CONTRACRÓNICA

Una jornada solo para creyentes

El independentismo exhibe músculo por sexto año, fortalecido por sus detractores y sin un Karl Kraus que agüe la fiesta

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Carles Cols / Barcelona

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Este es un chiste norirlandés, que los hay. Un hombre circula con su coche por Belfast y le paran en un control de carretera. No ha podido ver bien quién le ha dado el alto. Es de noche. Baja la ventanilla y le preguntan: “¿Católico o protestante?”. Él responde: “Soy ateo”. Y entonces, le repreguntan: “¿Pero ateo católico o ateo protestante?”.

El chiste viene al caso porque, aunque el acto central de la Diada es esa coreografía de cientos de miles de independentistas a las 17.14 horas, esta es una tradición aún muy joven, de solo seis años de edad, así que ni que sea por respeto a las tradiciones con más pedigrí, la jornada merecía un madrugón periodístico y una visita, pues, a la ofrenda floral al monumento a Rafael Casanova, ni que sea por comparar, por si ha cambiado. Poco, pero sí.

La 'mani' de las 17.14 horas es la estrella de la jornada, pero siempre se aprende algo en la ofrenda floral, el Twitter analógico

La ofrenda floral al héroe, que no mártir, de la defensa de Barcelona en 1714 es el Twitter analógico desde antes incluso de la digitalización de la información, un ‘Twitter avant la letre’, un espacio para el insulto. El PP decidió en su día que ya no merecía la pena ir, y eso que Aleix Vidal Quadras se tomaba ese paseo hasta el cadalso como si interpretara a un Danton. “Mostrad mi cabeza al pueblo, es digna de verse”, proclamó desafiante el radical francés. Como Xavier García Albiol es más de romper la cuarta pared del teatro, ¡glups!, de hablarle al público a la cara si es necesario, pues casi mejor que no vaya. Tampoco acuden a la cita los de Ciutadans. Total que el reparto de ‘hastags’ de la mañana tuitera era previsible.

Aplausos a Carles Puigdemont. Vítores a Carme Forcadell. Una de la comitivas más pequeñitas llega a los pies de la estatua con una composición de claveles blancos y el símbolo ‘basta de recortes’, ya saben, tijeras y una señal de tráfico de prohibido, en flores rojas. Como manualidad, tiene su mérito. Como demanda, parece prioritaria. Nadie aplaude.

Entonces, en la confluencia de la calle de Girona, se sitúa en la casilla de salida (un agente de los Mossos dirige el tráfico de comitivas) la cúpula del PSC. La solemnidad se va a hacer puñetas. ‘Botiflers’ es lo más suave que les llaman. Un señor de mediana edad le grita a Miquel Iceta lo que Pancracio Celdrán Gomáriz, autor del impagable ‘El gran libro de los insultos’, dice que allá por el siglo XV ya era una “voz muy afrentosa que requería satisfacción”, que a mediados del siglo XIX tenía un matiz menos virulento pero que, actualmente, solo se puede considerar muy gruesa. “Maricón”, retruena. Una señoras, de las que después habrá que volver a hablar, le ríen la gracia.

Dos señoras vestidas de domingo insultan a Iceta y vitorean a Otegi. No es demoscópico de nada, pero pasa

Poco después pasan los ‘comuns’, sin Ada Colau, con Xavier Domènech. Son los del coche de Belfast. El pasado jueves, en el Parlament, Joan Coscubiela fue tanto o más duro con el bloque independestista de la Cámara Catalana que el propio Iceta, pero parece que no lo tienen presente los presentes. El caso es que la comitiva desfila solo entre gritos de “‘volem votar’”. El público no tiene claro si son católicos o prostestantes, unionistas o independetistas. Son tiempos en que no se aceptan los matices.

Unos pocos minutos más tarde realiza la ofrenda Bildu. La lleva personalmente Arnaldo Otegi. Aquellas dos señoras de antes le aplauden. De acuerdo, la gente que se acerca a primera hora de la mañana de una Diada al monumento a Rafael Casanova no es demoscópicamente representativa de nada, pero que dos señoras vestidas de domingo insulten al PSC y aplaudan a Otegi no deja de sorprender.

A la hora que la ofrenda floral tocaba a su fin, las calles del Eixample comenzaban a ser un hormiguero, un preludio de aquello que en el 2014, en un excelente artículo por el que después sería vilipendiado, Javier Pérez Andújar calificó como ‘Parque temático del independentismo’. El título ofendió a muchos, y eso que, una vez releído el texto, queda claro que no había en su ánimo ser el Karl Kraus de los tiempos que corren. Era un descripción literariamente impecable con un título, eso sí, cosas del periodismo, provocador.

Kraus fue el aguafiestas oficial de la Viena de entreguerras. Es un personaje del que ninguna sociedad debería prescindir, el punto de vista contracorriente, terapéutico según se mire, que aunque sea por su insistencia, alguna vez acierta. Parece que se quedó solo defendiendo que la Gran Guerra iba a ser una catástrofe y un disparate.

La sexta Diada de exhibición de fuerza es, como otros años, intergeneracional, interclasista, intercultural y muchos más 'inter'

Hay muchos aspirantes a ese título honorífico, el de Karl Kraus catalán, o español, pero (es una opinión) sigue vacante. Tras varios días en que desde el otro lado de la balanza se ha calificado a los partidarios de la independencia de todo y feo (radicales, extremistas, violentos, delincuentes…) las calles de Barcelona volvieron a ser por la tarde escenario de una manifestación que si no reunió un millón de personas no pasa nada, porque fue una protesta que ningún otra idea política es capaz de concitar. No es solo que sea mayúscula en dimensiones, que lo es, sino que destaca sobre todo por cuán intergeneracional, interclasista, intercultural y bastantes otros más ‘inter’ es. A una parte de la caverna le gusta resumir, decir que Catalunya se gobierna secuestrada por la CUP. Un año más, parece que no es esa la cuestión. Seguro que será otra.

La manifestación, a su modo, fue el partido de vuelta de las dos sesiones parlamentarias de la semana pasada, en que aunque la mayoría independentista aprobó por fin dos leyes rupturistas, la oposición exhibió un músculo notable, tanto que a no pocos diputados de Junts pel Sí y Esquerra se les quedó una cierta cara de derrota. Se llenaron sobradamente las calles prometidas, como si ya no hubiera ateos, una jornada exultante para los creyentes, que en Barcelona, el resto del año, no se percibe que sean tantos, y no debería extrañar a nadie por poco que salga de la ciudad cualquier fin de semana y recorra aquellos municipios de Catalunya en los que la ‘estelada’ está plantada en la rotonda de acceso al pueblo o incluso en el campanario de la iglesia, como una cuestión más de fe.