DEBATE SOBRE LA PROFESIÓN DOCENTE
Profesores sin examen
Son la piedra angular del sistema educativo. Forman, evalúan y examinan a las generaciones venideras de dirigentes, profesionales y trabajadores. Pero, ¿quién les examina a ellos? ¿A qué controles de calidad se someten los maestros? Las cifras son rotundas: un 36% de los profesores españoles no han sido nunca evaluados formalmente, advierte la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE), que asegura también que la participación de los docentes españoles en actividades de desarrollo profesional -cursos, talleres formativos, conferencias...- es de las más bajas de los países que la integran.
Para bien o para mal, los maestros (con o sin examen) llevan un tiempo en el ojo del huracán, y, por si fuera poco, esta semana se han visto inmersos en un agrio debate sobre la conveniencia de establecer incentivos salariales que premien a aquellos profesores de la pública, muchos con plaza de funcionario, que acrediten un buen rendimiento. Todo en aras de estimular la renovación educativa.
«El problema de este planteamiento es que, ahora mismo, no existen mecanismos para evaluar y determinar quiénes lo hacen bien y quiénes deberían mejorar», constata Maria Vinuesa, miembro de la junta directiva de la Associació de Mestres Rosa Sensat. Las administraciones educativas (las dos, la central y la autonómica) llevan años prometiendo que regularán la profesión docente, pero de momento todo ha sido marear la perdiz. Ni la Generalitat ha publicado aún el decreto de evaluación del profesorado en el que ha estado trabajando durante esta legislatura, ni el Ministerio de Educación podrá presentar este mandato el tantísimas veces anunciado 'Libro Blanco de la Profesión Docente'.
Han sido justamente los trabajos preparatorios de este documento, encargado por el ministerio al filósofo José Antonio Marina, los que han alumbrado la última discusión sobre la evaluación de los maestros y su consiguiente retribución. «Tengo la impresión de que Marina, queriendo plantear una solución, lo que ha planteado es un problema», reflexiona el pedagogo Gregorio Luri.
NO ES TAN FÁCIL
«De entrada, porque la sociedad parece que todavía no tiene claro que la responsabilidad de la educación no es solo de los maestros», afirma. «Además -agrega Luri- la realidad de las escuelas es muy compleja: nunca hay dos grupos de alumnos iguales y eso dificulta cualquier intento de establecer criterios de evaluación u objetivos, como los de los médicos».
«Hay tantas variables, incluso en una misma aula, que el maestro ha de innovar cada año, en función de los estudiantes que tenga a su cargo y en función también de las familias de estos estudiantes», subraya Vinuesa. «Eso por no mencionar las diferencias abismales que hay entre unos colegios y otros», agrega Manel Pulido, secretario de educación en CCOO en Catalunya. «Los países que han aplicado políticas de pago por resultados a los docentes y que han medido su impacto raramente han conseguido los objetivos impuestos. Solo se han podido constatar mejoras cuando se han aplicado en países en vías de desarrollo, pero, aun así, estas mejoras no se han sostenido en el tiempo», insiste el sindicalista.
«Es que, también a diferencia de los médicos, el trabajo de un maestro no se puede medir por los objetivos alcanzados cada semana o cada mes. La labor del docente puede dar resultado al cabo de 13 años», apela la 'consellera' de Ensenyament, Irene Rigau. Lo que sí ha hecho Ensenyament es implantar, de acuerdo con lo previsto en la ley de educación de Catalunya del 2009, unos incentivos salariales, conocidos como estadios de promoción docente, que premian las mejoras profesionales.
DEFINIR ANTES LA LABOR DOCENTE
«El problema, a mi entender, es que en esos estadios, que son voluntarios, tiene demasiado peso la antigüedad del maestro. Ese es el mérito más importante, por encima, por ejemplo, de la formación», objeta Enric Prats, profesor de Pedagogía en la Universitat de Barcelona (UB) y miembro del equipo MIF, que trabaja por la mejora de los estudios de Magisterio. «Eso difícilmente permite detectar al profesor que va algo más allá, porque mide la cantidad de horas docentes, no la calidad de esas horas», añade Prats.
Antes de establecer los criterios para evaluar a los docentes, opina el profesor de la UB, «se tendrían que definir las funciones que tiene un profesor, al que la sociedad atribuye cada vez más cometidos». Y a partir de allí y antes de determinar recompensas y estímulos, prosigue Prats, «convendría definir también las condiciones de trabajo del maestro, teniendo en cuenta la diversidad de las clases o la complejidad de los centros, por ejemplo», sugiere.
Por último, indica el pedagogo, «en cualquier caso tendría que quedar muy claro si los resultados de esas evaluaciones, que deberían seguir siendo voluntarias, se hacen o no públicas, con el riesgo que la publicación entrañaría a la hora de elaborar rankings de escuelas». «Sea como fuere -protesta Jaume Aguilar, presidente del Marc Unitari de la Comunitat Educativa (MUCE)- «cualquier procedimiento que se quiera poner en marcha debería ser consultado antes con el sector. Y ahora mismo, el momento no es el más apropiado», remacha.
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