Álvaro Cervantes: "El AVE está lleno de actores catalanes que vamos y venimos de Madrid"

INÉS ÁLVAREZ / Barcelona

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Álvaro Cervantes (Barcelona, 1989), el actor que daba vida a Pollo en la taquillera 'Tres metros sobre el cielo', vio nacer su pasión por la interpretación cuando de niño le llevaban a ver espectáculos de marionetas y payasos. De hecho, él quería ser un 'clown' y el histriónico Jim Carrey era su referente. Pero tras sus comienzos en 'Abuela de verano' (TVE-1), con solo 14 años, ha ido encadenando series y filmes en los que suele dar vida a seres atormentados y misteriosos. Actualmente lo vemos en A-3 TV, en la serie 'El corazón del océano', de la que hoy se emite el último capítulo, y pronto estrenará nueva serie, 'Hermanos', en Tele 5.

–Menuda aventura han vivido en 'El corazón del océano'...

–Realmente es una serie de aventura en toda regla y de mucha acción. Como 'Luna, el misterio de Calenda' se rodó después, esta fue la primera en la que hice tanto trabajo físico: saltar muros, cabalgar, pelearme... Unos elementos propios del cine y muy vinculados con el juego del niño en el patio. Poderlo hacer de verdad resultó muy gratificante.

–El rodaje debió de ser durísimo.

–Lo fue en cuanto trabajamos muchas horas durante dos meses. Pero el entorno fue tan especial, hicimos tanta piña, que fluyó de principio a fin. Sí que había condiciones, como el calor, que para las actrices, que iban con corsés, eran duras...

–Usted iba más fresquito, claro.

–Sí, pero al ir siempre con sandalias por la selva también pasan cosas. Me hice una pequeña heridita en el pie y, con el fango, se me metió un parásito que genera como una larva que hace un recorrido muy vistoso. Y viví situaciones tensas con caballos, ya que los de aquí están acostumbrados, pero aquellos no se dejaban montar tan fácilmente.

–Sabía a lo que se enfrentaba, ¿no?

–Sí, y me gustó mucho que coincidiera la realidad y la ficción, ya que también estábamos viviendo una aventura: en un hotel perdido en medio de un parque natural, con lo básico...Y la comida era muy limitada: arroz, pollo y patacón. Pero disfrutamos y estuvimos muy unidos.

–¿Ayudó la juventud de equipo?

–Sí, yo tuve un reencuentro muy grande con Clara Lago, con la que había trabajado en El juego del ahorcado. Ha sido muy bonito volver a trabajar tan cerca en una trama principal. Y luego está el descubrimiento de otros compañeros, sobre todo Ferran Vilajosana. Como les pasa a nuestros personajes, nos hemos hecho muy buenos amigos. Comenzar una escena con una amiga, Clara, a caballo, con los primeros rayos de sol y en un paraje increíble fue una experiencia casi religiosa... A partir de ahí todo el rodaje se mantuvo en ese nivel.

–En 'El juego...' ya habían roto el fuego de las escenas eróticas.

–Sí, ya tienes una confianza. Has vivido muchas cosas y es un vínculo que, si lo alimentas mínimamente, es indestructible. Es una de las cosas que más me emocionan en este trabajo: las relaciones que puedes establecer. Tienes que decir las cosas, aunque sea en un marco de ficción, con mucha verdad y mostrarte tú, lo que hace que tengas menos barreras y las relaciones fluyan.

–Es una serie de época, pero no tanto como 'Ermessenda', donde hacía de Ramon Berenguer.

–Se habló de no ir a buscar la época, porque las situaciones y los personajes ya estaban muy impregnadas de ella. Viviríamos con la naturalidad y humanidad que correspondía. Dejaríamos un poco de lado cualquier tipo de construcción en el lenguaje que pudiera distanciar al espectador y a nosotros mismos.

–Alonso no es un personaje tan atormentado como a los que nos tiene acostumbrados: en 'El juego del ahorcado'; 'Punta Escarlata'; 'Luna, el misterio de Calenda'... 

–De alguna manera, sí. Es honesto, noble, pero, aunque se siente libre por estar en el barco, arrastra el miedo al villano que le persigue.

–¿Disfruta con esos personajes?

–A mí me encanta Jim Carrey –de pequeño era mi referente–, y los payasos –yo quería serlo–, las marionetas, los disfraces... Pero no sé hasta qué punto estos personajes que he hecho tan alejados de una realidad cotidiana, traumatizados, con claroscuros y misterio en el fondo, no dejan de ser un disfraz más. Reclamo jugar más el clown o la comedia, pero disfruto también mucho de este disfraz turbulento.

–¿Unos personajes así, no se los lleva a casa?

–No, aunque hay días en que necesitas descomprimir y comentar con alguien. Pero yo no lo llevo a un terreno personal, sino más del juego.

–Ese con el que soñaba de niño.

–Sí, de pequeño me gustaba generar una ilusión. Era tímido y discreto, pero cuando me llevaban a ver payasos, títeres o magia y pedían un voluntario, yo era el primero en salir. Quería vivirlo yo. Y, poco a poco, sin calcularlo, ves que te hace feliz y a la gente le hace feliz.

–No podía esperar y se lanzó.

–Cuando tenía 13 años, una profesora muy motivadora me recomendó una escuela de teatro. Hice un casting y cuando me di cuenta ya estaba haciendo la serie Abuela de verano. Fue muy interesante trabajar con niños de 7 años, que juegan a la interpretación de una manera inconsciente y son brillantes. Y con veteranos muy buenos, capitaneados por la mismísima Rosa María Sardà. Mejor comienzo imposible.

–Luego llegó Sílvia Munt, que decía que hasta quería adoptarlo...

–Nos vemos poco, pero es una de esas personas que están ahí. Sílvia trabaja desde un lugar cariñoso, apasionado... Al ser actriz, conecta con el actor. Trabajé con ella en Pretextos y luego en Meublé. La Casita Blanca. Han sido caminos muy a mi medida. He tenido mucha suerte.

–¿Una nominación es un premio?

–En el caso de los Goya, es la constatación clara de que tu trabajo ha llegado a la profesión. Una puerta inmejorable. Cuando me enteré de que se haría El juego del ahorcado, mucho antes del casting, busqué en internet, fui invocando y acercando la posibilidad. Desde que leía la novela hasta los Goya pasaron tres años. La nominación fue como la culminación de un viaje muy largo en el que no paraba de sumar.

–¿La crisis podrá con la cultura?

–La industria, la cultura, están colgadas de un hilo, pero a la gente la veo con mucha ilusión y con ganas de no rendirse. En mi entorno no lo están haciendo. Hay salas de teatro y compañías con ganas de tirar cosas adelante, quizá con medios más pequeños. Hay un movimiento, ganas de aprovechar la situación para cambiar el modelo. A las personas le gusta que le cuenten historias y los espectáculos. Los niños piden que sus padres les cuenten un cuento. Aunque luego se hagan ministros y empresarios de alto copete.

(Extracto de la entrevista publicada en 'Teletodo')