RONDA NOCTURNA CONTRA EL INCIVISMO

Botellón sin desmadre

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Imma Fernández

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Son las 11 de la noche de un viernes del pasado julio y empieza la ronda contra el incivismo en las zonas de ocio nocturno de Castelldefels. Seis mediadores y el coordinador, Chema Montorio, recorren en parejas, hasta las cuatro de la madrugada, el territorio del botellón y de la diversión de jóvenes y adolescentes. Lo hacen los viernes, el día que más menores salen a 'reventar' la noche porque pueden acceder a la discoteca Jarana.

En el paseo de la playa, ya corre el alcohol y la música en corrillos desperdigados. Cuando Montorio se acerca a uno de ellos, Paula le saluda: “Yo te conozco, ¿cómo te llamabas?”. Tras una breve charla informal, el mediador les repite lo de otras veces: “Acordaos de recogerlo todo y de beber agua, y de que la música muy alta molesta a los vecinos”. La joven y sus colegas de fiesta halagan su trabajo: “Ellos intentan que entremos en razón, que nos concienciemos, se interesan por nosotros. Y te hablan de tú a tú, como iguales, mientras que la policía lo único que hace es ponernos multas que pagan nuestros padres. ¡Eso no sirve de nada! Así no aprendes, solo sales enfadado”.

Agua contra el resacón

La buena mano izquierda de estos profesionales es más efectiva que las sanciones, aseguran Paula y Joel. Dicen que siguiendo sus consejos se han alejado de los pisos para no molestar al vecindario: “Son muy majos y les hacemos caso. Traemos agua, como nos sugirieron que tomáramos entre copa y copa, y realmente funciona”. Agua para un resacón más digerible. Cuando se acaba la juerga al aire libre, aseguran, recogen la paradita. Residuos cero. “Somos ecológicos”.

Cambiamos de grupo y unos jóvenes estudiantes universitarios, cubata en mano, refrendan la buena labor de los mediadores. “Debería haber más”. También en las fiestas mayores, proponen. “Nos gustan porque ellos no te prohíben nada; avisan de que seamos responsables, de que bebamos con moderación y de que si hacemos mucho ruido, los vecinos llamarán a la policía”, se explaya Eva. Su amigo Juan valora que les hablen “con tranquilidad y en plan colegueo, no desde la superioridad como los agentes”. “Los jóvenes vamos a seguir bebiendo, así que es mejor que nos hablen con respeto”, apostilla.

“¿Queréis un cubata? Vosotros sois buena gente”, invita un menor en otro ejemplo del “buen rollo” con los mediadores. Se confirman las palabras del coordinador: “A los jóvenes les gusta hablar”. Entre trago y trago, Jose, de 18 años, según dice, recrimina la tala de árboles en la pineda del Castell. Alguien se habrá embolsado una buena pasta, presupone, y se queja de que en invierno los jóvenes no tienen lugar alguno donde reunirse. “¿No necesitaréis a gente para trabajar? ¡A mí me encanta charlar!”, se ofrece entre risas.

Desbandada por la policía

Una sirena azul irrumpe en la avenida y se produce la desbandada. Jóvenes, y muchos menores, corriendo dejando tras de sí los rastros de su avituallamiento etílico. Vasos, bolsas, botellas… “Esto es lo único que consigue la policía; nunca ha funcionado con el botellón. Mira cómo queda todo por el suelo. Algunos críos vuelven, pero otros ya no”, remacha Montorio.

Pasada la medianoche, avanza el desmadre. El habla de algunos chavales se trastabilla y el cachondeo se impone a la concienciación. “¿Qué beba agua? Bueno, aquí tengo hielo fundido. ¡Y esto es agua bendita!”, bromea un crío achispado alzando el cubata. “Nosotros somos muy legales, eh, aunque a veces se nos va el tono”, suelta. La mediadora Alba les pregunta de dónde son y la edad –apuntan datos de todos los grupos-, y les recuerda que si alzan mucho la voz molestarán a los que están descansando.

Conforme avanza la madrugada, asoma la peor cara del botellón. Los excesos inhabilitan cualquier atisbo de responsabilidad en los chicos, y los más ebrios sucumben en cualquier esquina. Y ahí están los mediadores, "los ojos de la noche", para socorrerles. “En las últimas horas –dice Montorio- nos convertimos en ángeles de la guarda”.