Gente corriente

Àngel Camacho: «La censura nos hacía tapar escotes y piernas»

Él y su padre dibujaban a mano los carteles que anunciaban películas de cine y espectáculos de teatro, cabaret y circo.

«La censura nos hacía tapar escotes y piernas»_MEDIA_1

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CARME ESCALES

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El guion de una vida laboral lo escriben un primer día de trabajo, el aprendizaje, las relaciones con jefes, proveedores, clientes, compañeros, épocas buenas y dificultades. El de Àngel Camacho (Barcelona, 1937) es un guion de cine. En él, además de su recorrido profesional, se narra un trozo de la historia de Barcelona, cuando salas de cine, teatro y cabaret vivían su momento más dulce. La imagen de artistas como Marilyn Monroe, Yul Brynner, Rita Hayworth o Charlton Heston anunciaba en las calles los estrenos, en carteles que Camacho y su padre pintaban.

-¿Cómo empezó todo?

-Pues estuvo a punto de no empezar, porque mi abuelo, que llegó de Valencia y trabajaba de feriante en Montjuïc -tenía atracciones-, quería que mi padre estudiara Medicina, pero a mi padre -Àngel Camacho- lo que le gustaba era dibujar. Y aunque eso su padre lo veía bohemio y sin futuro, él fue testarudo y se hizo aprendiz de un pintor que hacía carteles para la Metro Goldwyn Mayer.

-¿Para la Metro, directamente?

-Sí, con las películas llegaban también los carteles y fotos de los actores. Aquí los pintábamos, pues salía más barato que hacerlo en América, cambiábamos los títulos -Gaslight por Luz de Gas, por ejemplo-, y luego íbamos con el boceto a pasar la censura.

-¿Dónde?

-El despacho estaba en la calle de Balmes esquina con la Diagonal. Llevábamos la muestra en pequeño del dibujo que queríamos hacer para que nos pusieran el sello. La censura nos hacía tapar escotes y piernas, hasta que Adolfo Suárez subió al poder.

-¿Guarda carteles de los que dibujaron?

-Guardo muchas fotos, pero carteles no, la mayoría eran enormes, algunos hacían más de 20 metros de alto y cinco de ancho.

-¿Cómo trabajaban?

-Cuando mi padre se estableció por su cuenta, abrió un taller -1.200 metros cuadrados- en la calle de la Reina Amàlia. Cuando yo empecé, con 15 años, aún no existía la pintura plástica. Teníamos una cocina de carbón para cocer al baño maría la cola -de pescado o de conejo- para amalgamar la pintura. Había que ir removiendo, y como se enfriaba mientras pintábamos, había que volver a calentarla. Pintábamos de pie cada fragmento del cartel y luego en el suelo los uníamos como un puzle.

-¿Y de ahí los llevaban al cine?

-Al cine, al teatro, al circo o a la plaza de toros. Hacíamos carteles para todo espectáculo y figuras como un Spiderman gigante o el ataúd de Drácula, que hubo que retirar, ya que la gente creía que era el velatorio del amo del Capitol y no entraba a ver la película. Si eran trabajos muy grandes, se llevaban en carro por piezas y se montaban in situ. Recuerdo haber arrastrado, con viento y lluvia, el carro desde el Raval hasta el cine Niza, en la Sagrada Família.

-Cuántos cines debe de echar en falta...

-Pues mire, tome nota: Niza, Regio, Kursaal, Savoy, Cataluña, Palau del Cinema, Fémina, Princesa, Río, Rívoli, Rex, Vergara, Pedro IV, Montecarlo, Urgell... ¿Y teatros? Teatro Cómico, el Teatro Circo Olympia, el Talia-Paco Martínez Soria, y algunos más.

-Y muchas de esas salas debían de ser de un mismo propietario...

-Sí, había tres empresarios importantes, Antoni Solé y los señores Gasa y Balañá.

-¿Recuerda algún cartel en especial?

-El que hice para el cine Fémina de la película Cómo casarse con un millonario, con Marilyn Monroe e Yves Montand. Mi padre, que era una máquina y tenía un verdadero don, me felicitó. Y el último que hicimos, Gandhi, para el Coliseum. Con la impresión digital, pintar a mano se acabó. Luego el videoclub empezó a matar lo que hoy remata el IVA del 21%: el cine como acto social en el que la gente vibra. Es una lástima.