noticia publicada el 17 de enero del 2007

Neus Català: "¿Por qué no protesta hoy más la gente?"

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NÚRIA NAVARRO

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Republicana sin fisuras, Neus Català (Els Guiamets, 1915) se diplomó en enfermería en 1937 y, cuando las tropas de Franco entraron en Barcelona, cruzó por la frontera a 182 huérfanos de la colonia Negrín de Premià de Dalt. Se enroló en la resistencia francesa, hasta que un boticario de Sarlat la denunció a los nazis. La transportaron como a una bestia hasta Ravensbrück, cerca de Berlín. Hoy preside con el empuje de un tanque la Amical de Ravensbrück.

--¿No habría vivido mejor sin el pesado equipaje del recuerdo?

--¡No puedo ni quiero olvidar! Se lo debo a las compañeras que murieron en Ravensbrück.

--Un imperativo moral. 

--El día que salimos del campo, el 5 de mayo de 1945, prometimos recordar mientras viviéramos. Yo solo tuve la suerte de no morir, pero no hay noche en que me vaya a la cama sin pensar en los deportados.

--Ravensbrück es hoy un erial. 

--Solo queda el Kommandantur, la prisión y los hornos. Si no fuera por los supervivientes, sus familias y muchos demócratas, ya habrían deshecho todos los campos. No queda otro remedio que vivir para contarlo. No hay fusil que calle la memoria.

--La historia de la infamia empieza para usted en enero de 1944. 

--Ningún deportado ha podido explicar qué sintió el primer día. Era algo así como dejar el mundo y entrar en el inframundo. La primera semana ya vi morir a ocho amigas.

--No tenía tuberculosis. Ser apta para el trabajo la salvó. 

--Sí. Tuvimos que agrandar el lago Schwedt. Sacábamos con las manos el fango del agua helada y hacíamos ladrillos. Para rendir más, en la enfermería nos ponían una inyección para no tener la regla. Pasé dos meses allí, hasta que me trasladaron a Holleischen, un kommando de trabajo dependiente de Flossenbürg, un campo de exterminio de hombres. Eso duró otros 14 meses. Trabajé en una fábrica de balas antiaéreas.

--Que saboteó usted cuanto pudo... 

--Sí. Las máquinas podían producir 10.000 unidades y no llegábamos ni a 5.000. Hacíamos lo posible para romper las prensas. Poníamos dos veces la misma bala. Echábamos aceite de máquina, escupitajos, moscas... Hacer sabotaje de material bélico era jugarse la vida.

--Se la jugaba sin apenas comer. 

--Nos daban un caldo en el que flotaban un par de pieles de nabo y de patata. Pero lo peor era la humillación. Yo me sentía libre, pero no soportaba lo que le decían a mis compañeras. Groserías en alemán como "porquería", "vaca histérica", "cerda"... A veces tenía ganas de pegarles, y otras, me entraban ganas de reír, de lo ridículos que los veía.

--Nunca se ha reído tanto como en Ravensbrück, ha contado. 

--Es cierto. La risa nos hacía olvidar lo que estábamos pasando. Nunca he dicho tantas tonterías como allí. El equilibrio se mantenía con la solidaridad. Y haciendo cultura. Todas las noches contábamos cuentos, cantábamos, enseñábamos idiomas. Eso representaba la lucha y la alegría. Yo entonaba tangos de Carlos Gardel, que recordaba de mi juventud en Els Guiamets.

--Gardel contra el miedo. 

--Todas lo tuvimos. La muerte estaba en todas partes. Muchas morían de hambre, de tifus, gaseadas, devoradas por los perros, ahogadas en las comunas, reventadas por inyecciones de gasolina en el corazón. Sen- tías un aliento de muerte en la nuca. Pero había que sobrepasarlo, tener voluntad de vivir.

--Debió de ser increíble el momento de la liberación. 

--El campo estaba minado y habían previsto que saltara por los aires al mediodía. Unos partisanos polacos y checos nos liberaron a las 11.30. Obligaron al comandante de las SS a desactivar el mecanismo y lo fusilaron a 50 metros, en una cuneta. Pero yo no sentí nada.

--¿Cómo es posible? 

--Mis padres estaban en la resistencia. Mi hermano Lluís luchaba en las guerrillas españolas. No sabía nada de mi marido, Albert. No fue hasta octubre cuando me trajeron el macuto con las cartas que yo le había escrito. Había muerto, agotado. Y empezó mi época como refugiada política. No podía volver a casa.

--Al menos recuperó la dignidad, pudo dormir tranquila. 

--¡Nunca más he podido dormir si no es con la ayuda de pastillas! Perdí el sueño en el campo.

--¿Sesenta años así? 

--Sí. Lo único positivo de aquel infierno es que aprendí a ser más atenta, más prudente, más tolerante. Aunque me siento muy atada a Catalunya, yo quiero a la humanidad. Hoy hay otros infiernos como los que yo viví. ¡El hambre y la guerra para alguien que ha trabajado por la igualdad y la libertad son exasperantes! ¿Por qué no protesta más la gente?

--Es una pregunta razonable. 

--Quizá esté escrito en la condición humana, pero yo nunca he comprendido cómo una persona puede hacer daño a otra.

--Quizá esté hecha de otro material, señora Neus. 

--¡Yo soy una más! Son las circunstancias, hija. Se trata de no abandonar el espíritu de combate.

--Usted, que estuvo en la cocina del PSUC, ¿aún cree en la política? 

--¡Claro! Si no hacemos nosotros la política, la harán los enemigos. Aunque yo le echo un poco en cara al Gobierno el que aún se enseñe en las escuelas la historia de los franquistas. Eso no puede ser.

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