa, de que la mujer estaba muy mal tratada y lo vivía en propia carne, pero sabía que tenía razón y eso da mucha fuerza. Era una época en que la mujer estaba supeditada al hombre. Yo no me dejé. Solo me quejo de que mis padres no me dejaran ir a la universidad. Quería estudiar Filosofía y Letras.

-Con 19 años presentó su primer manuscrito en la revista Destino y en seguida le publicaron el primer cuento. La vocación venía de antes.

-Nací siendo escritora. Ya de pequeñita escribía. El libroCuentos de infanciarecoge los que escribí entre los 5 y los 12 años, y con ilustraciones mías. Siempre me ha gustado dibujar.

-Se los guardó su madre, ¿no?

-Sí, en una caja de zapatos que me dio cuando me casé. No sabía que los guardaba. Me reveló un aspecto de mi madre que no conocía. No pensaba que tuviera esta devoción por lo que yo escribía. Era una mujer castellana, severa, mi padre era un catalán muy mediterráneo. Cuando la descubrí nos hicimos muy amigas. Pero murió. Esas cosas pasan.

-La muerte está en su obra. ¿La teme?

-Me ha inquietado mucho y me sigue inquietando porque cualquier día viene a por mí y me dicecap a casa, ja, ja. Me da miedo no saber si hay algo después. Espero que sí. Y me horroriza la idea de que me entierren viva, ay, ay. Quiero que me quemen. He leído demasiados cuentos de Poe.

-¿Por qué el cuento en España está poco considerado?

-Quizá por una política literaria mal llevada. Todos los grandes escritores han escrito cuentos. Aquí se empieza a cambiar de opinión. Es como la literatura infantil, que parece de segunda categoría. En los países nórdicos, el mundo anglosajón o el germánico están muy bien considerados.

SEnDOlvidado rey Gudú aúna sus experiencias y sus obsesiones.

-Sí. Es el libro que siempre quise escribir. Mi predilecto. Ahí está la edad media. Me apasiona quizá porque los cuentos de hadas, príncipes y princesas que oía de niña, los de Perrault, Andersen, los Grimm, venían de ahí. Y el bosque… Me escapaba al bosque. Allí tenía tres amigos: un roble grande (el abuelo), el amigo y el otro.

-¿Qué le emociona?

-El ser humano. Siempre me ha emocionado, sorprendido e indignado.

-¿Qué le ilusiona?

-Vivir. Ver a mi hijo hacerse mayor, y a mi nuera. Y me apasiona la lectura, no puedo vivir sin leer. En cambio la política no me interesa.

-¿Qué le irrita, molesta, enoja?

-La injusticia. Y la crueldad. El desprecio por la vida del otro.

-¿Y qué le hace reír?

-Muchas cosas. Tengo sentido del humor, me río mucho. La risa alarga la vida y suaviza las enfermedades.

-¿Qué hay del Premio Cervantes? ¿Cree que por fin se lo darán?

-No sé, no escribo para que me den premios pero me haría una enorme ilusión. ¡Ojalá! Dicho de forma cursi sería una coronación, un gran premio al trabajo y la vocación de toda una vida. Sería un final muy bonito. Porque pocos años me quedan ya.