RETRATO DE los que dudan ante El 27-s

Votantes indecisos, votos decisivos

Catalunya define su futuro en las urnas el próximo domingo en medio de grandes incertidumbres y con un colectivo en la sombra nada desdeñable -en torno a una cuarta parte del censo- que puede resultar clave: los que todavía no tienen claro a quién entregarán su papeleta. Algunos de ellos razonan aquí sus dudas.

ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ

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Suena paradójico. En la legislatura del abandonado dret a decidir van a ser –precisamente– los indecisos quienes decidan el futuro de Catalunya. A una semana de las elecciones, alrededor de un 25% de votantes dudan todavía. Y, atención, de estos, aproximadamente el 70% no se consideran independentistas, siendo favorables a un nuevo acuerdo que otorgue un mayor nivel de autogobierno para Catalunya. Todo indica también que, en el desenlace del tradicional diferencial de participación entre las elecciones catalanas y las generales, se van a resolver las grandes incógnitas. Desde la suerte política de los que lideran las encuestas... a la suerte electoral del disputadísimo segundo lugar, que tantas repercusiones tiene, aquí y en España. 

El resultado de las elecciones al Parlament de Catalunya del 27 de septiembre no parece ofrecer dudas sobre quién será el ganador en términos convencionales. Las encuestas coinciden unánimemente en pronosticar una holgada victoria de la nueva coalición Junts pel Sí. En circunstancias normales sería un resultado más que suficiente para asegurar una mayoría parlamentaria que posibilitara la investidura de su candidato a presidente y la formación de un gobierno estable para toda una legislatura. Pero estas elecciones no son normales. 

Sin un criterio claro

Los promotores de esta candidatura favorita reescriben la normalidad institucional y pretenden dar una lectura diferente al resultado electoral. Como es de sobras conocido, su objetivo es leer el pronunciamiento de los electores en clave plebiscitaria para averiguar si existe una mayoría favorable a la independencia de Catalunya, aunque sin un criterio claro para proceder a tal lectura: ¿mayoría de escaños, mayoría de votos, mayoría del censo? No es un tema menor, obviamente, aunque haya quien minimice o simplifique el debate interesadamente. 

La magnitud del empeño y las incertidumbres de todo tipo que lo rodean hacen prever una elevada participación, semejante –como mínimo– a la de las pasadas autonómicas del 2012 (67,8%), aunque la mayoría de sondeos pronostican una participación mayor, en torno al 70-72%, entre 3 y 5 puntos más alta que en la anterior cita. Un pronóstico basado en el alto grado de movilización del electorado independentista (90% según GESOP) y en una significativa, pero menor, movilización del electorado contrario a la secesión (70 % según GESOP). 

Probablemente, la clave del resultado electoral –en términos plebiscitarios– esté en la gran asimetría observada en la movilización de los electores, a la vista de lo cual es perfectamente lógico que los contrarios a la independencia centren sus campañas en promover el máximo de participación para reducir esa brecha, con el objetivo de diluir la mayoría independentista. 

Ante este panorama cobra una importancia vital el comportamiento de los electores indecisos. Pero, ¿quiénes son estos electores decisivos?

Una estimación prudente los cifraría en torno a un 25% (CIS, 31,9; GESOP, 28,7). Entre estos 1.400.000 electores, habría más jóvenes de entre 18 y 35 años, más mujeres, más ciudadanos con un bajo nivel educativo, más habitantes de ciudades de más de 50.000 habitantes y de las circunscripciones de Barcelona y Tarragona, y más votantes del PSC, ICV y C’s en las elecciones del 2012. El 8% de los indecisos se sienten únicamente catalanes (en el 2012 este porcentaje era del 27,5%). También existen diferencias en la lengua respecto al 2012. Hace tres años casi la mitad de los encuestados que dudaban tenían como lengua habitual de uso el catalán. En el 2015 este porcentaje ha bajado a casi la mitad (26%). Es decir, los indecisos no saben qué van a hacer, pero sí sabemos cómo son, quiénes son y dónde están. 

