"Ya nadie llama a nuestra puerta"
A María Engracia A., de 92 años, y a su marido, Demetrio V., de 80 años, la soledad les pesa como una losa a pesar de que se tienen el uno al otro. A medida que han ido cumpliendo años se han ido dejando en el camino a la familia y también a los amigos. “Ya nadie llama a nuestra puerta”, se lamenta Demetrio. Los vecinos de toda la vida hace tiempo que se mudaron y los recién llegados no se han presentado. “Ni siquiera conozco al que vive enfrente”, asegura María Engracia. El timbre del teléfono también a enmudecido y solo suena de vez en cuando. Es una amiga que todavía conserva María Engracia para anunciarles que, cuando pueda, pasará a verlos. Ellos viven la soledad en pareja.
El matrimonio llegó al piso que habitan en el Poblenou hace 42 años. “Los vecinos de ahora no son como los de antes. Entonces las puertas estaban entreabiertas y los vecinos entraban y salían. Ahora todos estamos encerrados en nuestras casas”, apunta Demetrio. El Poblenou se ha ido vaciando de la gente de toda la vida y se ha poblado de apartamentos turísticos. En todo el edificio solo queda una vecina de las antiguas. “Un amigo me dijo el otro día que no conoce a nadie en el barrio y es cierto”, explica.
TELE Y CAMA
María Engracia solo tenía un sobrino, pero se murió. Demetrio, sin embargo, tenía mucha familia, “pero es como si no tuviera”, dice. El matrimonio no ha tenido hijos, aunque a Demetrio le hubiera gustado. “Para que mi mujer tenga compañía cuando yo ya no esté”, apunta. La soledad es un problema muy grave, reconoce Carme Gargallo, responsable del programa de la Gent Gran de Cáritas. “Es una soledad no querida, la gente no quiere estar sola. Los conocidos de su franja generacional se ha muerto y eso es muy duro", reconoce. María Engracia y Demetrio son afortunados, dentro de lo que cabe, porque están juntos. Otros están en una situación más vulnerable como los 175.000 mayores que viven solos en Catalunya.
La televisión parchea la soledad de muchos mayores y más cuando la movilidad se resiente. "Cuando no estoy en la cama veo la tele y cuando no veo la tele estoy tumbado en la cama”, dice Demetrio para explicar cómo pasa los días. El anciano vuelve a encerrarse en el dormitorio porque ni por asomo quiere aparecer en la foto junto a su mujer. Confiesa que está harto de estar aquí. “Quiero irme porque no quiero hacer sufrir a mi mujer”. Por las mañanas, cuando se despierta, se dice a si mismo: “Un día más”, y por la noche, cuando se acuesta, piensa: “A ver si no me despierto”. La monotonía en la casa la rompe Montse, una asistente social que va una hora diaria y otra persona que les realiza la limpieza. Las ayudas llegan de la mano de Cáritas. Montse les acompaña a comprar, a pasear y al médico, aunque a Demetrio no le gusta mucho ir a la consulta. El otro día visitó al especialista por un dolor de piernas: "Me dijo que no tenía solución y le contesté si es así no hace falta que vuelva más".
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