Crónica

La 'Carmen' de Bieito agita el Liceu

El público recibe con más adhesiones que rechazos el montaje de la ópera de Bizet

Un momento de la representación de 'Carmen', según Calixto Bieito, con la mesosoprano Béatrice Uria-Monzon en primer plano.

Un momento de la representación de 'Carmen', según Calixto Bieito, con la mesosoprano Béatrice Uria-Monzon en primer plano.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL
BARCELONA

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Once años después de su estreno en Peralada, la versión de Carmen de Calixto Bieito impactó y agitó anoche al Liceu. La interpretación que el director hace de la ópera de Bizet fue acogida al final con más muestras de adhesión que de rechazo. Durante la función, no hubo ninguna reacción contraria ante las escenas más chocantes del montaje. El público premió con bravos y aclamaciones el trabajo del reparto, encabezado por Roberto Alagna y Béatrice Uria-Monzon, y el de la orquesta y coro del teatro y el Cor Vivaldi, dirigidos con buen pulso por Marc Piollet.

El presidente de la Generalitat, José Montilla; el conseller de Cultura, Joan Manuel Tresserras: el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu; y el líder de CiU, Artur Mas, no quisieron perderse la función inaugural de la temporada de ópera. También había muchos rostros conocidos de la cultura, como Xavier Albertí, Carmen Portacelli y Maruja Torres. Al final, nadie se quedó indiferente, porque con independencia de los discrepantes, la propuesta de Bieito tiene fuerza y personalidad. Y se aproxima al mito de la gitana universal alejándola del folclorismo y de tópicos como el de la mujer fatal. Es una recreación de gran componente social y muy ligada a la actualidad de temas como los conflictos fronterizos, el racismo y la violencia de género.

Esta es una Carmen dominada por la emocionalidad, que intenta ser libre pero está sometida a ataduras de las que no se puede desprender. Una mujer situada en la frontera, ese abismo de autodestrucción física y moral. Es un lugar despiadado y brutal que cuando la cruzas ya no puedes volver. Por eso la obra está ambientada en los 70 entre Ceuta y Marruecos, donde Bieito ha encontrado el imaginario para su potente dramaturgia.

El mayor espacio del escenario del Liceu ha permitido dar más juego y mayor profundidad a la producción, con una mejorada luminotecnia y algunos retoques en el vestuario realista. También se han incorporado los coches Mercedes con los que los contrabandistas traficaban sus mercancías. Son pequeños detalles que permiten mantener la esencia, pero no alterarla más allá de los ajustes lógicos tras 10 años de rodaje por los teatros europeos.

En la escena no hay ni un segundo de respiro. La contundencia de los símbolos sacudió al coliseo. Particularmente llamativas resultaron la gran bandera española ondeando en el cuartel de la Legión, primero izada y después convertida en una toalla. Tampoco faltó el toro de Osborne desmontado ante el público, que puede advenir un elemento para avivar la polémica de la prohibición de los toros en Catalunya.

Un vulgar oficial manoseando a una gitana entre legionarios, en una escena apenas perceptible, refleja refleja los abusos de quienes detentan el poder, en este caso militar. Y hay sugestivas imágenes como las de Carmen cantando en una cabina de teléfono y la poética del torero lidiando desnudo. Están muy logradas las escenas de la cigarrera con los contrabandistas, la llegada triunfal del torero Escamillo y es extraordinario el dúo final, en un escenario desnudo, de los dos protagonistas.

La meso Uria-Monzon compone, con tensión dramática y un elegante fraseo, una espléndida y sensual Carmen. Un Alagna más maduro hace un alarde interpretativo, como cantante e intérprete, de su Don José. Fue muy aplaudido en la interpretación del aria de la flor. Una también aclamada María Bayo se luce como Micaela, con una recreación sin fisuras, y Erwin Schrott da vida a un convincente Escamillo. El equilibrado reparto sintoniza a la perfección con la cañera puesta en escena de Bieito.