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BEATRIZ DE MOURA

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El Papa nos visita, y nos preparamos para recibirle como, dicen, se merece. Al parecer representa en la tierra al dios de los católicos apostólicos romanos, fieles de la religión no solo más populosa del mundo, sino la más rica.

Se murmura que se trata de una visita efímera con el único fin de inaugurar una iglesia empezada en los primeros años del siglo XX por un genio incomparable, entonces incomprendido, burlado y vilipendiado, y ahora convertida por geniecillos sin duende en un gigantesco y fabuloso símbolo más del parque temático en el que se ha convertido esta ciudad nuestra. Todo está haciéndose con rapidez, eficacia y esmero para que nada falle en el último momento: la tuneladora que removía las entrañas de la tierra a pocos metros de los fundamentos de la iglesia (¿catedral, basílica?) para dar paso al futuro tren de alta velocidad acaba estos días de superar con éxito el peligroso tramo, y el nuevo hangar monumental de Iberia ya se encuentra dispuesto para acoger la multitudinaria despedida del Papa másfashionque la Iglesia ha dado desde aquel malhadado y temiblePío XII. Todo cuadra.

¿Somos los ciudadanos de Barcelona realmente dignos de semejante gracia? ¿Y estamos los ciudadanos de Barcelona, en estos tiempos de gran penuria, preparados para acoger con el debido decoro a semejante pontificia presencia? Nunca lo sabremos a ciencia cierta, porque, cuando un Papa anuncia que visita, aunque sea brevemente, un lugar, santo o no, suele producirse una y otra vez el más popular de los prodigios: el de la multiplicación de los panes y los peces. O sea que, más allá de cualquier escasez por profunda que sea, de repente y como por arte de magia, fluyen de las endeudadas arcas públicas la abundancia y la opulencia propias de tan supremo prelado.

Entretanto, la agnóstica que soy y tal vez algunos creyentes de otros dioses, también ciudadanos de Barcelona, dignos todos de la misma tolerancia, nos consolamos como podemos: un representante local de la Iglesia de Roma aseguró en la tele que los gastos de las visitasurbi et orbisuelen quedar ampliamente compensados por los ingresos que genera toda atracción pública capaz de convocar a grandes masas consumistas.

Así sea, pues.