"Me golpearon cada día durante dos años y ningún profesor hizo nada"

jovenes acoso escolar  Francisco Polo,  Enrique Fonseca,  Nadia Represa

jovenes acoso escolar Francisco Polo, Enrique Fonseca, Nadia Represa / periodico

MANUEL VILASERÓ / MADRID

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En cada cambio de clase se repetía el mismo ritual. Cuando salía el profesor, un compañero se apostaba en el quicio de la puerta para vigilar la llegada del siguiente. Mientras, un grupo de tres o cuatro niños empotraban a Enrique contra la pared “con el mayor estrépito posible”. “Una vez atrapado, me daban puñetazos y collejas y me escupían. Así todos los días durante los dos años de tercero y cuarto de ESO, sin que ningún profesor hiciera absolutamente nada”, recuerda ahora a sus 28 años. Sin rencor hacia sus compañeros de aquel colegio religioso de Valladolid cuyo nombre prefiere no citar, pero sí con muchas ganas de que las cosas cambien en las escuelas.

Podría ser un caso más de 'bullying', pero a diferencia de la mayoría de las víctimas, además de reconocerse como tal y superarlo, él quiso hablar con sus acosadores y los profesores. Eso le ha dado una visión muy particular del problema, que ha querido compartir tras leer la carta de Diego, el niño de Leganés que se suicidó porque no quería ir al colegio. Las reacciones posteriores le han parecido llenas de "topicazos y lugares comunes". Junto a otras dos exvíctimas, este jueves se ha reunido con el ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, para aportar ideas al plan antiacoso que impulsa este departamento.

“El foco se pone en los agresores pintándolos como si siempre fueran unos malotes, como el Nelson de los Simpson, pero la mayoría son alumnos normales, gente como cualquier otra pero que se deja llevar por la corriente dominante ante la inhibición de los profesores”. Un mecanismo social muy parecido a la banalidad del mal que acuñó la filosofa Hanna Arendt en su trabajo sobre el nazi Adolf Eichmann. "¿Porqué lo hacías?”, interrogó años después al cabecilla de sus antiguos acosadores. “Perdóname, pero te pegaba a ti para evitar que me pegaran a mí", le respondió. Casi todos participaban en las agresiones y quien no lo hacía corría el riesgo de convertirse en el próximo objetivo. “O eras agresor, o eras víctima. 'Lo entiendo, hiciste lo que pudiste', le dije”, recuerda que le respondió a su vez.

EXCUSAS DEL TUTOR

La culpa, opina, no es de unos jóvenes que están aprendiendo a convivir en sociedad sino de quienes deben enseñarles como comportarse. También cogió el teléfono para hablar con uno de sus tutores. La respuesta fue decepcionante. "Entonces a estas cosas no se le daban importancia", oyó al otro lado del móvil. Le sonó a excusa.

Y no es que no lo hubiera denunciado. Un día, al empujarle le clavaron los goznes de una ventana entre dos vértebras. Su alarido se oyó en casi todo el colegio, pero la respuesta del primer profesor que acudió fue amonestarle por gritar. Llegó a denunciar las agresiones en clase, pero las respuestas apenas variaban: “¿Y tú no has hecho nada para merecerlo?”, “no me cuentes tu vida que yo también he sufrido mucho” o “siempre eres tú, ¿te das cuenta?”.  

Un miércoles de ceniza se armó de valor en la capilla y cuando llegó el momento de expresar las peticiones en voz alta formuló su particular deseo. "Todos los días hay unos chicos que me pegan. Eso me gustaría que acabase", proclamó ante la mirada atónica de un cura, el tutor y un profesor, que despacharon el asunto con esta admonición: “Respecto a lo que ha dicho Fonseca, no hagáis esas cosas, que ya sois mayorcitos”. Nada más.

UNA MINISOCIEDAD ENFERMA

“Si los profesores no imparten justicia, si no delimitan lo que está bien y lo que está mal con castigos proporcionales a la gravedad de cada conducta, en el colegio reina la ley de la selva y se convierte en una minisociedad enferma”. Es la principal conclusión que saca Enrique de su experiencia. Para él “hay que responsabilizar a los profesores y si su comportamiento es negligente deben afrontar la sanción que corresponda, como ocurre con los médicos”.

Para las familias es mucho más difícil detectar estas situaciones. Es más, él se empeñó en ocultárselo a la suya. Y lo logró. “Yo me sentía como el prigado de la clase y contarlo a mis padres equivalía a reconocerlo ante ellos”, recuerda.

¿Que tenía que atraía las iras de sus compañeros? “Era gordito, no me gustaba el fútbol, tenía aficiones raras, estaba loco por las películas de Hitchcock y tenía pocas habilidades sociales. Y tenía tics”, repasa, mientras se retuerce una orejas salidas, ahora sin ningún asomo de complejo. Fonseca es especialista en márketing político. Vive en Praga y acaba de publicar el libro 'El método Podemos''El método Podemos' sobre el ascenso de la formación de Pablo Iglesias.