NOVEDAD

Marta Sanz subvierte el género negro con 'Black, black, black'

ERNEST ALÓS
BARCELONA

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pongamos que un premio literario lo gana el que lo tenía que ganar (Manuel Gutiérrez Aragón) y queda finalista una buena novela (Providence, de Juan Francisco Ferré). ¿Qué hace el jurado entonces con el otro buen original que se les queda encima de la mesa? Lo que hizo el del último premio Herralde conBlack, black, black, la obra presentada por Marta Sanz (Madrid, 1967), una novela negra que al mismo tiempo subvierte las reglas del género criminal: recomendar su publicación (consejo que Anagrama ha seguido), vehementemente y por escrito.

El título remite al género negro pero también al balbuceo, albla, bla, blaque queda cuando la repetición hace que el significado de las palabras se pierdan. La reiteración a la que la autora se refiere es la de los recursos del género negro, la que hace, dice Sanz, «que se pierda su potencia crítica». EnBlack, black, blackaplica este potencial al racismo, a las rencillas entre los vecinos de toda la vida y los recién llegados a un barrio que se pone de moda y a la estrechez de miras que respira una escalera de vecinos del Malasaña donde vive la autora. En la novela de Sanz, el detective homosexual Arturo Zarco (una respuesta a la tradición, dice, «pichabrava» de los Marlowe y demás) debe investigar la muerte de una joven. Lo contrata la familia de la víctima, convencida de que el responsable de la muerte solo puede ser «el moro» con el que estaba casada.

RESENTIDA CON LARSSON / EnBlack, black, blackhay tresblacks, tres partes. La primera la narra el detective, que Sanz no descarta convertir en protagonista de una serie.Black IIes el diario de una de las vecinas de la escalera. Y enBlack IIIentra en juego la voz de la exmujer de Zarco, que acaba resolviendo el caso. «Introduzco el diario porque quiero suspender el proceso lector y detener la intriga», explica Sanz, en un acto de rebeldía contra «la enfermedad de la literatura que supone considerarla solo como un espectáculo de entretenimiento cuando ha de hacer reflexionar». Marta Sanz, finalista del Premio Nadal en el 2006, confiesa mantener una «relación de amor y odio» con la novela criminal. Seguidora, confiesa, de colegas como Chirbes, Rosa y Gopegui, en un plato de la balanza, el del amor, pone la profundidad psicológica de Highsmith y Simenon, la contundencia de Hammet, Chandler y McCain, el compromiso crítico de Vázquez Montalbán, Juan Madrid o González Ledesma… En el otro, el del odio, están «las novelas en las que las leyes del mercado se han infiltrado en los esquemas del género y que tratan a los lectores como clientes», que hacen que estos «se sientan encantados de quedar seducidos por la lectura, encontrando solo gratificación en lugar de preguntas»; los productos «en que la crítica social se convierte en algo exótico, en confabulaciones alejadas de las mezquindades reales ». Para que no quede ninguna duda de a qué se refiere Sanz: leer de un tirón las tres novelas de Larsson fue, para ella, «una experiencia aterradora». «El rey está desnudo», dice. Y es «políticamente correcto» cuando lo que Sanz pide a la novela negra es que sea «correctamente política».