COMEdia

El Poliorama recupera el infalible 'Mètode Grönholm'

De izquierda a derecha, Lluís Soler, Jordi Diaz, Jordi Boixaderas y, sentada, Roser Batalla, en el Poliorama.

De izquierda a derecha, Lluís Soler, Jordi Diaz, Jordi Boixaderas y, sentada, Roser Batalla, en el Poliorama.

IMMA FERNÁNDEZ / Barcelona

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La historia empezó en mayo del 2003 en la pequeña Sala Tallers del Teatre Nacional de Catalunya. Se estrenaba una obra del proyecto T6 sobre creación textual contemporánea: El mètode Grönholm. El autor, Jordi Galceran, y Sergi Belbel, director del montaje y hoy del teatro público, espiaban desde el bar, con la oreja en la platea y el corazón en un puño. Belbel no lo veía claro: «Días antes nos entró una crisis tremenda. No acababa de funcionar, no nos hacía gracia, no sabíamos si suprimir la escena de los sombreros...».

Pero aquella noche, entre copas y humos, la zozobra se fue esfumando hasta estallar el júbilo. «¡Flipamos al oír cómo reían y aplaudían!», recuerdan hoy ambos, siete años después de aquella velada en la que vio la luz el mayor éxito de la dramaturgia catalana, previsto inicialmente para apenas 12 funciones. «Fue una sorpresa y una gran alegría. Nos preguntamos de qué reían tanto. Y es que si bien hay momentos de comedia, en general es una historia bastante oscura, dura y humillante», sostiene el autor. «Esa es la magia del teatro; lo impredecible del resultado. ¡Era perfecta!», tercia Belbel.

No se lo esperaban, pero al público le dio por reírse de aquellos cuatro ejecutivos trajeados -Lluís Soler, Jordi Diaz, Roser Batalla y Jordi Boixaderas- capaces de enfangarse en el lodo del mayor ridículo y escarnio por conseguir un puesto de trabajo. Un retrato ácido de la feroz competitividad laboral que vuelve por cuarta vez a Barcelona, al Teatre Poliorama, donde permanecerá hasta el 13 de febrero.

SIN ESCRÚPULOS / Regresa con el mismo reparto, el mismo texto y las mismas miradas y complicidades. Solo ha variado la escenografía -más moderna- y el vestuario. Los actores apenas han necesitado una semana para «rebobinar en el disco duro», en palabras de Batalla, y meterse de nuevo en el pellejo de unos personajes sin escrúpulos que se destripan sin piedad. Así es el método de selección de personal ideado por Galceran que, a su juicio, permite una «segunda mirada» a los que ya conocen el desenlace.

Ha llovido tanto y tan mal desde el estreno de la obra que ahora, aduce el autor, si tuviera que escribirla la haría diferente. «Entonces todos éramos ricos, había ejecutivos que ganaban 20.000 euros y se mataban por ganar 25.000. La ambición humana no tiene límites. Hoy hablaría de cuatro licenciados con másteres luchando por un contrato».

«Cuando una obra funciona, no cambies ni la moqueta». Eso le dijo, hace ya cinco lustros, Paco Morán a un joven Galceran que hacía sus pinitos sobre el escenario. «Salimos de gira con Media naranja, medio limón. Falló un actor y me dieron el papel sin tiempo de ensayarlo. Yo temblaba allí arriba... Esa fue mi gran experiencia teatral», rememora. Pronto cambió de rumbo, se bajó de las tablas y sacó la pluma. Urdió Paraules encadenades, Dakota, Fragile, Carnaval, Cancún... «Me gustan las comedias donde hay dolor, se habla de cosas duras y se sufre». Guarda una en el cajón a la espera de que algún osado productor se decida. «Trata del terrorismo etarra. De momento, todos la han rechazado, tienen miedo, pero aún confío en que alguien se atreva a hacerla».