crónica
Un 'chéjov' de aire 'felliniano'
Julio Manrique entra como director en el Romea con una arriesgada versión de 'L'hort dels cirerers'
Tantos elogios provocaron sus direcciones precedentes en salas de menor calado que el salto a un gran escenario, como el Romea, de Julio Manrique había despertado gran expectación en el mundillo teatral catalán. Y a esa alternativa en una plaza de primera se añadía el hecho de que se producía en un teatro del que será su director artístico a partir de la próxima temporada. Pues bien,L'hort dels cirerers de Julio Manrique no decepcionó, por supuesto, pero tampoco dejó el gran sabor de boca que todos los asistentes al estreno probablemente esperaban.
Si hasta ahora había dirigido textos anglosajones contemporáneos, Manrique eligió esta vez un clásico, unchéjov,eso sí pasado por el tamiz de David Mamet, autor de referencia para el actor y director barcelonés. La versión resta trascendencia y carga social al retrato de la decadencia de la clase aristocrática rusa a finales del XIX, cuando Rusia atisbaba los albores de un cambio drástico de su sociedad porque el régimen zarista agonizaba. Mamet renuncia a la retórica en beneficio de aumentar el tono de comedia, llevado casi hasta la farsa, de los apuros de una familia que se ve abocada a vender su finca por las deudas acumuladas.
CONFUSIÓN Y VALENTÍA / Manrique ha querido convertir a los personajes de esa familia en unos friquis, y los ha dotado de un aire «felliniano», según sus palabras. Pero esa apuesta casi resulta vodevilesca, con mucha actividad en la escena, lo que puede llegar a provocar confusión en algunos momentos. En el arranque, por ejemplo, la trama no fluye con ajustada precisión. Manrique ha apostado por una puesta en escena valiente para un montaje con 12 personajes que rompen la cuarta pared con mucha frecuencia, que se mueven por el Romea a sus anchas. Incluso uno de ellos, la alocada institutriz Charlotta (Sandra Monclús), llega a interpelar directamente a un espectador al que le pregunta su nombre. Pero no tenemos noticias de todos con la misma claridad, lo que puede resultar perjudicial para espectadores no iniciados en esta obra de Chéjov.
Lo que no se le podrá reprochar a Manrique es que ha querido entrar en el Romea con una propuesta ambiciosa, a lo grande. Como lo es la impactante y profunda escenografía de Lluc Castells, detallista hasta el extremo, y con una capacidad para transformarse tan sorprendente como instantánea. El amplio reparto mantiene el buen tono interpretativo que define los trabajos de Manrique, pero sin la finura extrema de propuestas anteriores. Entre todos alimentan el tono de farsa que imprime Mamet a la pieza de Chéjov y que probablemente la acerque a esos espectadores que han seguido fielmente a Julio Manrique desde que debutó como director. H
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