DEBATE SOBRE LA ALIMENTACIÓN

Comida saludable: mira la etiqueta, no el envase

El consumidor debe fijarse en la lista de ingredientes, donde el primer lugar siempre está ocupado por el componente mayoritario

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Olga Pereda

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“Palitos de espelta y avena. Fuente de fibra. Hechos al horno”. El consumidor coge el snack, envasado en una bolsa con un dibujo de muchas semillas y aceite de oliva, y respira tranquilo. Piensa que, por fin, comerá un aperitivo saludable. Lo mete en el carro. No tiene tiempo de mirar con lupa la etiqueta: 2,5 gramos de sal por 100 gramos (según Sanidad, todo lo que lleva más de 1,25 es un alimento “con mucha sal”). El protagonista de este reportaje, padre de familia, sigue por los pasillos y sus hijos le reclaman que, por favor, esta tarde merienden crema de cacao. Un día es un día y accede al capricho. Concienciado con el medio ambiente, opta por ir a las estanterías de la alimentación bio/ecológica, que en los últimos años han crecido como setas en los supermercados de barrio. Allí está, efectivamente, la crema de cacao para untar con una etiqueta “100% BIO” bien visible en tonos verdes. Lo que no se ve tanto es la etiqueta de detrás, donde el azúcar se sitúa como el primer ingrediente, por delante de la grasa de palma.

Una vez metido el caprichito de cacao en el carro, el consumidor busca las verduras. Compra dos calabacines. Son bio, sí, pero están plastificados. Su precio: dos euros. ¿Cuánto cuestan dos calabacines no bio? 65 céntimos. Y, además, no están plastificados. También se lleva una berenjena bio y plastificada: 1,19 euros frente a los 30 céntimos que cuesta la normal (y sin envase).

Macarrones con kale y espirulina

Además de las verduras, el menú ‘saludable’ de hoy consistirá en un plato de cereales. Los gurús 'healthy' no hacen más que recomendar la quinoa, así que el consumidor coge una bolsa de medio kilo (también bio): 4,95 euros frente a 1,78 que cuesta un kilo de arroz integral, cereal con similares propiedades nutricionales. A sus hijos la quinoa no les va mucho, así que se dirige a la zona de la pasta, un clásico con el que siempre se acierta. Una marca de toda la vida acaba de sacar al mercado unos macarrones, que han dejado de llamarse así. Ahora son multivegetales y llevan kale (un tipo de col), espirulina (un alga) y zanahoria. La etiqueta, sin embargo, especifica que la cantidad de zanahoria es del 4%, mientras que el 3% es kale y el 1%, espirulina. Tiene la misma cantidad de proteínas que los macarrones de toda la vida, pero más sal (0,17 gramos frente a 0,03). El precio también es mayor: 1,81 euros frente a 1,06.

Quinoa 'versus' leche de vaca

Para la merienda, el consumidor piensa en unos saludables bocadillos con jamón cocido. Coge un envase de lonchas en las que aparece la familia cinematográfica Increíble y unos llamativos rótulos: sabor suave, bajo en grasa, menos sal, con hierro, sin gluten, sin lactosa… La etiqueta de detrás, sin embargo, confirma que tiene 1,50 gramos de sal por 100 gramos. Para acompañar el bocata, qué mejor que un buen vaso de leche, otro básico de la cesta de la compra que ahora también se ha visto invadido por la quinoa. La bebida de quinoa cuesta casi el doble que la leche normal y es bastante más baja en proteínas: 0,4 gramos frente a los 3 de la leche entera.

Integrales, pero con azúcar

Al pasar por las (gigantescas) estanterías de los cereales de desayuno, los peques de la casa piden unos de chocolate. El padre sabe que no son el producto más saludable del mundo, pero se fija en un envase en el que dice que los cereales son integrales, no tienen colorantes ni aceite de palma. Los compra sin caer en la cuenta de que tienen 28 gramos de azúcar por cada 100 gramos (frente a los 8 gramos de los cereales de desayuno normales).

El padre de familia sale del supermercado convencido de que ha adquirido productos saludables y sostenibles. La realidad es muy distinta. Gemma del Caño, farmacéutica y experta en industria alimentaria, pide a los usuarios que hagan la compra desconfiando siempre de lo que se dice en el envase. Ya sea ‘sin aceite de palma’, ‘fuente de vitaminas’, '0% grasa' o ‘cereales milenarios’.  "Para saber si un alimento es saludable lo que hay que hacer es mirar bien la etiqueta y la lista de ingredientes, donde nunca se miente y donde el primer lugar siempre está ocupado por el ingrediente mayoritario. Si ves que el azúcar ocupa el número uno de esa lista… ya sabes qué estás comiendo, ¿verdad?", concluye tras recordar que, por ejemplo, los yogures más sanos que podemos tomar no son ni los de frutas, ni los triple cero, ni los edulcorados, ni los antigrasa. Los más saludables son los más normales: los naturales, los que solo llevan leche y fermentos.