Una identidad dual

Para el politólogo Oriol Bartomeus, será determinante el comportamiento de unos 600.000 electores ubicados entre los espacios de izquierda y centro-izquierda y que se reconocen en una identidad dual (tan catalán como español). En estos momentos, el bloque independentista ya habría movilizado a la mayor parte de su electorado y, por tanto, le quedaría poco margen de crecimiento en la última semana de campaña. Y como los movimientos entre bloques son prácticamente inexistentes, el resultado final del 27-S dependerá de los movimientos electores que se produzcan dentro de cada bloque. En este sentido, el bloque no independentista, a pesar de que probablemente consiga movilizar a una parte de su electorado, que normalmente solo se activa en las elecciones generales, todavía tiene margen para movilizar entre estos abstencionistas diferenciales. Interesante el concepto zona gris del que habla Bartomeus: «Aquellos que no comulgan ni con el sí, ni con el no, pero que quieren votar y lo harán. La mayor parte de ellos se sitúan allí donde se deciden elecciones en Catalunya: de la izquierda al centro-izquierda, y del ‘tan catalán como español’ al catalanismo moderado. Están desorientados porque no encuentran una opción que represente su punto intermedio». El comportamiento de este grupo será clave para decantar el resultado final. Son alrededor de 600.000 votos. Los cuatro principales partidos (CSQEP, JxS, PSC y C’s) están focalizando sus esfuerzos en estos electores.

Lecturas y consecuencias

Asimismo, hay que tener en cuenta que también existen indecisos en el interior del mundo independentista entre las dos opciones (Junts pel Sí y la CUP) que lo representan y que pueden ser decisivos en la configuración de la correlación de fuerzas interna. Y también cabe apuntar otra bolsa de indecisos entre votantes de CiU en el 2012 que no comparten la deriva independentista impulsada por Artur Mas y que pueden constituir la base electoral sobre la que UDC obtenga representación parlamentaria. Pero estos dos grupos, a pesar de su relevancia, no son mayoritarios entre los que dudan. 

Es obvio, pues, que de la determinación final de los diferentes segmentos electorales puede depender el resultado y sus posibles lecturas y consecuencias políticas. No es lo mismo un escenario en el que Junts pel Sí obtenga la mayoría absoluta de escaños que otro escenario en el que no obtenga la mayoría y dependa de la CUP para alcanzar una mayoría parlamentaria independentista. Ni, por supuesto, un escenario en el que las opciones independentistas no alcancen el mínimo de los 68 escaños.

Entre los indecisos, que son mayoritariamente contrarios a la independencia, podríamos especular que también hay, al menos, cinco motivaciones y razones que pueden explicar su debate interior y su inmovilidad o dudas actuales. Estos grupos no se corresponden nítidamente a las lógicas tradicionales de lo ideológico o lo político. Sino que reaccionan a otro tipo de claves, más psicológicas, emocionales y de naturaleza casi prepolítica. Sus argumentos parecen básicos, pero no son simples. ¿Hay que recordar a los clásicos?: 

1. No creen en la trascendencia de estas elecciones. Aunque algunos lectores no lo entiendan... hay electores que se inhiben frente a lo que a todo el mundo le excita: el miedo, la responsabilidad o la épica. Y, a pesar de la presencia los líderes de los partidos estatales, de la sobresaturación mediática sobre la relevancia política de la cuestión independentista y del carácter plebiscitario que proclaman los favoritos, forman parte todavía de un número impreciso de ciudadanos que no creen que estas elecciones sean un referéndum (y no lo es), ni otorgan consecuencias serias, de verdad, a su desenlace. Es decir, dudan de la relevancia. Creen que no pasará nada, a pesar del enorme ruido que rodea esta cita electoral. Seguramente, en las últimas horas sentirán algo de vértigo o dudarán de su displicencia distante. Veremos cómo y cuánto (y cuántos) se preocupan, realmente, por el 28-S y asumen un protagonismo activo el 27-S. 

2. Saben lo que van a votar (o creen saberlo), pero no quieren decirlo. Es decir, no son indecisos… son personas calladas, cautas, recelosas, discretas (que no es lo mismo). Que entran en las cabinas de votación, que hacen íntimo lo que parece que todo el mundo exterioriza. No quieren tener que posicionarse, dar explicaciones, argumentar, justificar o ser claros. Prefieren camuflar su decisión o determinación con el manto de la duda. Pero no dudan. Esconden. Y si es necesario engañan: a los encuestadores, a sus compañeros, a sus parejas o familiares. Su voto es su tesoro. Lo guardan y no lo exponen. Lo protegen, se protegen. 

