INFANTICIDIO EN GALICIA

Un crimen nunca visto

Alfonso Basterra y Rosario Porto, (con chal morado), el jueves tras un  registro policial.

Alfonso Basterra y Rosario Porto, (con chal morado), el jueves tras un registro policial.

MAYKA NAVARRO / Santiago de Compostela

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«Paseando de la mano de su abuelo por el parque de la Alameda de Santiago, mientras el hombre le contaba historias que ella escuchaba ensimismada». Así recuerda la periodista compostelana Patricia Pardo a la niña que el pasado fin de semana fue presuntamente asesinada por sus padres sin que siete días después del hallazgo de su cadáver se sepa por qué la mataron. Quizá en este crimen no exista un porqué, ni se acierte nunca a saber el móvil que, según los investigadores, llevó a los padres de esta niña que mañana hubiera cumplido 13 años a sedarla, asfixiarla por sofocamiento y abandonar su cadáver en una pista forestal de Feros, en Cacheiras, el cual encontraron entrada la madrugada y con luna llena dos jóvenes que salían de un club de alterne cercano.

Asunta Basterra Porto era la niña de los ojos de su abuelo, el reconocido abogado compostelano Francisco Porto Mella, que falleció a los 88 años en su domicilio de Santiago, en julio del 2012, siete meses después de que muriera su mujer. La pequeña se quedó sin abuelos. La paterna falleció y Ramón Basterra, el padre de su padre, apenas la veía ni trataba. Esta semana, cuando el abuelo paterno supo del asesinato de su nieta no acudió ni al entierro, porque dijo que se sentía «delicado y muy mal del corazón». Y casi sin pestañear hizo suya la tesis de los investigadores de que fue Rosario Porto quien mató a su hija, dejando para el padre, su hijo, un mero papel de encubridor. «Mi hijo está muy enamorado de esa mujer. Hace lo que ella quiere. Seguro que la encubrió».

Pero, ¿por qué? Los investigadores sospechan que en este crimen no hubo arrebato. Que la muerte de Asunta no fue el resultado de una crisis que se pueda achacar a un brote psicótico puntual. Para la Guardia Civil, el juez José Antonio Vázquez Taín y el fiscal Jorge Fernández de Aránguiz existió una premeditación del crimen que incluyó ensayos con la menor sobre la dosis de sedantes que se le debía administrar.

Hasta el día de hoy, los investigadores cuentan, que se sepa, con dos episodios muy concretos en los que Asunta llegó al instituto o a las clases extraescolares de ballet o música en condiciones no aptas. Es decir, muy mareada, con la boca pastosa, sin poder apenas caminar. El padre, el periodista Alfonso Basterra, que era el encargado, después de la muerte del abuelo, de traer y llevar a su hija, les contó que la niña estaba tomando un medicamento muy fuerte para combatir sus crisis de alergia. Y que ese fármaco le producía esos mareos, vómitos y sensación de adormecimiento. Le creyeron, y no indagaron más. Pero muy mal debieron de ver a la niña, y muy mala conciencia se les debió de quedar a las profesoras que esta semana han acudido a la Guardia Civil a detallar los episodios con un gran sentido de culpabilidad, por no haber dado antes la voz de alarma.

Su última ausencia en clase fue el miércoles anterior a su asesinato. Ese día, fue la madre la que se encargó de enviar una nota manuscrita al instituto Rosalía de Castro y un SMS a la profesora de ballet para indicar que Asunta se había tomado muchas pastillas y estaba «KO». El jueves y viernes la niña acudió a clase. Pero sus amigas del instituto contaron esta semana a los responsables del centro cómo esos dos últimos días en el colegio la vieron «apagada, triste y abatida». Y que no les quiso dar detalles sobre qué le ocurrió el miércoles para faltar a clase.

Asunta era muy discreta y con una capacidad de trabajo increíble. Iba un curso adelantado para su edad, tenía unas notas sobresalientes, y fuera de clase asistía a ballet, piano, violín, además de recibir clases particulares de chino, francés e inglés. ¿Qué quieres ser de mayor? Le preguntaron hace poco para un trabajo escolar. «No lo sé», respondió con timidez. Los educadores que la trataron sostienen que habría podido ser lo que hubiera querido, pero que tenía una especial manera de escribir las cosas, de contarlas y una imaginación desbordante en la que se refugiaba a menudo. Basta leer el blog que escribió hace un año con su profesora de inglés. Allí recordó a su abuelo, el hombre que la enseñó a escuchar y al que, según algunos allegados, la niña echaba terriblemente de menos.

Santiago es una ciudad pequeña, poco más de 90.000 habitantes. Estos días, muchos citan hechos a los que no se dio importancia, porque normalmente no la tiene. Una farmacéutica recordaba una escena desagradable de Rosario con su hija, hace tres semanas. «La trataba con desprecio, muy mal. Me dio muchísima pena esa niña, que solo supo bajar la cabeza». Según la dependienta de una tienda de ropa de Santiago a la que madre e hija fueron hace pocos días a comprar, la madre regañó a su hija y aquello degeneró en unos chillidos fuera de lugar. La niña, según la mujer, mantenía una actitud retraída y temerosa.

Pero, ¿por qué se mata a una niña de 12 años? En ocasiones anteriores, un padre o una madre han asesinado a sus hijos para vengarse del cónyuge. Para arrebatarles lo que más querían. José Bretón, condenado por el asesinato de sus dos hijos, es un ejemplo doloroso y cercano. Pero en esta ocasión y sin que existan precedentes en la historia criminal española, padre y madre, según los investigadores, se aliaron para asesinar a su única hija.

Para el juez Vázquez Taín, el fiscal y la Guardia Civil no hay la menor duda de que fueron ellos y de que tienen el mismo grado de responsabilidad. Aseguran tener suficientes pruebas, que no han trascendido, para una condena severa. Son tantas las pruebas, y tan altiva e incomprensible la actitud de la madre durante el interrogatorio del viernes, que el juez ni siquiera le mostró las imágenes en las que se la veía con su hija saliendo de Santiago, que desmontaban su coartada. «¿Para qué? Que se crea que solo tenemos contra ellos lo que los medios cuentan», dicen que apuntó Taín.