EL GRAN NARRADOR DE LA CLASE MEDIA ESTADOUNIDENSE

John Cheever, ese 'mad men'

El cuentista y novelista John Cheever, en la mesa de trabajo de su casa de Ossining.

El cuentista y novelista John Cheever, en la mesa de trabajo de su casa de Ossining.

ELENA HEVIA / Barcelona

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Los creadores de la serie televisiva Mad Men no lo han hecho muy evidente, pero no pocos detalles reflejan el dato: una de las principales inspiraciones de su despiadado retrato de la Norteamérica de principios de los años 60 está en el universo literario de John Cheever. Y no es una casualidad, por ejemplo, que el domicilio de la familia Draper esté situado precisamente en Ossining, una localidad residencial a las afueras de Nueva York, que Cheever radiografió literariamente (la prensa le llamó el Chéjov de las afueras) y fue en sus 22 últimos años, el lugar donde el escritor escribió, bebió compulsivamente, arrastró una torturada bisexualidad, luchó a brazo partido contra el sueño americano, sufrió e hizo sufrir a su familia. Revalorizados y recuperados, tanto en castellano como en catalán en la última década, a los magistrales relatos y novelas del escritor se une ahora la monumental biografía de Blake Bailey, Cheever. Una vida (Duomo), que aparecerá en las librerías el próximo martes y que el pasado año obtuvo el premio del National Book Critics Circle. Y a mediados de octubre la editorial aragonesa Tropo anuncia Fall River, una colección de cuentos primerizos escritos entre 1931 y 1949, que aunque no sean de lejos lo mejor de su obra, ayudan a comprender mejor su evolución.

El artífice de la recuperación Cheever en España es sin duda el argentino Rodrigo Fresán, que ha firmado casi todos los prólogos a su obra. Antes era apenas el autor de El nadador, uno de sus grandes cuentos, que produjo la desoladora y simbólica película homónima protagonizada por Burt Lancaster.

DOCUMENTACIÓN ABIERTA / La minuciosa biografía de Bailey, 770 páginas de nada, se une a la de Scott Donaldson que no encontró traducción ni en castellano ni en catalán y tampoco el apoyo de la familia Cheever. Bailey ha podido hablar sin problemas con todos sus amigos, colegas y amantes de ambos sexos, ha tenido libre acceso a toda la documentación del autor (negada a Donaldson), cartas y documentos, y lo que es más importante a la totalidad, sin censurar, de las 4.300 páginas de apretado interliniado de su imprescindible diario - «un monumento del solipsismo tragicómico», como lo define John Bailey-, en todo caso una obra maestra del género en el que Cheever se muestra tan desprejuiciado como contradictorio. «Nací en una familia de medio pelo y, muy pronto en la vida, decidí colarme en la clase media, como un espía, para tener una posición de ataque ventajosa, pero creo que en algún momento me olvidé de mi misión y me puse a tomar demasiado en serio mis argucias», escribe significativamente en su diario.

Esa sensación, mezcla de sinceridad y mezquidad maceradas durante años en wishky, también la trasmite su biografía, un trabajo que le ha llevado a Bailey seis años completos de su vida y que puede leerse como una historia cheeveriana más, la cara B de las penurias de la familia Wapshot, protagonista de sus dos novelas más autobiográficas.

Hay muchas lecturas en el libro de Bailey. que tiene que desbrozar la realidad de la ficción en las fabulaciones del alcoholizado Cheever. ¿Le inició sexualmente su hermano mayor, Fred, como se desprende de su diario y de algunas lloriqueantes entrevistas? El novelista Allan Gurganus, que dio calabazas a Cheever pero mantuvo su amistad, sostiene que ese que «fue el romance erótico de su vida» mientras que el propio Bailey sugiere que la relación fue más bien una «fuente de ternura» negada por los padres.

También hace acto de presencia su amigo John Updike, que pronunció su sermón fúnebre y que muchos años después tuvo que tragar quina cuando descubrió que Cheever secretamente no lo admiraba tanto como escritor. Por cierto, que la última crítica de Updike en The New yorker fue precisamente la de esta biografía, a la que le puso el pero de incidir largamente en la profunda infelicidad del autor (piedra angular, por otra parte, de su literatura) y con la que aprovechó de nuevo para sentar cátedra de su profundo conocimiento de Cheever. Fue el último capítulo de la compleja relación aliñada con mucha insana envidia que vinculó a dos creadores, de parecido y torturado universo.

El libro es también la historia de una redención: «Me llamo John Cheever y soy alcohólico». El relato de un hombre atrapado en un matrimonio que con enormes baches llegó sorprendentemente unido (es un decir) hasta el final y en el que él también, y sobre todo, ejerció de verdugo: no le importaba alardear de sus conquistas -la actriz de Hollywood Hope Lang fue una de ellas- a la hora de la cena en familia. Y de cómo en sus últimos años logró el reconocimiento, el respeto de sí mismo y algo parecido a la felicidad.