Actriz, directora y autora
Angélica Liddell: «¡No trabajo para que la gente se vaya del teatro!»
La española Angélica Liddell presenta hoy en el Festival de Aviñón 'La casa de la fuerza', sobre los feminicidios en México.
La indomable Angélica Liddell (Figueres, 1966) acude por primera vez al Festival de Aviñón –que abrió la noche del pasado jueves con el montaje Papperlapapp de Cristoph Marthaler– y presenta dos obras: El año de Ricardo (17, 18 y 19 de julio) y La casa de la fuerza, cuyas cinco horas de flagelación, cerveza y mariachis, con tres actrices de Ciudad Juárez, se verán en el Claustro de los Cármenes de la ciudad papal después de haber pasado ya por Gijón y Madrid.
–¿Qué representa para usted actuar en este festival, con toda la carga histórica que tiene?
–Aviñón está entre el tópico, el emblema y el mito. Vine hace 20 años en peregrinación como si fuera a ver a la Virgen a Lourdes (risas) y, desde entonces, mi relación con el teatro ha cambiado mucho. Por encima de lo que representa Aviñón, está la responsabilidad de mi trabajo.
–¿Pero aquí no viene todo el mundo que quiere?
–Agradezco muchísimo la invitación de Vincent (Archambault, codirector de festival). El equipo está ilusionadísimo. Somos 26 personas. Lo que pasa es que yo siempre estoy en conflicto con el teatro y con la idea de teatro. Me desenvuelvo muy bien guerreando y en la batalla… ¡He vivido muchos años ensayando en los túneles del metro!
–El diario Libération le dedica dos páginas y, en otros periódicos, la presentan como una de las artistas a seguir dentro del teatro del cuerpo…
–Claro, este festival admite la diversidad como algo normal. Para mí, el debate y los binomios vanguardia/tradición ya cansan un poco. Admitamos que cada uno tiene una manera de trabajar distinta y con la que el público se relacionará como quiera.
– ¿Qué tipo de reacción espera de este público?
–Nunca se sabe. En España ha sido muy reconfortante. El hecho de haber expuesto el fango que llevamos dentro, nuestros sentimientos más profundos, ha repercutido en los espectadores. Se han identificado con ese dolor,con esa pornografía del alma, que yo digo. Ha habido un encuentro, más que un desencuentro. ¡Yo no trabajo para que la gente se vaya del teatro!
–¿No va de provocadora?
–En absoluto. En la provocación creo que uno convoca la inteligencia. Es lícita en cuanto estás proponiendo el escándalo de la realidad. Pero el escándalo no está en el escenario, está fuera de él. La soledad es un escándalo… Con La casa de la fuerza he buscado la belleza y la exposición máxima del alma como enfrentamiento con el público de una manera muy descarnada, por supuesto. Pero creo que en ese despedazamiento de todos nosotros hay también un encuentro.
–¿Cuál fue la génesis de La casa de la fuerza?
–Bueno, a mí, los actores no me gustaban. Y, aunque acabé en la Escuela de Arte Dramático, me sigue repugnando el mundo de los actores. No me interesa venir hasta aquí para ver a la gente disfrazada, que algunos parece que hagan despedidas de soltero. ¡No soporto ese ambiente! Pero, después de muchos años, me he encontrado con gente con la que ya puedo trabajar.
–Y es el caso de la obra situada en México…
–Allí, encontré mujeres con ganas de gritar su indignación al mundo, su ira, gente que comprendió que yo trabajaba con la exposición máxima de los sentimientos. Me lo dieron todo. Y, entonces, me dije: ¡Me las traigo! Ahora vienen hasta con un bebé y una de ellas embarazada de siete meses.
–¿Son actrices?
–Las conocí en un taller de teatro que di en Pachuca. Una de ellas es bailarina, pero la situación en México es realmente precaria. Vienen de Chihuahua, uno de los estados más peligrosos del país. Aunque llevan una verdad dentro que hace que no necesiten ser digidas. La verdad es que no le sabría decir si los que estamos en el escenario somos actores o no lo somos. Pero, cuando terminamos de representar La casa de la fuerza, mi impresión es que no somos actores.
–¿Le sucede lo mismo con El año de Ricardo?
–No. En El año de Ricardo sí que reconozco que hay un trabajo de actor, puro y duro.
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