EL DRAMA DE LA INMIGRACIÓN

Los ángeles de los asilados

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Hay todo un camino que desemboca en el voluntariado. Primero está la información, esa inquietud que empuja a conocer realidades ajenas, de personas que necesitan ayuda. Después viene la sensibilización, sentirse conmovido por una situación concreta, por un testimonio que aflora la empatía. El último paso -este lo da una minoría, pero qué minoría- es la acción, secar las lágrimas e intentar echar una mano en la medida de lo posible. Los voluntarios son personas informadas, sensitivas y emprendedoras. Y como no podía ser menos, como la ocasión lo requiere, también se han movilizado para socorrer a los refugiados que, en cuentagotas, van llegando a Catalunya. 

Anna, Carla, Veronica y Mercè han decidido hacer un hueco en sus vidas para ayudar a las personas que llegan a Barcelona en busca de protección internacional. Como la espera es larga, como el Estado puede tardar años en deliberar, este colectivo necesita apoyo para integrarse y desenvolverse. La bienvenida la dan las entidades sociales, organismos repletos de valiosos técnicos y expertos, pero también de voluntarios como estas cuatro mujeres que comparten con este diario su experiencia con los asilados.

OBSERVAR; REACCIONAR

Anna Ramis tiene 56 años y ya antes había realizado voluntariados. Se ha apuntado al programa catalán de refugio, impulsado por la Generalitat, que busca mentores entre la sociedad civil. Se han inscrito 1.500 personas, que recibirán una formación durante tres meses antes de entrar en contacto con los asilados. Ramis, que se dedica al ámbito universitario y educativo, ha formado equipo con dos amigas de toda la vida, Silvia Mondón (médica) y Eulàlia Sayrach (trabajadora social). "El hecho de que no tengan expectativas, ni visión de futuro inmediato, a mi me afecta. Me considero privilegiada y no puedo quedarme indiferente ante lo que le sucede a familias que podrían ser la mía. 

Sobre el papel de los gobiernos, Ramis habla de los temores, del peligro de identificar a los que vienen de fuera como una amenaza. "Es más fácil alimentar los miedos y las susceptibilidades que ver toda la riqueza que los refugiados pueden aportar". Por eso con sus hijos de 27 y 23 años ha tratado el tema con total naturalidad, desde el sentido común, huyendo de lo político, lo polémico y lo superficial. 

DESDE LA EXPERIENCIA

Que Carla se hiciera voluntaria era una cuestión de tiempo. Nació en Bolivia y vino a España en el 2004. Es transexual, algo que, cuenta, en su país se ve "como antinatural, como una patología". No solicitó la carta de asilo por falta de información, y eso es algo que ahora no quiere que le pase a nadie más. Por eso, a través de la Asociación Catalana para la Integración de Homosexuales, Bisexuales y Transexuales Inmigrantes (Acathi), hace un par de años que ayuda a mujeres en su misma situación. Trabaja como cocinera y está pendiente de que le concedan la nacionalidad, lo que le permitiría, entre otras cosas, modificar el nombre masculino que aparece en su documento de identidad. "Me considero integrada; me siento bien". 

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Acompaña a las refugiadas transexuales en su transición (proceso de cambio de sexo), un periodo "complicado" que en estos casos se hace más cuesta arriba por su condición de solicitantes de asilo -una "doble vulnerabilidad", sostiene-. "El mío no es un trabajo profesional, me limito a escuchar, a orientar, a estar a su lado". Se queja de la falta de información, de la ausencia de un manual para este tipo de demandantes de protección internacional. Y también lamenta los estereotipos, que se les ofrezcan cursos de formación determinados, dando por sentadas ciertas cosas, ciertos tópicos. "Vienen con miedo, sin saber qué será de ellas, sin saber por dónde empezar". Por eso, "porque cada caso es peculiar y único, porque el punto de partida de cada persona es diverso", está preparando, junto con Acathi, un "protocolo de acogida trans".

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Carla trabaja unas 50 horas a la semana. El voluntariado le aporta una "enorme satisfacción", aunque no esconde cierta incomodidad por estar "cubriendo un vacío social" del que deberían ocuparse las Administraciones. "Le estamos haciendo la faena a los políticos". Pero no dejará de hacerlo, todo lo contrario. Y así, poco a poco, logrará evitar el cierto desamparo con el que ella tuvo que lidiar hace 13 años.

Verónica también trabaja como voluntaria con el colectivo trans, pero su tarea es algo más ardua, pues lo hace con las asiladas que están en prisión por razones que no vienen al caso. Empezó a visitar cárceles hace dos años, y también subraya el "doble sufrimiento" que arrastran estas personas que, en ocasiones, tienen que esconder su condición en la cárcel. "Les llevamos ropa, les damos información sobre la transición... Son muy valientes. Estamos en el buen camino, pero queda mucho camino por recorrer, así que debemos concienciarnos sobre ello o todo seguirá igual". 

SOLIDARIDAD QUE ENGANXA

Mercè Navarro tiene 46 años y es técnica de recursos humanos en el Institut Ramon Llull. Tiene las tardes libres, así que hace año y medio, cuando la crisis migratoria ya ocupaba buena parte del noticiario, pensó que era buen momento para hacer algo. Contactó con la Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado (CCAR) y se puso a su disposición. Su experiencia laboral venía como anillo al dedo para algo que los solicitantes de asilo afrontan a menudo: las entrevistas de trabajo cuando, por fin, en la segunda fase del programa estatal, consiguen la tarjeta roja que les permite acceder al mercado de trabajo. Con el tiempo, reorientó su voluntariado, y ahora se encarga de coordinar las parejas lingüísticas, esto es, de poner en contacto a un refugiado y a un voluntario nativo para que practiquen el catalán y el castellano. 

No tenía ni idea de lo que se encontraría. Con perspectiva, se da cuenta de que los refugiados "son personas muy agradecidas, más aún cuando comprueban que la persona que tienen delante es un voluntario". Admite que este tipo de cosas enganchan. Que ayudar a los demás y ver los resultados multiplica la empatía y hace que te quieras comprometer con más fuerza. Por eso ha visitado Grecia y los campos de asilados en dos ocasiones. Dice también que es imposible abstraerse a la tragedia de estas personas, y sobre el papel de las Administraciones, no siente estar haciendo un trabajo que deberían hacer los gobernantes. "Creo que es bueno para la sociedad que existan voluntarios. Ayuda a conectar distintos colectivos, a conocer otras realidades. Todo el mundo debería hacer un voluntariado".