DRAMA

'Submarino', qué asco de vida

N. S.

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Ha pasado mucho tiempo desde que el danés Thomas Vinterberg presentara en una película las credenciales del manifiesto-movimiento Dogma 95 a través de esa radiografía vitriólica de la burguesía danesa llamada Celebración, y desde entonces no ha dado muestras de ser capaz de igualar aquel éxito artístico. En ese sentido, Submarino no supone punto de inflexión alguno.

Vinterberg debió de pasarlo realmente mal con su proceso de divorcio -escribió la película basándose en su propio miedo a criar a sus hijos él solo-, dada la ingente cantidad de desgracias humanas acumuladas en este relato sádicamente sombrío de dos hermanos que viven, cada uno a su manera -uno es un broncas alcohólico; el otro parece un yonqui aparentemente sacado de una película de George A. Romero-, la culpa existencial derivada de una tragedia de infancia: infanticidio, alcoholismo, muchos chutes de heroína, violación, cárcel, gangrena y otros excesos de sal en la herida.

Estancados en sendos avernos personales, poca tensión narrativa logran generar los dos protagonistas más allá de la generada por la duda acerca de qué crueldad será la próxima en azotarles. Tanto abusa Vinterberg de la sordidez y el tremendismo caprichosos que, cuando no roza la parodia, su retórica llega a exceder realmente los límites de lo aceptable, sobre todo porque tanta miseria no parece ir acompañada de una finalidad temática. Puede que el objetivo de Vinterberg sea discutir los efectos potencialmente devastadores de una educación disfuncional, pero poco llega a revelar Submarino sobre el sufrimiento que retrata más allá del hecho de que existe, y de que mostrarlo en pantalla tiene una indudable pegada morbosa.