Los recuerdos

Sus canciones huelen a tierra

Marina Rossell

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Conocí al abuelo allá por el año 1974. Me lo presentó Ovidi Montllor, al que tampoco olvidaré nunca. Él publicaba su primer álbum en una discográfica catalana y Ovidi se lo prologaba. Se acercaba la transición y los tiempos eran revueltos.

Sus canciones huelen a tierra, son ásperas, amargas, emotivas, y en su piel llevan el ADN del lugar donde nació. Cantaba por la necesidad de decir algo, de trazar un hilo de afinidad con la gente, jamás lo vi cantar con indiferencia.

Era una bellísima persona, te hacia sentir bien a su lado, te permitía ser tú. Era un hombre cabal, transversal en su mirada hacia las cosas. Igual que Ovidi, Paco Ibáñez, Moustaki… Son músicos atemporales que no se han movido de sus principios.

Las canciones de Labordeta permanecen intactas al paso del tiempo, brillan, no tiemblan ni ahora ni cuando las compuso; por eso te hacen viajar al contar un mundo que de tan pequeño es inmenso, que de tan puro es universal. Con Jaume Sisa fuimos a visitarlo a Zaragoza y en el AVE ensayamos la jota Sierra de Luna: El Ebro guarda silencio al pasar por el Pilar/ la Virgen esta dormida no la quiere despertar. Queríamos arrancarle una buena sonrisa. Entramos en el salón de su casa y, sin cruzar palabra, ¡le cantamos la jota! Nos miró, se había emocionado, y muy serio nos dijo: «Habéis cantado bastante bien».

Ha sabido mirar la muerte a los ojos, la ha enfrentado con humor: «A mí me matarán los premios y tanto reconocimiento, no la enfermedad», decía con risas, pero también, pienso, con agradecimiento.

Te recordaré tal como tú querías y dejaste escrito: Recuérdame como un verano ido/ cómo un pájaro herido/ como un hombre sin más.

P. D.: Abuelo, el rey de España habló de ti. Más Buñuel, imposible.