RELATO DEL VERANO

Selene y los cuatro elementos (5): Selene, la luna

En el cuarto capítulo, Fulvia desvela a la detective el duro paso de Selene: creció en el seno de una familia desestructurada en un barrio humilde, y fue explotada sexualmente por una organización. Acabó siendo 'escort'. Así fue como conoció a Selene

Selene y los cuatro elementos, relato de verano de Lucía Etxebarria

Selene y los cuatro elementos, relato de verano de Lucía Etxebarria

Lucía Etxebarria

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Esa noche me dediqué a buscar en las redes sociales de Selene. Me asustó que nadie hubiera cerrado sus perfiles. Me recordó a lo que pasó con mi madre. Mi padre no canceló su cuenta de teléfono móvil porque llamaba a su número para poder escuchar el mensaje grabado en el contestador.

Y entonces, ¡bingo! se me encendió una lucecita en la cabeza.

Llamé a Gaia. Había recordado lo que dijo Haizea: Gaia pagaba la factura del móvil de Selene. Si habíamos tenido suerte, aún no lo habría dado de baja. A los millonarios no les preocupan esas menudencias ¿qué les suponen 20 euros al mes?

Nos bastaba con tener un duplicado de la tarjeta de móvil para que llegasen los mensajes a Selene después de morir

Mi idea era esta. Si alguien había matado a Selene y se había tomado el trabajo de borrar el ordenador y llevarse el móvil era porque no quería que se encontraran los mensajes. El asesino debía saber que la policía puede recuperar los mensajes borrados de un móvil, siempre y cuando haya un terminal, pero no es tan fácil en un ordenador, si el borrado ha sido profesional. Por eso dejó el ordenador, pero se llevó el móvil, y muy probablemente lo destruyó inmediatamente. No iba a querer cargar con un móvil que era una prueba incriminatoria. Un asesino en serie se queda con los objetos porque son un fetiche, porque le excitan. Pero este no era un asesino en serie.

Si mi teoría era cierta, nos bastaría con conseguir un duplicado de la tarjeta e introducirla en un terminal nuevo para que llegaran los mensajes de todas aquellas personas que enviaron mensajes a Selene el día posterior a su muerte, sin saber que Selene ya no podría contestarlos, porque el fallecimiento de Selene no se hizo público hasta dos días después. Esos mensajes no habían llegado a ningún terminal, nunca se habían recepcionado, solamente se recibirían cuando se activara un terminal nuevo.

Tal y como yo imaginaba, Gaia nunca había dado de baja la línea de móvil de Selene. Así que Gaia se hizo pasar por Selene. Llamó a la compañía y dijo que le habían sustraído el móvil. La compañía le pidió el número PUK. Gaia dijo no recordarlo. Le pidieron entonces el número del DNI de Selene (que Gaia conocía, por supuesto) y los cuatro últimos dígitos de la cuenta en la que se domiciliaba la factura (que Gaia también conocía perfectamente, puesto que ella pagaba el móvil). Al cabo de 24 horas, la compañía envió un duplicado de la tarjeta al domicilio de Selene, aquel que figuraba en las facturas del teléfono móvil. Pero el domicilio de Selene era propiedad de Gaia, que tenía, por supuesto, llaves de la casa y del buzón: el estudio de Selene.

Introdujimos la tarjeta en mi terminal supletorio (todos los detectives tenemos dos líneas de teléfono porque no nos podemos permitir quedarnos incomunicados en caso de que perdamos el teléfono o que nos lo roben). Los mensajes comenzaron a llegar en cascada en cuanto descargamos la aplicación de WhatsApp. Muchas personas preocupadas por ella. Mensajes de Mar, de Alberto, muchos, muchos mensajes de Haizea.

Y por último llegaba Fulvia.

«Neni, ayer te llamé por la noche, pero no cogías el teléfono. Quería avisarte antes de que él te llame. Estate preparada. Lo sabe. No sé cómo se ha enterado, supongo que me ha debido de coger el móvil. Estaba hecho una furia. Me ha pegado un puñetazo que me ha tirado al suelo. Tengo un moratón en la barbilla, lo he tenido que disimular con maquillaje. No le cojas el teléfono, no hables con él. Ha enloquecido».

Marcial ni siquiera me recibió. Puesto que la policía había cerrado el caso, él no creía que pudiera aportar nada más. Punto

Y después muchos más mensajes. «Neni, coge el teléfono», «Neni, llama cuando recibas esto», «Neni, qué te pasa». A diferencia de todos los demás, Fulvia parecía verdaderamente angustiada. Como si intuyera que a Selene solo podía haberle sucedido algo grave.

Ningún mensaje de Marcial. Eso me resultó sospechoso, aunque en principio podía tener justificación. Él no formaba parte del día a día de Selene. Aun así, pensé que estaría bien hablar con él.

Marcial Combas ni siquiera me quiso recibir. Su secretaria, muy amable y competente, me dijo que la relación del señor Combas con doña Selene Sosa había sido siempre cercana y cordial pero estrictamente profesional y que no creía que pudiera aportar nada a una investigación que por otra parte era privada. Puesto que la policía ya había dado el caso por cerrado, él no creía que pudiera aportar nada más. Punto.

Inmediatamente llamé a mi amigo Pablo Almagro, que había trabajado en la editorial Galaxia, y al que habían despedido años ha. Estaba seguro de que, si había algo oscuro en la vida de Marcial Combas, él estaría encantado de contármelo. No me equivocaba. 

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