sorpresa medioambiental en el Maresme

Un tentempié de 58 tortugas bobas

La emocionante aventura del nido de Mataró tiene, mal que pese, un funesto final, pero deja sabias lecciones cara a próximos partos, además de 38 valiosos ejemplares que se criarán en cautividad

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Carles Cols

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La tortuga que la madrugada del pasado 15 de junio desovó en la playa de Sant Simó tenía una relación abierta, un territorio sexual que los humanos exploran ocasionalmente, pero que esta especie, la ‘Caretta caretta’, practica con total normalidad desde hace cientos de miles de años. Sirva esto de gancho para iniciar así un resumen, mitad ciencia, mitad ‘Cuore’, de lo que ha supuesto la nidificación de una tortuga boba en las arenas de Mataró, porque el punto final de esta feliz noticia medioambiental se escribió durante el atardecer del pasado jueves, cuando el equipo liderado por la bióloga Elena Abella (una vida entre tortugas) decidió practicar lo que los científicos de esta disciplina llaman “la exhumación del nido”. Suena terrorífico, sí, pero es que lo previsto en estos casos es descubrir, entre cáscaras de huevo, los cuerpos inertes de las crías que no han conseguido salir a la superficie. Pero no fue el caso, sorpresa mayúscula, pues fueron rescatadas 14 tortugas que no habrían sobrevivido otra noche en aquel nido y que, visto su estado, fueron trasladadas a las instalaciones del CRAM, de donde algún día, ya más talluditas, saldrán para ser devueltas al mar.

Elena Abella, ni tras media vida entre tortugas en Cabo Verde, había presenciado lo de Mataró, 173 huevos en un solo nido

Primero, el ‘Cuore’. La cosa es que las tortugas, antes de desovar, se amanceban con más de un macho, no simultáneamente, claro, sino uno de aquí y uno de más allá, incluso uno mediterráneo y otro atlántico, de ahí que lo suyo, lo dicho, pueda considerarse relación abierta. Según Abella, que ha pasado 20 años de profesión entre nidos de esta especie en Cabo Verde, las hembras habitualmente atesoran esperma de dos o tres machos distintos hasta que deciden acercarse a una playa a poner los huevos. Lo singular en el caso de Mataró, sin embargo, ha sido la cantidad, 173 huevos de una tacada, una barbaridad. Ni en Cabo Verde esta bióloga del mar vio jamás algo así. La media habitual son casi 100, que ya son muchos, y más de uno, y con razón, se preguntará para qué tanto esfuerzo. La respuesta, y no es por aguar la fiesta a quienes estos días han vivido con emoción y alguna lágrima de alegría el parto de Sant Simó, es que el porcentaje de supervivencia es infinitesimal, de un uno por mil.

No hay que ser muy ducho en ecuaciones matemáticas para despejar la incógnita. En Mataró, aquella hembra de tortuga puso 173 huevos. Tres se le rompieron. El equipo del CRAM se llevó 40 a la incubadora. Durante la exhumación se recataron 14, pero antes, en los días previos, de los 130 que quedaron bajo el abrigo de la arena de la playa salieron 58 tortugas por su propia aleta. No está nada mal. Para los presentes, en eso coinciden todos, fue muy emocionante verlas, algo patosas ellas, avanzar con nervios y brío hacia el mar. Lo cierto, no obstante, es que probablemente terminaron todas como un frugal tentempié de la fauna marina en menos de una hora. Abella asiente. En verdad, el mar es un lugar terrible.

Las tortugas de mar pagan un alto precio por su alocada historia evolutiva: desovan en tierra a costa de que se las zampen a centenares

Visto con distancia, el parto de las tortugas parece un monumental disparate. La desproporción entre el esfuerzo invertido y el resultado obtenido es gigantesca. Es el precio que pagan las tortugas marinas por su alocada historia evolutiva. Como las ballenas, las tortugas provienen de una saga de animales que durante un tiempo fueron terrestres y que un día, alehop, decidieron regresar al mar, donde en realidad se originó la vida. Claro, las ballenas, como mamíferos que son, resolvieron el reto obstetra sin mayores contratiempos, pero las tortugas, pobrecitas, no. El desove en la playa es una herencia de aquel momento de duda de hace millones de años, que si mar o montaña. La tortuga boba solo es terrestre durante unos breves instantes de su vida. Bien, de hecho, para el 999 por mil de ellas ese será prácticamente su único instante de vida. Ni siquiera les queda el consuelo de lo que se afirma en el Apocalipsis de San Juan, que el mar siempre devuelve a sus muertos. Terminan en la panza de un pez.

Un gran chiringuito

Contado todo esto, lo lógico sería concluir que el sobreesfuerzo que se ha llevado a cabo en Mataró para llegar a este duro final ha sido inútil. Nada hay más lejos de la realidad. Ha sido un exitoso ensayo general de lo que tal vez sucederá cada vez más a menudo. Ha sido una improvisada coreografía de buenas intenciones que comenzó la madrugada del 15 de junio cuando los responsables del chiringuito de la playa de Sant Simó vieron cómo una tortuga se acercaba a su establecimiento. Fue un momento de aquellos de pellízcame que no me lo creo. Hay que felicitarles, porque llamaron a la patrulla de la policía local, que incluyó en su habitual parte nocturno al concejal del ramo, Juan Carlos Jerez, unas líneas sobre lo sucedido. También hay que felicitarle, pues en pocas horas reunió una legión de 180 voluntarios que se ofrecieron para hacer turnos de vigilancia alrededor del nido, bajo la supervisión de los técnicos del CRAM. Si hubiera que mejorar algún aspecto, explica Abella, es que para próximas puestas sería ya la repera que los biólogos lograran llegar al lugar del desove cuando la tortuga aún está en la playa. De esta recordwoman que dejó nada menos que 173 huevos no se sabe si es una primeriza o una parturienta otoñal. Colocarle un transmisor ya hubiera sido el acabose. Recientemente, le colocaron uno a un ejemplar que fue criado en cautividad en Valencia y, a las pocas semanas, ya estaba en Creta.

Mataró supera con nota (180 voluntarios han velado por el nido) su primer parto de tortugas bobas

Con la boca pequeña, los biólogos del mar sostienen que las tortugas bobas suelen repetir paritorio. No ha sido así en Mataró. Ni en Premià, donde están madurando estos días 58 huevos. Parece que las tortugas están colonizando el levante español. Es una inesperada consecuencia del calentamiento global. Pues eso, que la probable muerte de los alevines de Mataró no ha sido en vano. Ha sido un sacrificado ensayo, desde la tortuga hasta el concejal, todo ello sin olvidarse, claro, de que 24 huevos han eclosionado en las instalaciones del CRAM. A la que esos alevines ya no tengan el aspecto de un apetitoso montadito (así se supone que los ven sus depredadores), conocerán el mar. Pero esa es una historia para contar otro día.

Continuará.