MUCHAS MUJERES COMO ANGELINA JOLIE

Ana Estévez: "Nunca dudé en hacerlo"

Ana Estévez es una catalana que, como la actriz estadounidense, decidió someterse a una doble mastectomía preventiva tras saber que tenía alto riesgo de sufrir un cáncer de mama. A lo largo de estas líneas, esta economista y madre de cinco niños desgrana los efectos y los motivos que la llevaron a tomar esta medida drástica que los especialistas recomiendan en unos casos limitados.

Ana Estévez, con una foto de cuatro de sus cinco niños.Cuando se hizo el test, estaba amamantando a su segundo hijo.

Ana Estévez, con una foto de cuatro de sus cinco niños.Cuando se hizo el test, estaba amamantando a su segundo hijo.

PATRICIA CASTÁN

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Ana Estévez se confiesa admiradora de Angelina Jolie en casi todas sus facetas mediáticas: actriz, activista y madraza. Pero ni remotamente podía imaginar, hasta el pasado martes, que sus biografías iban a tener un vínculo común más allá de coincidir en una numerosa prole. Las une un nexo que simboliza la feminidad y la maternidad, que se sobreexplota como reclamo sexual, que sigue monopolizando portadas en función de su tamaño y descaro, pero que también esconde tras su inherente belleza infinitas historias de enfermedad, de dolor, de pérdida y de superación. Dos pechos. No dos pechos sin más, sino dos pechos perdidos. Y dos pechos reemplazados.

Porque Angelina no es un caso extremo, ni una diva excéntrica que eligió cambiar una amenaza de carne y hueso por un salvoconducto de silicona. Jolie es una mujer con un gen alterado y una alta posibilidad de desarrollar un cáncer de mama. Como Ana, como miles más en el mundo. Pero en España, como en Estados Unidos, cuando la genética juega en contra existe la posibilidad de decidir entre un control rigurosísimo y continuo para detectar un posible cáncer en un estadio precoz, o la de atajar drásticamente con la ahora ya célebre mastectomía preventiva. Ningún médico la receta. Es la paciente la que debe escoger. Y Ana también eligió perder sus senos hace ya cuatro años, sustituirlos por una prótesis y dejar atrás el miedo.

Normalización

Esta barcelonesa de mirada y charla serenas tiene un nuevo motivo para empatizar con la mujer de Brad Pitt. Le agradece que, al hacer pública su mutilación, haya contribuido a normalizarla. A que la gente sepa que existe, que es una decisión «dura», tremenda, pero «comprensible» y respetable. Como la actriz, Ana quiere vivir y ver crecer a sus hijos. Con 34 años, ya tiene cinco niños, de entre 6 años y 4 meses. La vida pesó mucho más que la estética en su decisión, explica en el salón de su casa, en el barrio de la Bonanova, sin perder la sonrisa y desde la convicción: «Nunca dudé en hacerlo. No me he arrepentido ni un instante de lo que hice y volvería a repetirlo en la misma situación».Ninguna historia con la palabra amputación en su argumento es fácil, pero sí puede tener desenlace feliz. Aunque la narración arranque tan dolorosamente como sucedió en esta familia. El cáncer se coló de pleno en sus vidas hace seis años, cuando murió una prima hermana a la que le habían detectado uno de mama siete años antes, con solo 25. Justo entonces la madre de Ana fue diagnosticada del mismo mal. Poco después, otra prima hermana en la treintena padeció cáncer de mama bilateral. Fue entonces cuando sonaron las alarmas. Aquello no podía ser casual. El equipo del prestigioso doctor Josep Baselga (entonces director del Instituto de Oncología

Vall d'Hebron, cargo que mantiene honoríficamente, actual director del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York y médico que ha visitado en EEUU a Tito Vilanova) recomendó hacer pruebas genéticas a la madre de Ana y a sus cuatro hermanos como punto de partida.

Esa primera criba determinó que un hermano y una hermana de la madre (padres de las primas afectadas) eran portadores de la alteración del gen BRCA2, uno de los que disparan la posibilidad de desarrollar la enfermedad. Les llegó entonces el turno a los hijos de cada uno. Un alud de pruebas que determinó que varios primos lo habían heredado, al igual que Ana, su hermano y su hermana. Una de las primas con el gen fue diagnosticada entonces con un cáncer in situ. Estas tres mujeres, jóvenes, tomaron la decisión casi a la vez: se operarían. En poco más de un año las tres desfilaron por los quirófanos de Vall d'Hebron.

