Palestina: la sangre que no importa

DIMITRY ZETRENNE

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Un alegato a favor del pueblo palestino, un intento de santificar lo insantificable, unas ganas desmesuradas de defender lo indefendible: tales pueden ser las opiniones de muchos sobre este artículo. Quizá con razón. Por ello creo necesario dejar bien claro que mi pretensión no es otra ni mayor que la de intentar entender lo inentendible: la pasividad de la comunidad internacional frente a esta carnicería humana y su aparente aprobación, aun tácita, de la brutalidad en Gaza. 

No es que me niegue rotundamente a entender los motivos, quizá legítimos, de la cruel ofensiva israelí en Gaza, sino que simplemente no logro comprenderlos. No entiendo la proporcionalidad existente entre el supuesto daño sufrido por Israel, la muerte de tres jóvenes presuntamente a manos de palestinos y toda esta violencia desencadenada como respuesta. La verdad es que me gustaría, pero me resulta sencillamente imposible entender que la comunidad internacional apruebe la actuación de Israel estos últimos días en Gaza: unos ataques que dejan centenares de personas muertas o heridas y que obligan a evacuar muchas casas que luego serán derribadas; ataques de los que son víctimas una cantidad considerable de niños, y a los que la comunidad internacional parece no dar importancia. No entiendo que un miembro del Parlamento de Israel haya pedido que se mate a todas las madres palestinas porque sin ellas no habrían nacido “estos terroristas” en Palestina. Y aparentemente  nadie lo ha oído, o si alguien lo ha hecho no le ha parecido grave. Para ser sincero, ya no entiendo nada.

Tengo serios problemas para comprender lo que se entiende en realidad por terrorismo; los conceptos se me mezclan. Creo haber entendido siempre que una de las características del terrorismo, que lo hace aún más odioso, es la violencia ciega e indiscriminada que lo impregna, el rechazo a la inocencia y la instrumentalización de colectivos enteros para conseguir fines. Tras estas ofensivas en las que la población civil no se salva de los ataques israelíes, que matan de manera indiscriminada tanto a hombres como a mujeres y niños —a los que sería atrevidamente descarado llamar terroristas—, me quedo corto y con más dudas aún. Tengo la sensación de que cuanto más pregunto y me pregunto, de que cuanto más investigo, más dudas me asaltan. Las meras sospechas de que a los tres jóvenes israelíes los haya matado Palestina no legitiman a Israel para ejercer tanta violencia en Gaza. Si dejamos que el argumento de la violación de los derechos humanos se reduzca a un mero instrumento de defensa y promoción de intereses políticos y permitimos que determinados actores de la comunidad internacional se salten las reglas cuando mejor les convenga hacemos peligrar automáticamente la paz y la seguridad mundial de forma crónica y minamos la legitimidad del sistema. 

No hay justificación posible para los ataques sistemáticos a la vida, a la integridad física de niños, mujeres y hombres por la presunta culpa que puedan tener determinados individuos con quienes quizá lo único que comparten son vínculos de nacionalidad y, como mucho, de defensa de una causa. No podemos exigir el coste de los platos rotos a colectivos enteros por presuntas actuaciones de individualidades. Ni de Palestina ni de Israel: este artículo es un alegato a favor de la vida, de la integridad física de miles de personas que se encuentran involucradas en conflictos sin su consentimiento; un alegato a favor de la justicia y del sentido común. Estos ataques constituyen la mayor vulneración de los derechos humanos al no tener en cuenta el derecho a la vida de colectivos enteros y utilizarlos como meros medios para conseguir fines, y, por ende, el máximo atentado a su dignidad humana. Con estas actuaciones totalmente desproporcionadas de Israel, aun la legítima defensa queda deslegitimada. 

Pensándolo bien, creo que lo que realmente nunca he entendido es que la gente no entienda esto. O a lo mejor soy yo quien debería entender que hay miles de motivos por los que puede decidirse no entender o al menos fingirlo. Al ser el lugar de nacimiento una mera coincidencia geográfica, me niego a cerrar los ojos ante tal brutalidad en Gaza. “Me salvé de ser palestino”: eso es lo único que pienso en estos instantes.