"Es normal que se metan conmigo, soy una mierda"

La 25.000 llamadas atendidas por ANAR el año pasado revelan la pérdida de autoestima de las víctimas de acoso escolar

MANUEL VILASERÓ / MADRID

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"El otro día mí hija me dijo: 'Mamá, el recreo es una tortura para mí, me empiezan a dar balonazos, me insultan y se ríen de mí…". Es la transcripción de la llamada que una angustiada madre de una niña de 12 años realizó al teléfono para adultos y familias (600505152) de la Fundación Anar. Sus responsables no quieren dar más detalles para que las personas afectadas no se vean identificadas. La entidad garantiza la confidencialidad y la discreción en unas actuaciones que van desde el simple asesoramiento psicológico al jurídico. Para ello disponen de 200 psicólogos, juristas y otros expertos.

Pero las palabras de la madre angustiada son solo una pequeña gota en el mar de las 25.000 llamadas sobre acoso escolar atendidas por la fundación el año pasado. En ese caso su hija se había confesado después de meses de aguantar pero en el de otro menor de 11 años, el acoso saltaba a la vista. “Ha llegado a casa sangrando, con un moratón en el ojo y con las gafas totalmente rotas… qué dolor me ha dado verlo”, exclamaba la madre a través de la línea.

LLAMADAS DE TANTEO

Cuando los que marcan el teléfono son los menores, suelen realizar varias llamadas de tanteo hasta que se deciden. “A lo mejor llaman y cuelgan, dicen que la víctima es un amigo suyo, o simplemente bromean hasta que se sienten seguros y piden la ayuda que necesitan”, explica Benjamín Ballesteros, director de programas de la fundación.

“Me insultan, me pegan, me dan empujones me hacen sentir inferior, me dicen que sobro, que estaría mejor muerta... No tengo ganas ni de vivir, no sé por qué estoy en el mundo". Son las palabras de una adolescente de 14 años, con una experiencia muy parecida a otra de 15 años que llamó porque “siempre” se estaban “metiendo en el cole” con ella. “Creen que soy tonta, si yo desapareciera no le importaría a nadie”, añadía.

La pérdida de autoestima es la consecuencia más frecuente del acoso y también la más paralizante. Las víctimas llegan a interiorizar que se merecen el maltrato que reciben, como este testimonio de otro adolescente de 13 años: “Es normal que se metan conmigo, siempre lo hacen, soy una mierda, no valgo para nada”, aseguraba.

Esta situación de frustración, de minusvalorarse y no encontrar salidas es la que lleva a muchos menores a plantearse el suicidio. Sería según sus padres, el caso del pequeño Diego González, que en octubre del año pasado se arrojó por la ventana de su casa. La publicación de la carta de despedida en la que señalaba que no quería ir más al colegio y esa era la única manera de lograrlo causó un gran impacto, que la fundación Anar ha medido. Durante los 50 días anteriores a la publicación, el pasado 20 de enero, les llegaron 27 denuncias de niños y 47 de adultos pero en los 50 días siguientes la cifras pasaron a 60 y 207 respectivamente. Es la contribución póstuma del pequeño Diego a la sensibilización sobre un problema que él no pudo superar.