Las nuevas trotamundos

Abuelas mochileras por el mundo

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Imma Fernández

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“A partir de los 40, ya no tienes edad para ir con la mochila y de albergues”, le espetó hace unos años un ejecutivo trajeado a su amiga María, que se resistía a abandonar el espíritu trotamundos de su juventud. La imagen de una señora con el zurrón a la espalda compartiendo litera, ronquidos y duchas con veinteañeros no cuadra con el patrón conductual previsto, pero ahí están intrépidas viajeras como la granadina Kandy García Santos, la llamada ‘abuelita mochilera’, dispuestas a romper esquemas. “¿Quedarnos en casa viendo series y cuidando niños? ¡No! Con la jubilación, se empieza a vivir. Yo entonces pude viajar. He dado la vuelta al mundo tres veces”. A sus 83 años, tras lustros de exploración en solitario, ahora guía a otras señoras con ganas de volar libres como ella.  “Cada vez se animan más mujeres; los hombres no se atreven”.

Dulce, vecina de Sant Quirze del Vallès, descubrió el placer de la aventura a los 60. Contactó con Kandy, tras verla en televisión, para conocer de su mano experta países exóticos. Un viaje a Birmania con ocho desconocidos. Seis mujeres y una pareja. Ningún varón suelto. “Ellos tienen más miedo y pudor. Nosotras somos más decididas”, dice.

Fue un bajón trágico en su vida, la pérdida de su marido, lo que la impulsó a probar nuevos caminos. “Necesitaba desconectar, hacer algo diferente”. Siempre había viajado por agencia y sus allegados, con el grito en el cielo, intentaron disuadirla. “Me decían que estaba loca, cómo me iba a ir con gente que no conocía en ese plan, que ya no tenía edad para esas cosas”, explica. Uno de sus hijos, acostumbrado a viajar por libre, la animó. “Fue fabuloso. Vi cosas que nunca me hubiera imaginado”, afirma con la intensidad del Roy de ‘Blade Runner’.

“Hay gente buena por todas partes y estableces vínculos muy profundos”, prosigue Dulce. “La experiencia me abrió los ojos, me hizo fuerte y descubrí que no había impedimentos para viajar sola”. Se lanzó a hacer un cacho del Camino de Santiago con su mochila, pasando de los que la tachaban de inconsciente. “Ya no me importa lo que me digan los otros. Me siento yo misma.  Hablan de que si te pueden robar y tal, pero si en Barcelona te roban más. Hay gente que necesita evadirse y no se atreve”. Las andanzas en soledad fortalecen aún más, asegura. “No hay lugar para las quejas, todos los males se te olvidan. Y te abres más a la gente; los otros viajeros te acogen, cosa que si vas en pareja no sucede”.

Una aventurera de 73 años

Una aventurera de 73 añosAnna es una “intrépida” catalana de 73 años, que planeaba viajar sola y por libre a Colombia. “Cuanto mayor eres, más prisa tienes”. Ya tenía la reserva en una casa de Medellín, pero le hablaron de Kandy, supo que se iba a Vietnam, que era su sueño, y decidió ir con ella a la aventura, cuenta esta abuela divorciada de Vilanova i la Geltrú. Le atrajo meterse a fondo en los “intríngulis, la cultura y la relación con la gente local”. “Todo esto se pierde cuando vas de agencia, a salto de mata, como yo hacía antes. Por libre hay menos comodidades, pero no las necesitas”, aduce.

Su familia le leyó la cartilla. “Que me podía pasar algo, ponerme enferma, asaltarme… Pero yo no tengo miedo y soy superandadora y aventurera. Ahora en septiembre me voy a Perú”. La lógica se ha invertido con sus hijos. “Ellos son más cómodos, viajan con todo programado. Y yo les digo: ‘Soy más moderna que vosotros”.

Afirma que sus amigas se mueren de ganas de seguir sus pasos, pero el miedo, los bolsillos vacíos o la pareja se lo impiden. A los abuelos, confirma, no les va tanto la marcha. “Yo me he apuntado a hacer country, canto, inglés, habaneras…. Y rara vez hay señores, aunque se están espabilando un poco. Ellos, mientras haya obras para mirar…”.

A Irene, aragonesa de 61 años, siempre le ha gustado trotar “a su aire”. “Ir a toque de pito con las agencias no es para mí. Es insufrible y ¡con tanta gente, uff! Yo me estoy el tiempo que quiero en los sitios y tengo más contacto con la gente”. Su condición de montañera le ha facilitado la adaptación a los albergues –lo único que la desespera son los ronquidos- y a las situaciones adversas, la llamada resiliencia. “Es cierto que los que estamos acostumbrados al monte, a mojarnos, embarrarnos, perdernos… no nos quejamos tanto como los urbanitas, que son más comodones. Cuando viajas en plan improvisado, siempre surgen imprevistos. Forma parte del propio viaje”.  Solo una vez, cuenta, se sintió "desubicada" en un ‘hostel’. “Fue en Miami. Se montaban fiestas de cerveza, actividades para jovencitos, había mucho ruido”.  

Hace un lustro que Pilar, barcelonesa de 59 años, recorre el mundo “a su bola” con su amiga Paquita. “Me gusta hacer el viaje a mi medida e ir a albergues porque economizo y así puedo hacer más salidas al año”.  Viajaba en autocaravana con su familia y cuando se quedó viuda,  con sus hijos ya crecidos, se colgó la mochila para seguir descubriendo el mundo. Es adictivo, dice. “Se te mete un gusanillo que te pica…”.

Aún recuerda su primer ‘hostel’, en Edimburgo. “Flipé, con las paredes cubiertas de grafitis, todo muy auténtico. Le envié una foto a mi hija: ‘¡Mira dónde está tu madre!”. Nunca se ha sentido extraña en territorio juvenil, asegura. “Te encuentras de todo y la gente joven te habla, se abre. En Moscú nos tocó dormir en la habitación con un ruso y un negro. ¡Pues, bien!”, se ríe.

Viaja ligera de equipaje –“no voy en plan mona”- y hace un año, siendo ya abuela, dio el salto a la aventura en solitario. “Soy muy lanzada y me meto en todos los fregados”. Se fue a Estambul. “Es una experiencia muy buena que recomiendo a todos. Pero hay personas miedosas y exageradas que solo ven trabas y prejuicios. Me decían:  ‘¡No vayas con pantalones cortos que te tocarán el culo!’. Gente que ni siquiera ha estado allí”.