Gorka Merchán explora los tabús sobre ETA en su primera película

CRISTINA SAVALL / ZARAUTZ

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Gorka Merchán (San Sebastián, 1976)  titula su primer largometraje con el nombre del poema más recitado de Gabriel Aresti. La casa de mi padre surge de sentidos versos y del compromiso "ético" de afrontar, según sus palabras, el conflicto vasco y el terrorismo que impone ETA con la certeza de que "la violencia y el odio no llevan a ningún lado".

El director se acerca a "un tema tabú" desde el dolor de una familia rota por el abismo político: el hermano menor está amenazado por negarse a pagar el impuesto revolucionario y el mayor, que milita en la izquierda aberzale, es padre de un activista de la kale borroka.

EL FIN DE LA TREGUA

El rodaje, que transcurre por aldeas alejadas de Guipúzcoa, comenzó el 7 de junio, dos días después de que ETA rompiera la tregua. "Fue un golpe moral", asegura Iker Monfort, coproductor de esta película, que cuenta con Juan José Ballesta, Verónica Echegui, Emma Suárez y Carmelo Gómez, actores muy solicitados en estos últimos meses. Tras anunciarse el fin de los días de tregua, los permisos concedidos por los ayuntamientos, de repente, comenzaron a caer. "Se complicó. Los actores, lógicamente, se asustaron. Nadie va a venir a pegarnos un tiro, pero sí que pueden aparecer con gritos y pancartas. Por eso vamos con cuidado", señala.

En una de estas escenas canceladas debía estallar un autobús en medio de San Sebatián. "Ahora, por cautela, el cabildo no se atreve a darnos el permiso. La gente se pensaría que es un atentado real". Monfort comparte la producción de La casa de mi padre con una empresa catalana, Media Films, y otra madrileña, Videntia Frames. Cuando hace tres años les llegó el guión, se plantearon la posibilidad de rodar en Cantabria. "Y llegó el milagro: ETA anuncia alto el fuego, y pudimos afrontar la preparación del rodaje con tranquilidad y total libertad creativa."

Una de las secuencias más complicadas tiene como escenario el cementerio de Zarautz. Las cámaras, por un día, acompañan a las flores e ikurriñas en este paraje marcado por los agravios y sufrimientos. Gorka Merchán capta los lloros de Emma Suárez y Verónica Echegui a escasos pasos de la tumba de Jon Paredes Manot, Txiki, militante de ETA fusilado en 1975 por el franquismo. Cerca se encuentra el panteón donde la banda terrorista escondió hace seis años un artefacto explosivo con el fin --fallido-- de atentar contra dirigentes del PP en un homenaje en memoria de José Ignacio Iruretagoyena, el concejal de derechas asesinado en 1997 por ETA.

LOBOS, USURA Y ARMAS

"Hay demasiado odio en esta tierra. Algunos se han convertido en lo que más odiaban, en lo mismo contra lo que empezaron a luchar", dice el director, convencido de que la historia que plantea no gustará "a ningún extremo". Nada que ver, según él, con El lobo o Gal. "El dolor no es exclusivo de nadie. Toda la sociedad vasca es víctima y a la vez culpable, algunos por omisión. ¿No es igual de asesino un etarra que un policía? Matar deslegitima cualquier postura". Como el poema de Aresti, su película habla de lobos, usura y armas.