Minucias del 'Quijote'

El experto cervantista Francisco Rico dirige el foco a unos divertidos detalles del clásico, en el cuarto centenario de la muerte de su autor

Miguel de Cervantes

Miguel de Cervantes / periodico

FRANCISCO RICO

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El 'Quijote' es muchas cosas, que cada época ha valorado en diversa medida, pero en primer término es una historia cómica, un libro que siempre, durante cuatro siglos, se ha juzgado enormemente divertido. Los personajes y las situaciones dan pie a exhibir las más variadas formas del humor, desde la ironía y la burla apacible a la sal gruesa y las bromas pesadas. Pero uno de los máximos placeres del lector son los detalles menudos de la narración, los datos y comentarios que se le ofrecen sin que en principio sean relevantes para la trama principal e incluso a veces la contradigan. Daré solo unos pocos y brevísimos ejemplos de esas ocurrencias y pinceladas gratuitas en que Cervantes es maestro.

El capítulo primero ofrece una serie de noticias sobre Alonso Quijano imprescindibles para la comprensión del protagonista. Pero a lo largo del relato se van añadiendo otras que nada añaden a ese propósito. Así cuando él mismo nos revela:"si estos pensamientos caballerescos no me llevasen tras sí todos los sentidos, no habría cosa que yo no hiciese, ni curiosidad que no saliese de mis manos, especialmente jaulas y palillos de dientes". ¿Nos lo imaginamos armado de la paciencia que jamás muestra para fabricar tales pequeñeces?

En otro momento, se precisa que de su vestimenta forma parte una "buena espada, que pendía de un tahalí de lobos marinos, que es opinión que muchos años fue enfermo de los riñones". En efecto, a la piel de foca se atribuían tradicionalmente virtudes curativas contra varias enfermedades. Pero ¿qué pintan los achaques del caballero? Nada aquí: como las jaulas de grillos son detalles inesperados, que complacen justamente por ser pintorescos.

Especialmente sabrosos son muchos de los comentarios del narrador, en ocasiones de una gracia surrealista, como en el estupendo arranque de un capítulo que reza así: “Media noche era por filo, poco más o menos”. Porque “por filo” quería decir entonces ‘exactamente’ y se daba de narices con el “más o menos”.

Don Quijote comparte el camaranchón de una venta con Sancho y con un arriero a quien la criada Maritornes ha prometido satisfacer aquella noche; y aun a costa de despertar a los otros durmientes, acude puntualmente a la cita, porque "cuéntase de esta buena moza que jamás dio semejantes palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo alguno, porque presumía muy de hidalga..."

No menos gustosas son las escenas secundarias que se abren como paréntesis en la  acción principal. Recordemos la viñeta de cuando Sancho, para atender a otra cosa, guarda los requesones que estaba comprando en el yelmo de su amo;  "y como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas de don Quijote, de lo que recibió tal susto, que dijo a Sancho: —¿Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza?"

O leamos el diálogo de Sancho y un don Quijote malherido tras la aventura de los rebaños: " —Dame acá la mano y atiéntame con el dedo y mira bien cuántos dientes y muelas me faltan de este lado derecho, de la quijada alta, que allí siento el dolor. Metió Sancho los dedos y, estándole tentando, le dijo: —¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte? —Cuatro –respondió don Quijote–, fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas. —Mire vuestra merced bien lo que dice, señor –respondió Sancho. —Digo cuatro, si no eran cinco –respondió don Quijote–, porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído ni comido de neguijón ni de reuma alguna. —Pues en esta parte de abajo –dijo Sancho– no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la de arriba, ni media, ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano".

Pero todo el 'Quijote' está sembrado de minucias narrativas como esas que hacen deliciosa la lectura, no ya por la trama central y el retrato de los personajes, sino por el gracejo en el modo de contar. Valga un último ejemplo. En el sueño de don Quijote en la cueva de Montesinos, Dulcinea sale huyendo como un gamo, pero al poco una criada se le acerca para pedirle en nombre de su ama "media docena de reales" dejando en prenda un "faldellín de cotonía nuevo". Esa intrusión de la cotidianeidad más ramplona en el mundo encantado en que se supone que vive Dulcinea es de una comicidad inconfundiblemente cervantina.

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