¿Quiere volcar su mente en un ordenador y ser inmortal?

El transhumanismo, el movimiento que se cuece en Silicon Valley y en Oxford, trabaja por mejorar (y hasta dejar atrás) al limitado y achacoso homo sapiens.

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Núria Navarro

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Cierren los ojos e imaginen una medicina que no se limite a curar, sino que 'repare' las averías que causan dolor, e incluso la muerte. No los abran aún, y fantaseen con poder cambiar a voluntad un rasgo de carácter, la inteligencia, la fuerza y la belleza de sus hijos. Por último, sueñen con un sistema social que elimine trabajos tediosos, dicte justicia rápida y hasta ofrezca la posibilidad de instalarse en una de las 10.000 millones de galaxias colonizables. Este ramillete especulativo no está sacado de la ciencia ficción. Bulle en universidades y compañías tecnológicas de –sobre todo– Estados Unidos, Gran Bretaña y China.

Equipos de genetistas, físicos, biométicos, ingenieros de toda ralea, expertos en Inteligencia Artificial (IA) y filósofos depositan su 'tecnofé' en superar la tontorrona y achacosa especie humana. Son los transhumanistas. Gente emperrada en el 'mejoramiento humano'. Unos postulan 'retoques'; otros, 'hackear' la programación genética, y los más extremos, superar al humano para dar el salto evolutivo a la posthumanidad.

Menos azar, más elección

Esta superación del sapiens, este no conformarse con la lotería biológica que nos toca, tiene 'cara B'. ¿Hasta dónde queremos ser 'mejorados'?¿Quién controlará las 'mejoras'? Si los ordenadores acaban siendo mil millones de veces más inteligentes que los humanos –el jefe de los ingenieros de Google, Ray Kurzweil, aventura que eso ocurrirá en el 2045–, ¿acabaremos siendo tan irrelevantes como las cucarachas?

"Es la idea más peligrosa del mundo", la lió parda el politólogo conservador Francis Fukuyama. "Eugenesia liberal", sintetiza el progresista alemán Jürgen Habermas. "Conseguir crear una IA sería un gran acontecimiento en la historia del hombre –dijo Stephen Hawking antes de morir–. Pero podría también ser el último". Estos, los críticos, son señalados por los transhumanistas como 'bioconservadores', gente que pone pegas a unos avances que nos podrían llevar, incluso, a la resurrección computacional de los muertos.

Un paquete de quarks

¿De dónde sale esta mayonesa futurista? Francisco Lara, profesor de Ética de la Universidad de Granada, recuerda que la superación del ser humano por la máquina es un tema que colea desde Homero ("en 'La Ilíada', ya hablaba de autómatas"). Al parecer, siempre hemos tenido la manía de querer ir más allá de nuestros límites (el cuerpo humano es un paquete de 1029  que se mueven por leyes simples). Luego, Pico della Mirandola (1463-1494) defendió que el hombre debía tomar las riendas de su destino. Nietzsche (1844-1900) lanzó la idea del 'superhombre'. Y el biólogo Julian Huxley (1887-1975), el inventor del término 'transhumanismo', puso sobre el tapete la eugenesia.

Pero el zambombazo llegó con internet, a mediados de los 90. El filósofo Peter Sloterdijk, fue el primero en atreverse a decir en 1999: "Mejorar a la bestia humana [a través de la educación] ha fracasado; ha llegado la hora de hacerlo a través de la manipulación genética". Hasta aquí el retrovisor.

Datos que dan repelús

¿En qué punto estamos? Tres datos objetivos que dan un poco de repelús: 1/ El cerebro humano –tan ufano él de su ventaja cognitiva sobre el resto de las especies– tiene una capacidad de procesamiento de un exaflop (1018 operaciones por segundo. 2/ Un ordenador de un kilo puede realizar 5x1050 operaciones por segundo. Y 3/ Si  la ley de Moore –"la potencia de computación se duplica cada dos años"– no se equivoca, en dos siglos la potencia de un portátil de un kilo se asemejará a la de una explosión termonuclear.

Hasta que no llegue ese humillante momento, los transhumanistas se jactan de algunos logros. Que si el sistema informático Watson de IBM ha ganado a un crack en el concurso 'Jeopardy' de la cadena ABC manejando 200 millones de páginas de contenido; que si AlphaGo de Google ha postrado a Lee Sedol, el campeón mundial de go (endemoniado juego estratégico chino); que si un algoritmo, también de Google, pone pies de foto él solito; que si la plataforma Hirevue recluta perfiles para compañías como Goldman Sachs o Unilever usando IA que graba y monitoriza 250.000 puntos del rostro durante la entrevista). Y qué decir de los brutales avances en biomedicina.

"No creo que todo mejoramiento sea malo –opina Antonio Diéguez, catedrático de Lógica de la Universidad de Málaga y autor de 'Transhumanismo' (Herder)–, sería estupendo mejorar los cartílagos o la retina a cierta edad". Pero, de inmediato, se pregunta: "¿Sería bueno tener el derecho de elegir un bebé azul de dos metros de altura, como los na’vi de 'Avatar'?". 

