Gente corriente

Florenci Crivillé: «Un poema, como un libro, te abre caminos»

El lector que todo poeta quisiera tener. Poesía y etnografía guían su vida desde la adolescencia. Fue amigo de Martí i Pol.

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CARME ESCALES

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Hay quien busca objetos en rastros y tiendas de anticuario y obras poéticas en librerías o bibliotecas, pero Florenci Crivillé va directo al origen. Los viejos enseres del campo, en las casas de payés los encuentra. La poesía, en el hogar del poeta. Lleva 47 años vinculado al Museu Etnogràfic de Ripoll -donde custodian algunos de sus hallazgos- y ha cultivado la amistad con diversos poetas catalanes. Reliquias y poemas tienen en este ripollense a un centinela fiel. A su lado, ningún trozo de la historia ni de la rima se pierde.

-¿Qué tienen en común la etnografía y la poesía? ¿O el punto en común es usted?

-(Risas). Nunca lo he pensado, pero imagino que la manera de sentir y vivir en este pequeño país la han sabido resumir tanto nuestros poetas como lo explican herramientas y utensilios domésticos, que indican cómo trabajaban y convivían nuestros antepasados.

-¿Y qué fue lo que antes le atrajo?

-La poesía. Yo era el niño repelente que recitaba todos los poemas de memoria. Nací en agosto del 48 en una familia humilde y solo pude estudiar hasta los 14 años. Hice la oficialía en electricidad y entré en una fábrica textil, donde hacía trabajos de mantenimiento. Con 17 años fui por primera vez al museo de Ripoll, para cambiar bombillas.

-¿Qué descubrió allí?

-Me fascinaron aquellas personas que querían salvar el patrimonio. Escuchaba sus conversaciones y sentía que aquel mundo me gustaba. A partir del 67, con 19 años, sistemáticamente me presentaba los sábados en el museo con una u otra excusa. Un día consultaba el archivo de fotos antiguas, otro día pedía artículos de prensa local... Formé parte de su patronato, y en el 97 empecé a llevar el mantenimiento y la conservación. El Arxiu Museu Folclòric de Ripoll, hoy Museu Etnogràfic, fue el primero de Catalunya. Actualmente tiene unas 8.500 piezas, la mitad expuestas.

-¿Qué tipo de objetos hay?

-La temática principal es la vida del campo y de los pastores, pero también hay etnografía sobre costumbres religiosas, elementos de la industria siderúrgica y una magnífica colección de armas de fuego portátiles fabricadas en Ripoll entre los siglos XVI y XIX. Casi cada mes el museo recibe alguna aportación. La gente, en la actualidad, ya reflexiona sobre la importancia de preservar lo que define a un territorio y a su gente.

-¿A Miquel Martí i Pol cómo lo conoció?

-Yo había leído sus libros El poble y La fàbrica -él también entró en una fábrica a los 14 años- y me encantó aquella poesía social. Pensé que explicaba la vida fabril tal cual yo la había vivido. En 1980, trabajando en el turno de noche, un obrero veterano, con los que a mí siempre me gustaba hablar, me dijo que era de Roda de Ter.

-El pueblo de Martí i Pol.

-Sí, por eso le pedí que me llevara a conocerlo. Y fuimos. Martí i Pol hablaba con dificultad, pero al despedirnos me dijo: «Vuelve otro día». Empecé a ir a menudo y nos empezamos a relacionar. Le dije que recogía material sobre él, maquetas de grupos y cantantes que musicaban poemas suyos y artículos de prensa, y él me pasó algunos poemas aún inéditos o poco divulgados. En la dedicatoria de uno de sus libros, en 1985, escribió: «A Florenci, que pronto sabrá más de mí que yo mismo».

-¿Qué fue lo que más le llegó de Martí i Pol como persona?

-Que fuese tan autodidacta. Tradujo del francés una docena de títulos pese a que solo fue a la escuela básica. Su tenacidad me cautivaba. Tenía los objetivos muy claros. Escuchaba a todo el mundo, pero al final hacía lo que a él le parecía que debía hacer.

-¿Y la poesía en general, qué le deja?

-Un poema es como haber leído un libro entero. Te abre caminos.