La contaminación en el Metro de Madrid

Polvo metálico en la estación del 'Atleti'

Juan José Fernández

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Un sencillo experimento acredita lo fundado de uno de los temores que se han acentuado entre los trabajadores del Metro de Madrid desde que estalló la crisis del amianto: las partículas metálicas en suspensión de la estación de Estadio Metropolitano. EL PERIÓDICO las ha buscado, y las ha detectado entre los viajeros, en el vestíbulo que usan a diario para ir y venir a sus trabajos, o los fines de semana, cuando acuden a los partidos del Atlético de Madrid, pues esta es la estación que da acceso al estadio Wanda rojiblanco.

Basta juntar tres imanes domésticos de mediana potencia, cubrirlos con un plástico fino y pasarlos muy cerca de los rincones y muebles del vestíbulo. Las partículas metálicas depositadas a lo largo del día en la estación se quedan pegadas, e impregnan el pañuelo tras limpiar los imanes, como se aprecia en el vídeo.

El polvo fue recogido sobre un armario y en una moldura metálica aparentemente limpios, tras el paso de los empleados de la limpieza. En el aluminio recientemente limpiado las partículas no se ven a simple vista, pero están y se pegan al imán.

Manchas negras

Los últimos acontecimientos de la crisis del amianto en el Metro de Madrid, con el fallecimiento de un enfermo y la detección de un nuevo afectado, desbordan la inquietud de los trabajadores del suburbano madrileño por una doble vía: por un lado, paros parciales de protesta por la insalubridad de las condiciones de trabajo; por otro, poniendo de nuevo de relieve en sus conversaciones las historias en que fundamentan sus temores. Historias como esta.

La estación Estadio Metropolitano, de la Línea 7, es modernísima, pero en la plantilla de Metro de Madrid se ha convertido en un destino que evita todo el que puede, pues a la instalación le afecta un extraño mal: aunque pasen por allí el doble de brigadas de limpieza que las demás, hasta cuatro al día; y aunque ofrezca a la vista un aspecto deslumbrante, por todos los rincones de la estación se desposita una fina capa de partículas de metal cuya procedencia se ignora.

El polvo metálico  no es amianto. Se trata de un material perceptible con el tacto y a simple vista en los lugares de poco acceso. Fuentes de la plantilla de esa estación relatan como, en áreas no transitadas, accesibles solo a los trabajadores, el polvo es tan abundante que, al pasar, en el suelo se quedan marcadas las huellas de los zapatos. En días de especial incidencia de esta lluvia metálica -porque no todos los días son iguales-, antes de la llegada de las brigadas de limpieza con sus aspiradoras, el suelo se torna resbaladizo. Unos días más que otros, una neblina de polvo se hace visible en las bocas de túnel.

Ese polvo en suspensión provoca problemas de mantenimiento. Las tripas de las máquinas expendedoras de billetes y las de los tornos de acceso han de ser limpiadas con más frecuencia que las de las otras estaciones, como ha podido comprobar EL PERIÓDICO in situ. Y las cintas de nylon separadoras se recargan de una especie de hollín. Pero no es carbón, sino metal en pequeñísimos pedazos, el mismo que se deposita en las oficinas y vestuarios, en las taquillas y hasta en los ganchos metálicos de las perchas.

Fue de hecho en una taquilla donde los trabajadores comprobaron la intensidad del fenómeno, al dejarse uno de ellos un imán y aparecer, a la mañana siguiente, un círculo oscuro de partículas metálicas pegadas a la chapa. Metro de Madrid encargó un informe científico al laboratorio IPROMA en 2016.

El estudio, del que informó EL PERIÓDICO, reseña que, el polvo "a pesar de limpiarse diariamente, y de realizarse limpiezas integrales de mayor consistencia, vuelve a aparecer". Ese polvo está formado por plomo, zinc y otros metales considerados de "elevada toxicidad", pero los autores del análisis concluyeron que "no se han encontrado elevadas concentraciones que puedan suponer un riesgo de exposición laboral".

Un integrante de la plantilla de la estación, que sorprendió a EL PERIÓDICO cuando realizaba la prueba, repone receloso: "Puede que no pase nada por respirarlo un rato, pero llevarte esto a los pulmones ocho horas diarias y 260 días al año no debe ser nada bueno".