No lanza este interrogante al tuntún. Un 'pool' de investigadores de la Universidad de Salud y Ciencia de Oregón –entre ellos, el biólogo albaceteño Juan Carlos Izpisúa, investigador del Instituto Salk de Estudios Biológicos de California– ya ha logrado aplicar por primera vez en EEUU la técnica de edición genética CRISPR-Cas9 para modificar el genoma de embriones humanos. Lo angustioso es que mientras el propio Izpisúa urge a las administraciones a legislar, los 'biohackers' (biólogos 'do it yourself') cortan y pegan ADN en sus garajes con desiguales propósitos. "Los materiales para conseguir manipular una bacteria y que se vuelva más agresiva cuestan poco", advierte Diéguez.

Se abre la discusión. El filósofo Francisco Lara está convencido de que "las máquinas no pueden proponerse fines u objetivos, carecen de conciencia y no digamos de autoconciencia". A su juicio, dentro de 50 años estarán al servicio de una vida más humana. De distinta opinión es Andrés Moya, catedrático de Genética de la Universidad de Valencia: "Si las máquinas nos superan en la resolución y planificación de asuntos concretos, no me sorprendería que fueran capaces de superarnos en inteligencia general". Y añade que el peligro "es el propio de cualquier ente vivo que, en el marco de la evolución biológica, logra tener conciencia de su yo. Ello comportaría, querer preservar su estatus ontológico".

Singularidad

Y por ese sendero llegamos a la singularidad, un término inventado por el matemático Vernor Vinge para agrupar a los trabajan por conquistar una IA de nivel humano, momento en el que se produciría a una explosión de inteligencia alimentada con paladas de tecnologías exponenciales, las conocidas como NBIC, sigla de Nanotecnología, Biotecnología, Informática (big data e internet) y Ciencia Cognitiva (IA y robótica). La finalidad es conseguir superhumanos.

Kurzweil, que dirige la Univesidad de la Singularidad en Silicon Valley, ya pone fecha: las máquinas tomarán el control en el 2045 y se logrará la inmortalidad volcando nuestra mente en un ordenador, para encarnarlo en un cuerpo perfeccionado. ¿Es eso posible? "Cualquier pedazo de materia, siempre que tenga estados estables, puede ser sustrato de memoria", señala Max Tegmark, profesor de Física del MIT, cofundador del Futur of Life Institute y autor del libro 'Vida 3.0' (Taurus). "Y una red neuronal es un sustrato potente para el aprendizaje", remata.

La cuestión es si seguiríamos siendo Pepe y María después de la mezcloleta de partículas elementales. "Si llegaramos a ver esa especie poshumana, sería tan diferente a nosotros que sus deseos nos resultaría incomprensibles –observa Diéguez–. Sería como contemplar a un sapiens desde el punto de vista del neardenthal. No entenderíamos objetivos como el de abandonar el planeta porque se les quedara pequeño".

El genetista Moya relaja la tensión. "No seamos darwinistas recalcitrantes. No tengo claro que no podamos coexistir y convivir con esos entes en el marco de la cooperación mutua. Tenemos la obsesión judeocristiana de que el hijo acabará matando al padre, pero ¿cuánto tendrá el hijo de ese padre?".

¿Quién paga la fiesta?

A todo esto, no hay que ser un lince para ver que Google, Apple, Facebook, Microsoft, Amazon o Baidu financian las investigaciones. Y que la cultura –con la invasión de distopías en la cartelera– y la educación, con la propaganda entre la chavalería de las carreras biotecnológicas, se encargan de fertilizar el terreno. "El problema es que el mejoramiento no lo decida la sociedad sino el capital", apunta Antonio Diéguez. "En un caso extremo, los ricos podrían ser genéticamente diferentes –superhumanos– de los pobres, y la brecha ya no sería social, sino biológica".

Hasta ahora, la industria farmacéutica tiene como mercado a las personas enfermas, pero el biomejoramiento lo extendería a las personas sanas. "Estaríamos sometiendo nuestra propia condición humana a unas deficiencias constantes –considera Diéguez–, y el que se quedara atrás, se vería a sí mismo como un fracasado".

También atisba tormenta para la democracia –una más– si la tecnología permite hacer seres humanos menos contestatarios frente a los abusos. "Cuando fueran factibles modificaciones genéticas que llevaran a cambios en la conducta, habría que tener cuidado: so pretexto de eliminar a delincuentes y psicóptas, podríamos crear gente dócil desde el punto de vista político". Lo que iría de perlas al populista de turno.

IA beneficiosa

Nadie sabe cómo será el escenario posterior a la explosión de inteligencia: asimilación, cooperación o apocalipsis zombi. Quienes apuestan por la IA benéfica, la que se opone a la destrucción masiva de empleos, la pérdida absoluta de privacidad y la desigualdad sin precedentes, piden que las leyes galopen al ritmo de los avances. El físico <strong>Max Tegmark</strong>, el empresario <strong>Elon Musk</strong> –patrón de Tesla y fundador de la no lucrativa OpenAI– y el bloguero Eliezer Yudkowsky son tres de ellos.

Tegmark, que repesca sin querer una idea de los años 30 de Ortega y Gasset de su 'Meditación de la Técnica': la clave está en saber qué queremos. "Si cedemos el control a las máquinas, es probable que obtengamos algo que nos perjudique". Yudkowsky mete prisa: "Cuanto más poderosas sean, mejor será que sus objetivos estén alineados con los nuestros". 

El genetista Moya ofrece un hilo de ¿esperanza? "Somos un producto más o menos feliz de la evolución que empezó con la aparición de los organismos multicelulares complejos –nos recuerda–. Eso no quiere decir que formas más primitivas por su origen hayan desaparecido. Aún existen". Los neardenthales, uf, se extinguieron hace 40.000 años por incompetentes.