Unión de conveniencia

El vínculo entre democristianos y convergentes se ha basado en un reparto del poder no exento de constantes codazos La CDC de Mas no comparte proyecto ni sintonía con Duran

Jordi Pujol y Josep Antoni Duran Lleida, al acabar un pleno del Parlament, en marzo del 2001.

Jordi Pujol y Josep Antoni Duran Lleida, al acabar un pleno del Parlament, en marzo del 2001.

FIDEL MASREAL / BARCELONA

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El pegamento que desde 1978 mantiene juntos a Convergència y a Unió tiene dos componentes fundamentales. Uno, el interés de Jordi Pujol por abrirse puertas, por ampliar el espacio de Convergència a sectores democristianos. Dos, la habilidad de un animal político como Josep Antoni Duran Lleida para transformar a la vieja Unió en un partido influyente, gracias a dar periódicamente unos cuantos codazos a CDC y obtener a cambio cuotas de poder.

El matrimonio ha funcionado alimentado por las crisis periódicas. Las que han permitido lograr a Unió, hasta la llegada de Artur Mas, un peso importante en las listas, el Govern y otras instituciones.

LAS CUOTAS

Un ejemplo de esta tensión constante fue la transformación de la coalición en una federación. Pujol planteó a Duran la opción de ser su sucesor a cambio de diluir a los democristianos en el pal de paller convergente. La respuesta fue negativa. Pero Unió ha obtenido cuotas de poder, entre las más destacadas, el liderazgo de la federación en Madrid. En teoría, a los democristianos les toca una cuarta parte del pastel de CiU. Pero es imposible saber si eso corresponde al peso que aporta en votos respecto al total. Solo se sabría si Unió se presenta en solitario a las elecciones.

Las polémicas internas siempre han seguido el mismo patrón: el socio minoritario se siente maltratado (por la ley del catalán del entonces conseller Pujals, por la sucesión de Pujol, por unas declaraciones contra Duran, por la ruta soberanista, por los pactos con ERC, por otras decisiones de CDC...), las amenazas se hacen públicas y una reunión de urgencia al más alto nivel decreta que todo fue un malentendido.

El cambio ha llegado con Mas y la nueva hornada de dirigentes de CDC que, a diferencia de Pujol, no aceptan solucionar las disputas a base de regateos. No. Se ha impuesto el criterio convergente. Ejemplos no faltan: el pacto con ERC para abrazar la causa independentista, en un programa electoral que incluye el Estado propio o la pelea por la sustitución de un eurodiputado de Unió. Mientras, Duran sigue mostrando sus discrepancias públicas porque hay quien aún duda del liderazgo de Mas y porque considera que la vía secesionista lleva a CiU a perder la centralidad. Es decir, el poder.

Y el poder es y ha sido el tercer ingrediente de ese pegamento. Vistas las orejas al lobo con la derrota de Barcelona y el fracaso en el área metropolitana (territorios clave para cualquier proyecto con vocación de ser mayoritario en Catalunya, como es el de la independencia), esta vez sí parece que el pegamento empieza a fallar

Lo que ya nadie disimula es la distancia sideral que separa los proyectos políticos de Duran respecto de los de Josep Rull, o los de Josep Sánchez Llibre respecto de los de Carles Campuzano. Y a ello añádase la escasa sintonía entre el líder democristiano y los máximos dirigentes que acompañan a Mas en la nave convergente .

Como en los matrimonios instalados en la conllevancia sin amor, queda la posibilidad de que la inercia siga y al analizar el coste-beneficio de una ruptura a las puertas del 27-S se concluya que es mejor mantener la i de CiU. Aun sin amor.