EL RETRATO DE UN COLECTIVO

Niñas con pene, niños con vulva

Cristina con su hija transexual, en un parque de Badalona.

Cristina con su hija transexual, en un parque de Badalona. / periodico

TONI SUST / BARCELONA

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Cuando Erika empezó hablar, con dos años, le decía a su madre: “Hoy estoy guapísima”. “Guapo, tete, estás guapo”, le respondía ella. La niña se enfurruñaba: “Ya no soy tu amiga. ¿Por qué me disfrazas para ir al colegio?”. Erika es una niña de 7 años que nació con genitales masculinos. Los padres de Leo, de 6 años, enseguida vieron que le molestaba que le dijeran que estaba guapa. “No quería llevar vestidos. Le gustaban cosas dirigidas a niños”. Él es un niño que nació con genitales femeninos. También Violeta, de 8 años, lo anunció desde muy pequeña: “Mi cabeza me dice que soy una niña”.

Erika, Leo y Violeta son menores transexuales. No nacieron en un cuerpo equivocado: esa idea, que pueda parecer explicativa e incluso bienintencionada, es rechazada de plano por los padres de los menores y por los especialistas: “Violeta siempre ha sido una mujer. Nada de cuerpo equivocado”, dice Francesca, su madre. “Sería como decir que un gay tiene una inclinación equivocada”, argumenta Ferran, el padre de Leo.

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Una forma contundente de explicar qué es un menor transexual la aportan los propios familiares: hablamos de niñas con pene y niños con vulva.

No se sabe cuántos menores transexuales hay en Catalunya y España. En la asociación Chrysallis, que agrupa a las familias de estos menores, hay 240. De estas, 14 son familias catalanas. Hace más de un mes la Generalitat empezó a hacerles tarjetas sanitarias con su nombre sentido. Un progreso vinculado con la ley contra la homofobia aprobada por el Parlament. Pero está claro que el trecho por recorrer es largo: la sociedad no sabe qué es un menor transexual si no tiene uno cerca.

UN REFUGIO EN CASA

Cuenta Cristina, madre de Erika, que hasta que hizo el tránsito y empezó a vivir como una niña, la casa era un refugio. Cuando salía del colegio, la niña solo quería estar allí, a escondidas del mundo. Podía vestirse con ropa femenina, hacer su vida. “Un informe de la guardería decía que Erika prefería el juego femenino. Yo creía que tenía un niño gay”. “Hasta los 6 años, los Reyes fueron tristes: todos los regalos eran masculinos menos los míos, pero los míos no los podía abrir delante de mi familia. Parecía que lo alimentaba”.

Un día la madre vio el documental ‘El sexo sentido’ y comprendió lo que pasaba. “Empecé a tirar miguitas. Le decía: ‘¿Quieres ir a la playa vestida de gatita? Hoy iremos lejos’. Cogíamos el tren e íbamos a Mataró".

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A finales de verano del 2014, la madre y la hija fueron de cámping con amigas. “¿Preparada para un viaje de chicas?”, le preguntó una a la menor. “Sí, a partir de ahora voy a ser Erika”. Y sacó su ropa de niña, que había cogido sin avisar. Al volver, cuando el padre le dijo que se vistiera, ella replicó que no podía. Había hecho una montaña con su ropa de niño: “No encuentro mi ropa, papá, ya no me puedo vestir con esta porque no es mía”. El padre le dijo a la madre que había que ir a comprar ropa nueva para Erika y allí fueron. Ese día tuvo lugar su tránsito. Era septiembre del 2014 y el colegio empezaba en diez días. Avisaron a los otros padres. Los niños lo asumieron con toda naturalidad: “Ellos ya sabían que quería ser Erika”. La segunda semana, cuando quiso, fue al cole con vestido. La siguiente carta de Reyes decía: “Ya soy Erika para todo el mundo. No me traigáis regalos de niño”.

“ME QUIERO LLAMAR SARA”

Bien pequeña, Violeta pataleteaba porque no quería ser niño, cuenta su madre, Francesca. “Pensaba que era como un juego, que se le iba a pasar. Pero luego fue más fuerte. Yo le decía: ‘Eres un niño’. Sin saberlo, le enviaba mensajes negativos. Le compraba ropa de niño, pero sabía que algo no estaba bien”. A los 5 años, Violeta le dijo que no quería ser un niño: “Me quiero llamar Sara”. La llevó a psicólogos, no identificaron qué sucedía. La niña era feliz en carnaval, en Halloween; la madre le dejaba margen en esos periodos. Un día, en Port Aventura, ella iba disfrazada de Draculaura de Monster High y alguien le preguntó cómo se llamaba. Miró a la madre y contestó: “Violeta”. No era un nombre elegido al azar. La madre había contado a sus hijos que siempre quiso tener una niña y llamarla así. Era, dice Francesca, una manera de decir aquí estoy. Tenía cinco años. Más adelante, tras conocer el caso de un menor transexual de Canadá, Francesca se lo explicó a Violeta. “Yo tengo el mismo problema, soy una niña”, contestó. La madre encontró a Chrysallis y entre mayo y junio del 2014 llegó el tránsito de Violeta. Faltaba una semana para acabar el colegio, pero ella no quiso esperar al siguiente curso. Fue con la ropa nueva. “El colegio se adaptó muy bien”, relata Francesca.

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Al igual que Erika y Violeta, Leo fue quien eligió su nombre. Tiene 6 años y cuando empezó a hablar sus padres vieron en seguida que no le gustaba que le trataran como a una chica, cuenta el padre, Ferran. “Leo siempre ha tenido aspecto de niño. Ya antes de que se cambiara el nombre se le trataba como a un niño. Él nunca lo ha vivido con angustia. Pero cuando el mundo le empezó a tratar como es, cogió más seguridad”. Tampoco rechaza lo femenino: “Le gusta 'Frozen' pero no se identifica con la princesa”. Que el niño tiene carácter lo demuestra cómo anunció el tránsito en clase. Previeron empezar en casa y si iba bien hacerlo en el colegio. Pero al día siguiente, sin avisar a nadie, Leo quiso informar a sus compañeros. “Se sentaron todos en corro y lo explicó”. Leo, dice su padre, no cambió: “No hay ningún cambio, es la misma persona desde que nació”.