vivir bajo la contaminación

Pekín envenenada

Beijing

Beijing / periodico

ADRIÁN FONCILLAS / PEKÍN

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Dos días más de inesperado asueto no desatan la euforia de Wang. Su padre le apea del coche frente a la puerta de casa con la orden estricta de no salir. “Esto es muy aburrido, no puedo ver a mis amigos en el colegio ni jugar en la calle, espero que estas vacaciones acaben pronto”, lamenta.

La primera alerta roja por contaminación ha aletargado una ciudad inquieta y fragorosa. Guarderías, colegios e institutos han cerrado, fábricas y obras permanecen detenidas, por el casco urbano no circulan camiones ni la mitad de los 4,5 millones de vehículos privados. Escasea la gente en bares y restaurantes tanto como en los focos turísticos. Muchos han seguido los consejos gubernamentales de quedarse en casa y, en los que se adentran en la bruma grisácea, se constata el boyante negocio de las máscaras protectoras.

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El contrapunto lo ofrece el departamento de trastornos respiratorios del Hospital Número 6 de Pekín. Sus doctores despachan sin pausa. Wang Meng ha acudido a por medicinas para su abuela, cuyos problemas respiratorios agrava la contaminación. “Siempre salía a la calle, pero ya acumula tres días seguidos en casa y no la sacaremos hasta que mejore el aire”, señala.

DESÁNIMO CIUDADANO

Una mujer madura explica que tres semanas atrás empezó a sentirse mal, a respirar y dormir con dificultad, a cansarse con rapidez. No cree que el Gobierno arregle la calamidad medioambiental en menos de diez años y añora el Pekín de su juventud. “Todos los días eran como aquel del desfile en Tiananmén”, rememora mientras se ajusta una máscara de cuadros rosas tan coqueta como inútil.

Se refiere al aparatoso desfile militar de principios de septiembre con presencia de mandatarios extranjeros y celebrado bajo el reglamentario sol y prístino cielo. China dicta medidas rigurosas en vísperas de acontecimientos mediáticos para que la contaminación no los desluzca.

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Pekín ha decretado la primera alerta roja de su historia, pero la ciudad ha vivido días de más plomo. Los medidores del tejado de la embajada estadounidense han mostrado un pico de 400 microgramos por metro cúbico de partículas PM2,5. Son las más pequeñas (treinta veces menores que el diámetro de un cabello humano) y dañinas porque llegan a pulmones y al riego sanguíneo. Es un nivel muy superior a los 25 microgramos que recomienda la OMS, pero por debajo de los 650 alcanzados la semana pasada.

SISTEMA DE ALERTAS

La alerta roja se explica por aquellos días en los que la ciudad superó los registros de los dos últimos años sumando cinco días de contaminación alta y las autoridades no movieron la naranja. Muchos las acusaron de arrastrar los pies: si no vale la roja ahora, ¿cuándo?, se preguntaron. El sistema de alertas, adoptado en 2013, prevé la roja (la más grave en una escala de cuatro) cuando la contaminación supere los 200 microgramos durante tres días.

La ralentización urbana se sufre más en los ‘hutongs’. Son esos ovillos de callejuelas de casas bajas por los que ha respirado Pekín durante siglos. Hoy sólo se respira polución. La despreocupada ocupación del espacio público que los emparenta con los mediterráneos se ha tomado un descanso. Apenas una decena de ancianos inconscientes se ha juntado frente a la Torre de Campana para ejercitar esos cuerpos tan flexibles y resistentes como el bambú.

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CASAS MAL SELLADAS

“Sólo jugaremos una hora, normalmente no estamos menos de cuatro o cinco. De todas formas, nuestras casas están mal selladas así que hay tanta contaminación dentro como fuera”, señala una de ellas entre resoplidos.

Un guardia calcula que sólo ha acudido hoy un tercio de los visitantes que normalmente abarrotan el templo, epicentro del viejo Pekín y plataforma sin igual para disfrutar el paisaje de ‘hutongs’. Un turista reconoce que desde ahí arriba sólo ha visto una inmensidad grisácea.

También hay calma frente a la Escuela Fensiting. Es recomendable evitarla a media tarde para no quedar irremediablemente inmovilizado entre los variados vehículos con los que los padres recogen a sus retoños. Sólo un crío pasea con su mochila. “Mi madre dice que mi padre fuma en casa y hay demasiado ruido, así que me concentro mejor en el colegio”, señala Hou Ziqi, de 10 años. Apenas han acudido cuatro del más de millar de alumnos. Hou también espera que acaben pronto las vacaciones del resto.

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