¿Suena a sentencia el positivo genético? «No fue un drama. Me gustó saberlo, saber que podía hacer algo, y tenía claro que si salía, lo haría», rememora con calma, mientras da el biberón a Pablo, el benjamín. Precisamente la lactancia fue lo único que ralentizó sus planes. Esta luchadora se hizo la prueba un mes de junio, recibió el resultado en agosto y se operó en febrero del siguiente año. «Estaba dando el pecho a mi segundo hijo y me dijo la doctora que podía esperar unos meses», cuenta. La doctora es Judith Balmaña, oncóloga responsable del consejo genético de cáncer familiar en dicho hospital y que ha seguido en primera línea la batalla que esta familia ha librado ante la gran epidemia del siglo XXI. Rebobinando los recuerdos al alcance de la memoria, los Estévez piensan en el abuelo materno, también fallecido por cáncer, como posible transmisor reciente de la mutación a las actuales generaciones.

Intervención compleja

Ana recuerda la primera operación sin traumas. «Duró unas ocho horas y estuve varios días ingresada», relata. La compleja intervención consistió en extraer toda la glándula mamaria y el pezón, la opción más común en mujeres de alto riesgo, ya que mantener este supone asumir un cierto riesgo de cáncer, aproximadamente en torno al 5-10% del que habla Jolie, que ha preferido conservarlo. En su caso, optaron por colocarle un expansor temporal que permite ir inyectando suero regularmente durante unos meses de for-ma que el músculo y la piel cedan paulatinamente para poder acoger después la prótesis.

El posoperatorio fue doloroso, son muchas las cicatrices internas, los traumas y el drenaje de las heridas. Pero la paciente, de esas a las que deben venerar todos los médicos, no es de las que se quejan. Cuando vuelve la vista atrás no habla de pérdida, ni de miedo a enfrentarse al espejo, ni de complejos ni vacilaciones.

«Lo más difícil fue la logística familiar», afirma. Conciliar su papel de madre y su hiperactividad con la convalecencia. «No puedes levantar los brazos ni coger peso durante semanas». Echó mano de la carta más segura, su propia madre. «Ella se había recuperado del cáncer. Todavía no ha decidido si se hará mastectomía del otro pecho», una cuestión menos vital en la menopausia, cuando la enfermedad suele ser menos agresiva. La urgencia la dibujaban las dos hijas: Ana, con 30 años entonces, y su hermana, con 27, unidas por una experiencia íntima que afrontaron de la mano.

Ese primer cara a cara con el nuevo perfil «impacta», pero no estuvo acompañado de llanto. «Había que pasar por eso», va desmenuzando, sin que el dramatismo sobrevuele la charla. Y pide que enfatice que «el apoyo incondicional de la pareja es fundamental». «Has de ser fuerte de carácter y poner la mano en el fuego sobre tu relación». Su marido se lo dio todo y más. «Es un tema muy importante, con implicaciones sexuales y de salud, y él no lo dudó un segundo». Un paso difícil de imaginar para muchos, cuando el paciente está aún sano. «Como no tienes la enfermedad, hay que tenerlo claro».

Eliminada la amenaza, Ana no tuvo prisa en alcanzar la segunda parada hospitalaria de este viaje a la esperanza. La implantación de la prótesis definitiva se demoró un año. Es fácil adivinar el porqué, a estas alturas. La lucha contra el cáncer no había frenado su deseo de forjar una familia numerosa. «Dudábamos entre tres o cuatro hijos, y al final han sido cinco», casi como los Pitt-Jolie. En ese lapso tuvo al tercero. Cuando llegó la nueva intervención la cosa fue más sencilla. Menos ingreso y una recuperación más rápida. Pero tampoco hay prisas para los retoques finales estéticos pendientes, cuando se reproduce el pezón y se tatúa la areola. A día de hoy, Ana luce un bonito escote, pero es la fuerza de su mirada la que capta la atención.

La armonía con la que afronta lo que muchas mujeres ven como una mutilación tiene mucho que ver con la convivencia de los tres casos a la vez. «En la familia siempre se ha hablado con naturalidad del tema, no es un tabú». Las tres primas se pusieron en manos de la sanidad pública con plena confianza, tanto para extirpar como para la cirugía plástica, una cuestión cuyo resultado final no solo depende de las manos del cirujano, sino de la cicatrización de cada mujer.

Vive «tranquila y feliz», pero, como a Angelina, a Ana le tocará mover ficha también sobre sus ovarios. «Me han recomendado que lo haga hacia los 40». Descarta tener más hijos, pero asume que «a nadie le hace gracia quedarse menopáusica a esa edad». La difícil detección del cáncer de ovarios hace que, sin embargo, crea que ese camino también está decidido. Sin estreses.

El que empezó a trazar hace cuatro años no ha excluido al 100% los riesgos, la glándula mamaria se extiende hacia las axilas y las mamografías siguen siendo anuales, pero la posibilidad es remota y el pánico a estas pruebas ya no tiene cabida. A lo peor vuelve cuando sus dos hijas estén en edad de preocuparse, pero esta economista de carrera y máster ¿que espera retomar a corto plazo su vida laboral¿ confía en la ciencia. «Cuando sean mayores tal vez el cáncer sea ya como una apendicitis», piensa. Y si hay que optar por la mastectomía la tendrán «al lado para afrontarlo».