DESDE MADRID

Puigdemont y el síndrome de Moisés

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont.

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont.

José Antonio Zarzalejos

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Casi todo lo que ocurre en la política catalana tiene un referente en Artur Mas, el político irresponsable y visionario que en el 2012 decidió ir a las urnas anticipadamente creyendo que arrasaría con su CiU independentista y lo único que logró fue una derrota sin paliativos (pasó de 62 escaños a 50). Entonces puso en marcha un proceso soberanista que ha fracasado sin paliativo alguno. No sin causar graves daños morales, políticos, económicos y sociales a Catalunya. Uno de ello ha consistido en la voladura descontrolada de su sistema de partidos. El 25 de noviembre del 2012 fue el principio del fin. Porque asomó el peor de los síntomas: el populismo. Mas aparecía en los carteles con los brazos abiertos con un fondo de 'senyeres' y una 'estelada' asemejando a Charlton Heston en su papel de Moisés en 'Los diez mandamientos', de Cecil B. DeMille.  

Ya sabemos cómo ha terminado Mas: decapitado políticamente por la CUP en enero del 2016 y sustituido por Carles Puigdemont, que de alcalde de Girona y presidente provisional pasó a instalarse en una convicción exorbitante de su legitimidad y liderazgo. Y que se dispone ahora a sustituir a su predecesor en el rol del Moisés de Catalunya. Es decir, él será el caudillo que llevará a los catalanes a la Ítaca republicana. Mientras tanto, el magistrado Pablo Llarena ha renunciado a su entrega por un delito de malversación. Se trata de un revés importante para el Tribunal Supremo, pero la consecuencia de la decisión del instructor de la causa del 'procés' es muy lesiva para el expresidente de la Generalitat porque le 'condena' a errar -eso sí, como un Moisés redivivo- fuera de Catalunya y de España entera hasta que venza el plazo de prescripción de sus presuntos delitos. Hablamos de lustros, no de años. Y la distancia es el olvido, difumina el liderazgo, amarillea la legitimidad y ahoga los discursos. En política, ser es estar.

Llarena ha renunciado a la entrega del 'expresident', pero le ha 'condenado' a errar por lustros fuera de España

La Crida Nacional per la República es un instrumento al servicio del dirigente que huyó el 27 de octubre sin arriar la bandera de España del Palau de la Generalitat y que se presentó a las elecciones del 21-D del año pasado convocadas al amparo del 155. Lanza ahora un movimiento emocional en una sociedad madura y plural como la catalana.  Se trata de una iniciativa caudillista, visceral y de ínfimo contenido ideológico para alcanzar la ansiada transversalidad que derribe a las formaciones nacionalistas y las unifique bajo su mando. Se pretende una especie de Scottish National Party, a través de una imitación distorsionada e ilusoriamente macronista que margine a ERC y descabece al actual PDECat, ensañándose con su coordinadora general, Marta Pascal. El llamamiento (no es casualidad) lo leyó Ferran Mascarell, que es un separatista que dice no ser nacionalista después de haber hecho guardia en distintas garitas ideológicas.

Puigdemont está poseído, como su antecesor, del síndrome de Moisés. Se cree su misión salvífica, asume su condición entre testimonial y martirial y está dispuesto a reventar a todas las formaciones soberanistas e imponer su caudillaje. Mantiene un entorno fanatizado como él y que le trata de excepcionar de una manera tan arbitraria como la que se planteó en la Mesa del ParlamentMesa del Parlament el pasado miércoles y que ha vuelto a llevar al colapso a la institución representativa de Catalunya.

Delirio de grandeza

Se trata de singularizar su personalidad, otorgarle un estatuto político y moral inviolable y hacer converger en su figura todas las evocaciones de la aflicción y el irredentismo de la patria catalana sojuzgada. Populismo en estado puro, delirio de grandeza, pésima relación con la realidad y peligrosísima radicalización de posiciones. Y algo feo, antiestético: todo esto se cocina con Oriol Junqueras, y otros, en prisión preventiva. A Puigdemont se le transparenta una carencia horrenda: falta de calidad humana. Y así, el Estado comienza a adquirir una impensable ventaja en esta crisis.

Al Gobierno de Sánchez le alivia la fractura del independentismo porque libera de presión a la Moncloa, fortlaece al presidente y confirma el fracaso del 'procés'

En Madrid, el Gobierno observa con alivio que tras el encuentro de Pedro Sánchez y Quim TorraPedro SánchezQuim Torra, la energía independentista se quiebra en batallas intestinas y le facilita el manejo de la crisis atrayendo los focos mediáticos sobre Catalunya suavizando las críticas a las precipitaciones y voluntarismos del Ejecutivo de Sánchez (RTVEamnistía fiscal, exhumación de los restos de Franco). La pugna secesionista procura también que el independentismo pierda capacidad de presión sobre la Moncloa y fortalece al presidente. La evocación bíblica, la grandilocuencia mesiánica y la tozudez, tratando de convertir en realidad los deseos conduce a la aparición de estos síndromes políticos que como el de Moisés pretende el reduccionismo sentimental, ideológico, identitario y social en una ciudadanía que está jugando en otra liga de inquietudes plenamente contemporáneas. La pérdida de la racionalidad es el penúltimo episodio de esta crisis.

Tintes de ridiculez

Es posible que -más por intimidación que por convencimiento- el PDECat y algunas otras organizaciones se plieguen a la Crida Nacional per la República y acaten renuentemente a Puigdemont como un caudillo. Pero si así sucede, el fracaso del 'procés' habrá adquirido tintes de ridiculez sobre la que advirtió, precisamente, Josep Tarradellas. Y es ridículo que el expresidente se disfrace ahora de Moisés, cuando la realidad remite a un político errante que, en la lejanía, construye castillos en el aire.