Última huella de la misa oficiada en plena calle

La Creu de la Trinitat Nova marcó durante tres años el lugar de las ceremonias dominicales

Palamós con Favència 8La cruz que marcaba el lugar para el culto.

Palamós con Favència 8La cruz que marcaba el lugar para el culto.

ANNALISA PALUMBO
BARCELONA

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Pasa desapercibida a la mirada de los pasantes, pero la Creu de la Trinitat Nova lleva 54 años vigilando  la vida del barrio homónimo. Ha sido un símbolo de cohesión social, de fe y de determinación.

En la época en que en Trinitat Nova no había iglesias, los habitantes del barrio tenían que desplazarse hasta las parroquias cercanas. El documentalista e historiador del Arxiu Històric de Roquetes-Nou Barris Ricard Fernández Valentí cuenta que a menudo se tenían que recorrer accidentados caminos que se embarraban los días de lluvia.

Con la fundación de la parroquia de Sant Josep Obrer, en 1959, provisionalmente se empezó a celebrar misa en una tienda acondicionada como iglesia. El local era suficiente para las celebraciones de los días laborables, pero en cambio para las misas de los domingos no había suficiente espacio. Así, los responsables de la parroquia  decidieron trasladar las funciones religiosas de los festivos a un descampado en el cruce de la calle de Palamós con la calle de Favència.

Sin protección

Para señalar el sitio, en 1960 se plantó una sencilla cruz de hierro. A sus pies cada domingo los fieles colocaban el altar. «Los ancianos traían sillas para sentarse durante la misa y los más jóvenes nos sentábamos en el suelo», cuenta Antoni, vecino del barrio. El monaguillo anunciaba el inicio de la ceremonia tocando una campana por las calles.

La Creu de la Trinitat Nova no está catalogada  como un elemento patrimonial barcelonés. Si el ayuntamiento quisiera, podría destruirla. Desde el Arxiu de Roquetes-Nou Barris se reivindicado su tutela, ya que es el único ejemplo de la época en que las misas se celebraban en la calle. Y también el símbolo de una parroquia más social. Durante el franquismo, las parroquias más pobres conseguían acercarse realmente a los problemas de los fieles. El primer párroco, Mosén Armengol, consiguió mejoras sociales: una guardería, una escuela con nombre de la parroquia, viviendas para pobres y bibliotecas. Según Fernández, «las iglesias del barrio eran más pobres, no tan adictas al régimen franquista y más cercanas al pueblo».