3. No han decidido... porque no han pensado en ello, a fondo. Sí, cada vez más, muchos electores guardan su decisión a las últimas 48 o 24 horas. Tienen pereza o combustión lenta. Atosigados por la cotidianidad y por la campaña, quieren aislarse hasta el momento final. Tienen intuiciones, simpatías, antipatías... pero, todavía, no decisiones. Su espera es su cálculo y su colchón de seguridad ambiental. Las últimas imágenes y mensajes juegan un papel clave en estos electores lentos. Decidirán en el último momento. Son imprevisibles y pueden ser imprescindibles para el futuro.

4. Saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren. En fin, como la vida misma. Es más fácil afirmarse desde la negación que desde la proposición. No desean la independencia pero tampoco saben qué alternativa es la más segura, clara, decisiva y determinante para canalizar su rechazo. Dudan de todos y tienen miedo a ser irrelevantes. Esperarán a que las encuestas, los creadores de opinión y los referentes les ayuden a concentrar su no en alguna de las cinco ofertas alternativas, con todos sus matices. Tienen claro el no, pero se agobian con quién deben sumar sus voluntades. Para este grupo, los más claros y rotundos en la posición de rechazo pueden ser una opción segura, tranquilizadora y cómoda. Intuyen que el 28-S puede ser ingobernable, pero no desean ser gobernados hacia la ruptura. 

5. Saben lo que quieren, pero todavía no quién les representa. Es decir, se sitúan en el eje ideológico tradicional de derecha, centro e izquierda. Pero no tienen claro quién representa nítidamente estas posiciones. Quieren votar que no, pero no cualquier no. Pueden escoger, y aunque no tienen claras las diferencias o las propuestas, esperarán a definirse en clave del futuro. Optarán por quien represente mejor la esperanza o la solución, como si creyeran que los partidarios de la ruptura o el inmovilismo ya no tienen crédito, ni mérito, para liderar la Catalunya del futuro. 

La indecisión no tiene quien la defienda. Despreciada por ignorante, cobarde, acomodaticia o débil, no está bien vista ni tiene exégetas que la defiendan. Todo el mundo (convencido) cree que tiene una misión redentora al convertir en militante al vacilante. Esta presión asfixiante puede provocar dos reacciones: hastío y cansancio, o rebeldía y rechazo. Los partidos deberían ser más respetuosos con los indecisos. Su posición no es, necesariamente, nihilismo ni pasotismo. Es duda legítima. En tiempos de trinchera y frentes, las personas indecisas no son un territorio por conquistar, asimilar o alistar. Son nuestra garantía democrática de que la duda nos fortalece. En tiempos difíciles, los indecisos nos recuerdan que no todo se resuelve con mayorías y minorías, que hay pegamentos sociales y políticos que necesitan algo más que aritmética. Que, aunque quieren contar en el destino colectivo, no desean ser contados en listas enfrentadas, bloqueadas o separadas. Su indecisión es, en parte, una identidad híbrida, múltiple, compleja y sanamente imperfecta. Son, en parte, el reflejo de una parte de nuestra sociedad que desea mantener su propio criterio desde la paradoja de no tenerlo –todavía– o de no saberlo –de momento–. 

Personalmente, me siento tranquilo con tantos indecisos. Me reconforta saber que hay conciudadanos que no han sucumbido a las convicciones inmutables; que dudan, que esperan. Me ofrecen garantías, a pesar de la incertidumbre. «Se mide la inteligencia de un individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar», afirmaba Immanuel Kant. Pues sí, dejemos el futuro de todos en las dudas de unos pocos. Ellos, y ellas, serán decisivos. Esperemos su veredicto, ahora que las prisas se han apoderado de la razón, esperemos, pacientemente, sus conclusiones. Y confiemos en que sus dudas decanten, finalmente, esta agitación y excitación colectivas. El futuro, por apasionante que sea, necesita calma para parirlo.

Asesor de comunicación y consultor político